Opinión

Los dos pulmones de europa

Cada vez que nos situamos ante el 9 de mayo mi cabeza marcha directamente a Roma. Han pasado ya casi 40 años desde que estuve en el "Cortile de San Dámaso", dentro del Vaticano , durante una hora muy cerca de San Juan Pablo II. No cabe duda que escuchar a los de Bruselas no es lo mismo que estar ante un gran hombre que ha pasado a la historia por muchos motivos y magnos. Tal Semana Santa en Roma, con universitarios de todo el mundo es algo que es muy de agradecer. De Europa sabía mucho más que todos los funcionarios que acampan en la Unión Europea hoy.

Escuchándole y mirándolo a los ojos allí no había trampa ni cartón, allí se olía a verdad, amor e ilusión. Durante esos días pude escuchar lo de "los dos pulmones", la insatisfacción por la división artificial de Europa, la cual se podría haber expresado en términos políticos, pero este gran hombre eslavo formularía el problema en términos de cultura, historia y moral. Atendiendo a sus palabras sigo convencido de que encerrar a los pueblos en sistemas de pensamiento no era ni es una cuestión política, sino ética, y por tanto humana, ya que no podemos ni debemos ir contra la persona.

Ya lo proclamaría en Varsovia, desde la plaza de la Victoria: "La persona debía ser el centro de la construcción europea", y con el tiempo la Carta de Derechos Fundamentales de la UE (2000) lo recogería en su preámbulo diciendo así: "Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, basándose en los principios de la democracia y el Estado de Derecho". Sin duda alguna, al instituir la ciudadanía de la Unión y crear un espacio de libertad, seguridad y justicia, situaba a la persona en el centro de su actuación. Hoy día, el agua recorre otros canales.

Hemos de tener motivos en esta vida para ser agradecidos a los cielos por un hombre tan singular que ha pasado por los caminos de la historia de Europa cosechando el bien y la esperanza a todo nuestro planeta. Su visita a España en 1982 también fue muy espectacular y ansiada por todos. Fuesen de formas de pensar diferentes a nadie le dejó sin la semilla que necesitaba. Nos trajo las bellas palabras desde Roma que esperábamos, no sólo al continente de Occidente sino al resto de continentes.

Más tarde, de forma inesperada y muy sorprendente, en 1989 cae el Muro de Berlín. Estábamos ante el símbolo de la división de Europa en dos mitades. En 1990, un 13 de Enero pronunciaba un importante discurso ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Allí ofrecería una interpretación de lo acaecido: estaba convencido de que la causa principal, por la que el marxismo había sido vencido, era la "debilidad de su antropología". El sistema derrumbado había ignorado sistemáticamente la complejidad del ser humano, reduciéndolo a su función económica, considerando el resto de dimensiones humanas como una mera ilusión. ¿Verdad que les suena?

Sin duda, a fecha de hoy, hemos vuelto a la misma piedra que tanto proclamaba San Juan Pablo II. La Unión Europea y el resto de sus estados miembros han vuelto a traernos aquellos grandes desastres que para el ser humano eran y siguen siendo su destrucción. La sed de libertad que anida en el interior de cada uno de nosotros era y debe ser hoy la fuerza que derriba los muros. Ante tal milagro, las aspiraciones expresadas por los pueblos debían ser satisfechas "por el Estado de derecho en cada país europeo".

Nos dejaba otro gran legado donde el derecho debería tener, como rasgos distintivos: la neutralidad ideológica, la dignidad de la persona humana, fuente de derechos, la anterioridad de la persona en relación con la sociedad, el respeto de las normas jurídicas democráticamente consensuadas y, el pluralismo en la organización de la sociedad. Estamos por tanto ante "valores insustituibles, sin los cuales no se puede construir con carácter estable una casa común al este y al oeste, accesible a todos y abierta al mundo".

Nos situamos ante unos valores que poseen una misma raíz:" hemos de hacer renacer ante nuestros ojos una Europa del espíritu, basada en los valores y símbolos que la han modelado, en la tradición cristiana que une a todos los pueblos". De aquella Semana Santa hasta la fecha tengo claro que el espíritu común que nos alienta la vida y la historia de Europa es el único camino y la mejor garantía para lograr su unidad. El resto es pobreza de pensamiento.

Tener en casa y poderla leer con sosiego la Encíclica Centesimus annus (1991) de Juan Pablo II nos puede ayudar y hasta hacernos saltar de alegría por tener tal tesoro ante nuestros ojos. ¡Menudo Día de Europa! Si lo festejamos partiendo de los anteriores postulados seguro llevamos buen camino.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz