Probablemente cualquier lector sagaz vea en el titular cierta brusquedad o desacierto dada, como paradoja grotesca, la apacible coyuntura actual. Quizás hoy fuera más certero hablar de ánimo escaso, incluso de abandono total del mismo. Cobardía precisa en su significado “mantener falta de valor”, aunque llevemos más de ocho décadas que valor aquí, desde el punto de vista castrense, lleva el remoquete “se le supone”. La ausencia de conflictos bélicos (por fortuna) determina esa presunción ante la incapacidad para constatar el arrojo personal. Cierto que —al ser magnitud inmaterial, imaginaria— su cuantificación sería subjetiva, desplegando además un soporte con cimientos pasionales. El marco expuesto, no obstante, ratifica auténticas heroicidades que se alternan, sin solución de continuidad, con actos bochornosos, indignos, rastreros.
Al igual que mencionar cobardía implica un exceso retórico, hacerlo con el vocablo valentía supone cometer la misma extralimitación. Corresponde en estos tiempos de tregua, pacíficos, manifestar coraje inviolable, aunque pretendan someterlo a las normas semánticas suscritas por políticos indocumentados. Quien es valiente hoy —al menos en nuestro escenario— está exento de realizar actos temerarios o heroicos que pongan en peligro su vida, ventaja que debiera potenciar alguna proeza gallarda. Antes bien, se crea un torrente de acomodo o pereza que ahoga todo germen rebelde, insurgente. El pueblo culpabiliza al político y este, tácitamente, recrimina a la sociedad cualquier flaqueza. Nada nuevo bajo el sol pues llevamos siglos en que unos y otros, de mejor o peor grado, venimos asumiendo el papel que (con retazos fatalistas, irracionales) toca representar.
¿Por qué ha de imponer la izquierda principios morales no solo maniqueos sino maquiavélicos? ¿Dónde ha adquirido el carácter casi sagrado para establecer una bondad o maldad ad hoc como fuente de comportamiento social? ¿Quién le otorga excelsitud para “parir” una nueva semántica legitimadora de “su democracia” cuando esconde, en forma y fondo, la mayor tiranía a que son sometidos pueblos incautos? Se habla postizamente, ocultando un interés secreto y espurio, del PSOE como ejemplo socialdemócrata homologado con partidos europeos. Falso. El PSOE, ahora mismo, no existe; ha sido absorbido por un sanchismo nihilista, utilitario, desideologizado. Si existiera, apenas podría percibirse como una sigla verdaderamente socialdemócrata, pues durante su pervivencia solo se ha asemejado a esa doctrina mientras fue secretario general González.
Los tópicos —pese a excusas o argumentos esgrimidos por cierta izquierda patria, cuanto menos— no anulan ni restan gravedad a hechos consumados que despliegan razones equívocas cuando no absolutamente extravagantes. Así, para exponer ejemplos demoledores sobre atentados contra derechos y libertades ciudadanos, en aras a la convivencia suelen ponerse ejemplos de países como Irán, Cuba o Venezuela. El adversario dialéctico, afiliado o simpatizante de nuestra izquierda dogmática, sectaria, responderá campanudo que esa referencia proviene del tópico (a veces añade fascista) y, por tanto, su solidez resulta sospechosa. Esta salida, nada cabal, da por terminado cualquier debate que pudiera seguirse para deslindar el verdadero rostro de aquellos gobiernos de los que ellos se consideran seguidores inspirados.
La cobardía viene siendo hija putativa del cinismo. Si bien su filiación es patente en partidos izquierdistas —más o menos extremos, al fin atributo rehusado— cabe suponerlo, aun impenetrable, en siglas con presunto decoro. “Quien da primero da dos veces” significa un logro espectacular por debilitamiento del contrincante o sorpresa provechosa. Para tapar la gigantesca indecencia andaluza se anuncia la trama Gürtel como el mayor episodio de corrupción en Europa. Tal humareda precedente persuade a la sociedad ebria de culpables encumbrados con superchería y aviesa maledicencia. Nadie debiera patrimonializar virtudes o defectos porque ambos (a la par, sin exclusividades) tienen encarnadura humana. Seguramente fue el motivo que llevo a Bernard Shaw a proclamar: “el odio es la venganza del cobarde” o del agitador, añado yo.
El histrionismo se ha convertido en fundamento doctrinal ante la orfandad de principios e ideas básicamente de partidos marxistas una vez constatado su fiasco partidario. Ahora, feminismo y cambio climático son los pilares del ideario comunista. Hay que advertir su validez siempre que afecte a extraños, nunca a fanáticos seguidores que usan bula especial. Actos u opiniones de machismo recalcitrante, incluso violentos, si proceden de conmilitones se silencian y diluyen como fantasías, exageraciones, que surgen de mezquinas mentes rivales. “Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase” fue el cruel paradigma de machismo silenciado por la izquierda política, social y mediática con “digna” vileza y servilismo. Jamás nadie ha dejado traslucir tanto odio sin expiar penitencia alguna. Constituye el tributo vasallo debido a una “clase selecta”.
“¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un seiscientos? En el cenicero”. Esta reflexión amnistiada es de Guillermo Zapata, concejal de Ahora Madrid con Carmena, que escribió: “Vivo en un país con larga tradición en la censura de la libertad de expresión desde los lejanos autos de fe de la Inquisición hasta la omnipresente exigencia de corrección política de la actualidad. Me pertenece esa tradición y me legitima para exponer mi pensamiento en contra de la misma y a favor de la libertad de expresión y la tolerancia al pensamiento y el discurso ajeno”. Permítanme que dude de la sinceridad del señor Zapata referido “a la tolerancia al pensamiento y el discurso ajeno”. Es un hecho incontrovertible que cuando se habla de tolerancia, con la postiza fe del converso, aparecen por el horizonte negros nubarrones de dogmática contradicción.
Excuso el análisis de las expresiones vertidas por algunos alumnos del Colegio Mayor Elías Ahúja sobre las alumnas del cercano Santa Mónica. Lo hago porque, a cambio, ya se ha realizado un espectáculo mediático mucho más desconsiderado. Dulcificando las formas —pese a que pueda tratarse de costumbre ancestral— claramente inmoderadas para ser caritativo, lo ocurrido no tiene punto de comparación con los sucesos “tópicos” ocurridos allende nuestras fronteras. Tampoco con los azotes a Mariló Montero ni con el “cenicero” de Zapata. Ninguno de estos mereció la crítica adecuada de grupos sociales, colectivos específicos ni medios audiovisuales. Por el contrario, el affaire de los colegios mayores (aun con la penitencia salvadora de las chicas del Santa Mónica) han ocupado, durante una semana, sañudas cabeceras escritas, feroces, e informaciones audiovisuales con objetivos más que evidentes, mostrando furtiva e indigna cobardía moral.