Opinión

Vivir es morir

Es indudable que vivir es avanzar hacia un fin que es inexorable e inevitable. Ya lo explicó Heidegger al escribir que el ser humano no muere al final, sino que es ser para la muerte desde el comienzo. Es cierto que la muerte estructura nuestra existencia desde el principio. Es lo que da sentido a la vida. Aunque se quiera ocultar no somos infinitos y vivimos sabiéndolo. Toda elección en la existencia es una pequeña muerte, porque vivir es renunciar a vidas alternativas, a futuros no realizados. Es evidente que el tiempo vivido no vuelve. Vivir es morir, porque el tiempo se va consumiendo sin pausa. Afecta perder el tiempo que se desliza en el imaginable reloj de arena de la vida. La parte superior del mismo va desapareciendo o muriendo con el transcurso del tiempo vivido. Según algunos, una vida infinita sería ligera y carente de dramatismo moral, pero también llegaría a ser irremediablemente aburrida y pesada. El mismo cuerpo muere mientras vive, ya que biológicamente al vivir se desgasta y cambia. La vida no se opone a la muerte, sino que la incluye.

Cuando la existencia se vive, como si no se fuera a morir, el sentido de todo desaparece. Además, cada día cuenta, porque no se repite. Por todo esto, vivir importa. Para Camus, la muerte es un escándalo porque hace visible el absurdo, ya que destruye toda esperanza de un cierre definitivo del sentido. Como escribió en El mito de Sísifo: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio." Camus rechaza el suicidio, ya que es una huida. Está convencido de que vivir es desafiar el absurdo sin negarlo. Propone una ética de la intensidad, del presente, de la vida concreta. Murió en un accidente de coche y cuando lo encontraron su cuerpo estaba incrustado en el parabrisas sin vida, pero con los ojos abiertos. Es como si Camus no aceptara el fin de su existencia de un modo tan absurdo. Quiso apurar su vida hasta el segundo final. Ya había recibido el Premio Nobel de Literatura en 1957. Falleció en 1960 a los 46 años.

Cualquier persona se puede preguntar, si es racional temer a la muerte, ya que no existe experiencia posterior. Considero que sí, aunque sin dramatismo. Es algo natural. Lo que sucede es que los seres humanos sienten un deseo de vivir para siempre. La desaparición de la conciencia, del pensar, es lo que resulta inconcebible. La muerte es equivalente a una nada infinita. Desde la perspectiva religiosa cristiana existe otra vida después del fallecimiento, pero no hay pruebas de la misma. Al planeta

Tierra le quedan cinco mil millones de años para ser engullido por la expansión del Sol. Pero dentro de entre mil y tres mil millones de años, la superficie de la Tierra se volverá inhóspita, los océanos se evaporarán y la vida será imposible debido al incremento brutal de la temperatura.

La sociedad actual oculta la muerte. En pleno siglo XXI existe la percepción social de que el consumismo lo arregla todo y no es cierto. Se sostiene en el imaginario colectivo actual que no conviene pensar en la muerte, ya que es algo negativo y desafiante. La muerte no es algo lejano y abstracto, como mantiene la sociedad materialista en la que vivimos. Las distracciones no pueden ocultar, que el sentido de la vida y el amor a la misma derivan de que somos mortales.

Además, intentar evitar que la gente piense en su finitud hace que el consumismo genere sumisión y conformismo. La muerte confronta al ser humano con preguntas sobre valores, ética, sentido de la vida y justicia social. Enfrentarse a la muerte obliga a cuestionar, pensar y elegir; todo esto reduce el flujo de consumo excesivo, que muchas veces impide a las personas perseguir sus sueños y vivir la vida que realmente desean.

Como decía Sócrates filosofar es aprender a morir. Pensar en la muerte nos obliga a preguntarnos: ¿Qué es realmente importante en mi vida? Los que nunca piensan en su finitud suelen vivir de manera superficial, guiados por las modas y el consumismo. En cambio, la autenticidad implica la afirmación de que cada instante es finito y valioso. Como decía Epicuro, la conciencia de que somos mortales da valor a la vida. Vivir sin considerar que somos seres finitos es como nadar en un océano sin saber que hay orillas.

La muerte puede ser comprendida sin referencia a lo sagrado o trascendente. Las personas ateas o agnósticas se conforman con la finitud de la vida y la aprovechan al máximo. La creatividad es la mejor actitud para afrontar la existencia. Se trata de realizar diversas acciones que contribuyan a construir la identidad personal tal como cada sujeto realmente la desea. Esta es la clave de todo. Vivir con pasión e ilusión es otra consecuencia de nuestra mortalidad. Es como una carrera que lleva a la meta final que es la muerte. La culminación de la existencia es su fin.

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