Opinión

La pandemia moral

Cuando nuestro país se encuentra más allá de las Islas Galápagos, en cuanto a crisis y riesgos de extinción, nuestra mirada política, de manera superficial, cada día nos salta de manera más urgente, como si de un despertador agonizante se tratase. Mira por dónde, la pandemia del 2020 nos pillaba con el peor gobierno que hemos tenido en los últimos años, es decir, un frente popular con apoyos separatistas, que abraza a todas horas un decisionismo político heredado de Carl Schmitt, el sumun jurista alemán, teórico político y miembro destacado del partido nazi.

El poderío absolutista por el que hemos pasado y andamos hoy día nos pueden hacer pensar que nuestras democracias occidentales solo valen para tiempos de cierta normalidad y tal es así que, hemos ido pasando del prohibido prohibir al prohibido criticar. Mientras, el Gobierno nos sigue reclamando la misma unidad que antes se empeñaba en romper y, lo rompe cueste lo que cueste. Un tema es la unidad de la acción sanitaria y otra el destierro de la crítica política Así, a siete meses de las elecciones 2023 y puestos a perseguir la unidad, ¿qué mejor que un Gobierno constitucionalista de concentración nacional?

La gestión política del Desgobierno y su principal oposición, hasta la fecha, ha sido más que vergonzosa y propia de filmes de terror y suspense, pero no hemos de hablar de ello pues favorece al virus letal. Mentiras, ocultaciones y vaivenes están siendo abundantes, aunque tampoco hemos de hablar de ello pues aúpa al virus. Se ha proclamado la defensa de los más vulnerables y la apoteosis de la igualdad tanto del Desgobierno como Autonomías de la oposición mientras abundan los privilegios sanitarios de los poderosos. Así, el lema principal sigue siendo la mentira, la cual, "ella os hará sanos".

Es entendible que la declaración del estado de alarma está prevista en nuestra Constitución pero existen maneras y maneras, dispuestas a aplicarlas y rebasar los límites constitucionales. Me temo que un gobierno como éste no debería haber sido el más idóneo para gestionar el maremágnum que hemos tenido, mientras tanto, el control parlamentario desapareció de un día para otro y, la división de poderes dejaba rienda suelta a la libertad política. Tajantemente: no resulta infundado el temor de que la intimidad y la vida privada hayan sufrido intensas vulneraciones en los tiempos en que vivimos. No cabe duda de que los nuevos tiempos en los que vamos de naufragio en naufragio van a acentuar la dependencia estatal de los ciudadanos y el eclipse de la iniciativa privada. Una vez más, camino hacia más despotismo puro y duro.

Ya se anda hablando de la exigencia de la unanimidad política económica y bien que le tiran de las orejas desde la UE y, sin comerlo ni beberlo nos vamos acercando a la "porca miseria". Tocqueville nos lo recuerda. "de los ciudadanos depende que la democracia conduzca a la libertad, prosperidad y a la civilización, o bien al despotismo, a la miseria y a la barbarie". También tenemos más efectos de la crisis actual donde el virus físico impide ver aún más el virus moral. Atendemos mucho más a lo que mata el cuerpo que a lo que destruye el espíritu. Kierkegaard, en las "obras del amor" ya nos argumentaba: "pues se ponen barreras contra la peste, pero a la peste de la murmuración, peor que la asiática, la que corrompe al alma, ¡se le abren todas las casas, se paga dinero por ser contagiado, se saluda dando la bienvenida a quien trae el contagio!"

Aún faltan otros virus, letales y silenciosos, que atraviesan sin dañar los cuerpos e infecta sólo a los espíritus. La dificultad de combatirlo es proporcional a la ignorancia de su existencia. Aquí el contagio es voluntario y no se reconoce su realidad ni la necesidad del diagnóstico y tratamiento. Apenas quedan ya algunos pocos inmunes. La mayoría son contagiados felices. Y, acaso, no es seguro, la eliminación del virus moral sea la mejor terapia para hacer frente, física y moralmente, al otro virus, y, de paso, para salvar nuestro país y a su democracia.

SECRETARIA NACIONAL DE FORMACIÓN, ESTUDIOS Y PROGRAMAS. PARTIDO VALORES.

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz