Hace tanto, tanto tiempo, de lo que os voy a contar, que debía ser realmente pequeña. Acababa de estrenar un vestido que, como los pocos que tenía, me había cortado y cosido mi madre. El doblado de la falda era tan largo como la misma falda ya que soy "pati-larga" y esos vestidos me duraban una eternidad. A veces, la cintura la llevaba justo debajo de las axilas, pero de largo me quedaba estupendo porque siempre había más dobladillo para seguir alargando la falda.
Pues llevaba yo mi recién estrenado vestido, con lazo a juego recogiendo mi larga melena, y me sentía una de las princesas de los cuentos que se amontonaba en mi habitación y que me había releído cien veces. Tan estupenda me sentía, que estaba a punto de sentarme en la ventana a la espera de que se asomara mi príncipe azul a lomo de su corcel blanco. Se ve que la cosa se me subió algo a la cabeza y mis andares y maneras proyectaban una insultante vanidad de la que mi padre se percató.
Tajante me dijo: "No te la vayas a dar de patatas fritas", que traducido significa "no te lo vayas a creer y baja al suelo porque el mono, aunque se vista de seda, mono se queda".
(Me siento con el deber de explicar que en casa las patatas fritas sirven para todo. Se cocinan de tantas maneras y de formas tan sabrosas, que una vez se me pasó por la cabeza montar un restaurante en el que el plato principal fuesen las patatas fritas según la manera de mi padre. Pero ese imprescindible tubérculo también lo utilizamos para adjetivar comportamientos. El más usado es para destacar la soberbia o la vanidad de una persona. La explicación, según yo creo, es que a principios de la post guerra, cuando el hambre acechaba a muchas familias, las patatas eran un suculento manjar de dioses. "No te las des de patatas fritas" es como decir que no presumas de lo que no tienes)
La humildad, quizás en exceso, ha sido una de las armas más valiosas a lo largo de mi vida. Guardo en mi memoria como verdaderos tesoros entrevistas o conversaciones con personajes realmente humildes a pesar de sus vastos conocimientos, infinitos reconocimientos y bagajes personales y profesionales dignos de una película. Es curioso pero los menos humildes suelen ser los que menos virtudes reales han cosechado, aunque no siempre.
El caso es que estoy convencida de que la humildad real y sincera es la herramienta más fabulosa para crecer, aprender y entender a los demás. Que la humildad te abre las puertas al conocimiento, a la paz e incluso al corazón. Ejercitarla nos hace libres y sinceros. Ser humilde no es ser sumiso, ni estúpido. Ser humilde es reconocer que la mayoría de veces sabemos mucho menos de lo que pensamos y decimos. Y de paso, ser humilde nos ayuda a entender que no todo lo que ocurre en la vida está al alcance de nuestra compresión. Que hay muchas cosas guardadas en los rincones del universo sólo alcance de dioses, extraterrestres o quizás de nadie, pero seguro que no al nuestro.
Yo por si acaso, de vez en cuando le suelto a mis hijos "no te las des de patatas fritas".
Carmen Martínez Aledo