Opinión

La Europa de la razón "trapera"

Hablar de Europa y remontarnos a los legados de Jerusalén, Atenas y Roma suele ser habitual. También escuchamos sobre las raíces de la cultura europea que vienen del judaísmo, del mundo grecorromano y el cristianismo. Todas estas referencias, si me lo permiten, bien, pero se quedan en una visión historicista, sin una profundización de lo que existe en el sustrato, en la naturaleza real de Europa.

Los diversos politólogos se suelen preguntar por el limitado papel de Europa en el mundo, reducida a un papel secundón en un momento histórico en el que se acentúa día a día la rivalidad entre Estados Unidos y China. Día sí y día también oímos hablar de Europa, de esa Europa que no puede quedar reducida a la absoluta irrelevancia, a ser un chichinabo, donde se nos ofrecen soluciones baratas y de corto recorrido, sin fuste, no pocas veces desmentidas por la falta de voluntad política y del recorrido histórico veraz de los estados miembros de la UE. Cualquier líder político real y, no sacado de la feria, debería aportar unos valores que merezcan la pena y hacerlos atractivos. Pregúntense por un momento qué valores nos muestra Europa hoy. ¿De qué se jacta? ¿De qué presume?

El alma de Europa que nos impacta hoy en nuestras caras es un alma basada en la razón difuminada, sin brío, sin orgullo, sin solidaridad alguna. Da la impresión de que intenta dominar el "mundo mundial" y se queda en el primer escalón, por muy esbelta que se encuentre por encima de todas las culturas. Estamos ante un alma antihistórica que busca desvincularse de todas las tradiciones y valores culturales en favor de una racionalidad llena de pulmonías y gripes laicistas. Anda construyéndose al margen de la historia, donde el pasado no tiene espacio hoy, donde la actualidad funciona a ritmo de leyes inhumanas. Todo ello explica que se avergüence de lo bueno acaecido en Occidente cuyo objetivo es aniquilarlo.

El triunfo de una razón antihistórica no debe ser achacada solo a la clase política, sino que también forma parte de cierta mentalidad social alimentada por organismos de toda índole, incluso, si me perdonan, de aquellos que se consideran hacedores del bien. La consecuencia es una razón que es acrítica y no admite discrepancias algunas, ya que se cree muy segura de sí mismo: Soberbia pura. La defensa del razonamiento crítico, no impuesto, la del alma cristiana europea, fundamentada en las raíces que dieron lugar a Europa la tienen bajo cinco losas en los sótanos de la UE.

Al pensar en Europa muchos la reducen a la geografía, economía y política y, por el contrario, también posee identidad histórica, cultural y moral. Pero estas afirmaciones se dan de bruces con la mentalidad del presentismo, que no deja de ser un narcisismo que no valora el pasado y lo distorsiona de manera continuada. En consecuencia, la Europa de la razón "garrula" no puede ser atractiva para otros pueblos, orgullosos de sus orígenes y de su herencia cultural. Esta nefasta Europa busca con ansia el triunfo del individualismo, una mentalidad ajena a otras culturas extraeuropeas.

Una razón que se ha emancipado de todas las buenas culturas no puede entrar en un diálogo intercultural. Hemos de preguntarnos por los valores que Europa pretende representar: ¿son los de la razón abstracta, garrula? Porque resulta poco creíble que fuera un diálogo entre el islam, la cristiandad e Israel, pese a las presentaciones y discursos rimbombantes.

Hemos de pensar, en consecuencia, que somos muchos, bastantes, los que estamos en lo cierto al asegurar que solo ·una razón fundamentada en una identidad histórica y moral está en condiciones de hablar con los otros, y buscar una interculturalidad en la que todos puedan entrar. Europa no avanza, no progresa, tampoco en su proyección exterior, porque se está construyendo sobre esa razón sombría, plagada de telarañas. Prescindir de la propia identidad es prescindir de las raíces, de nuestros abuelos. Sin raíces, los árboles se secan.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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