Opinión

Otro festival, atropello y pelotazo

Moisés S. Palmero Aranda

Educador ambiental

Otro festival de música electrónica llega a Almería esta semana, y como el anterior, vuelve a dejar en el ambiente un tufillo desagradable, una sensación de malestar, injusticia y daños colaterales que son la muestra de que nuestros dirigentes se dejan engatusar por las promesas de los mercaderes llegados del desierto para dar otro pelotazo.

Esta vez será en Losetas de Mar, que en su afán de alicatar toda la costa, ha decidido sacrificar el último vestigio de sus raíces, de su memoria, de la historia de las Salinas de San Rafael, y uno de los pocos ecosistemas singulares que les quedan en el municipio. Una jugada maestra, otro negociazo más, para el que sueña con campos de golf y hoteles que solo se abren en verano, pero que son la semilla para construir nuevas urbanizaciones, carreteras y pequeños parques de naturaleza artificial que sirven para contentar a la ciudadanía.

Además de los nombres de los festivales, que usan el atractivo del mar y las puestas de sol, el otro se llamaba playas de ensueño, este, olas de sol, hay otras muchas cosas que se repiten, ¿para qué cambiar lo que funciona?, y se seguirán repitiendo, si la Justicia no se convierte en cómplice de los chanchullos, protegiendo el bien privado por encima del común.

Estos dos grandes eventos se fraguaron en el mismo lugar, en el palco de un estadio al que quieren borrarle el precioso nombre que ensalza los valores olímpicos, por cualquier otro de bebidas energéticas cancerígenas o casas de apuestas que le llenen los bolsillos. Dinero que no termina repercutiendo en los resultados del equipo, que se encuentra en la misma posición donde lo encontraron, sin la ansiada ciudad deportiva que prometieron, y con la sensación de que, más que un club de fútbol, es un negocio de representación de jugadores, entrenadores y una inmobiliaria.

Entre canapé y canapé, los políticos se dejan querer y reciben la vaselina edulcorada de bonitas palabras, promesas de llegadas masivas de ricos turistas, de impactos publicitarios en el mundo y del secreto alquímico de la trasmutación del esparto en oro. Todo le saldrá gratis a la ciudadanía y ellos se llevarán un espejito con un marco de oro labrado para casa y una medallita en su solapa para lucir en los próximos comicios municipales. A cambio, solo deben mirar para otro lado y no pedir los permisos ambientales que protegen a los espacios y especies protegidas, el patrimonio cultural o los derechos y las garantías de descanso y seguridad de los vecinos. Un chollazo por hacer lo de siempre, que no es otra cosa que favorecer sus intereses y los de sus amigotes.

Con el apretón de manos, también se contempla que serán los políticos los que tengan que apaciguar a los que protesten. Los métodos que empleen les dan igual. Si quieren esconderle y escatimarle la información que debe ser pública por ley, que lo hagan; si deben paralizar la normativa municipal de ruidos durante los días del concierto, que la paralicen; si tienen que mentir en los medios de comunicación, que mientan; si quieren comprar voluntades, que las compren; y si la sociedad civil lleva a los juzgados las tropelías, la muerte de las gacelas o las gaviotas de Audouin, serán los ayuntamientos los que subsidiariamente responderán. Unos pagan, otros se manchan las manos.

Este mercadeo especulativo de nuestra historia y espacios naturales, tiene grandes daños ecosistémicos colaterales en nuestra sociedad, difíciles de evaluar económicamente, pero que van erosionando, carcomiendo, dinamitando, los pilares básicos de nuestra democracia al hacernos perder la fe en la justicia, en el principio de igualdad, la confianza en nuestros dirigentes y la seguridad de que estamos protegidos por la ley.

Lo más triste de todo, además de la sensación de impunidad y soledad que nos dejan los atropellos municipales, es que aquellos que levantan la mano, señalan las negligencias e irregularidades, se atreven a firmar las denuncias ante Fiscalía y avisan al resto de administraciones para que hagan su trabajo, terminan marcados con una cruz roja, vilipendiados por sus vecinos que con su ceguera permiten la sodomización sistémica.

Es muy aburrido tener que explicar una y otra vez que nadie está en contra del arte, de la música, de los macrofestivales, de generar beneficios a la economía local y de publicitarse a nivel mundial. Lo que indigna es que todo eso se haga ignorando las leyes y nuestros derechos, destruyendo ecosistemas y borrando nuestra historia. Sí al Sunwaves, pero no en las Salinas de San Rafael, junto a la Ribera de la Algaida y al Monumento Natural Barrera Arrecife de Posidonia.

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