Opinión

Pan para la mafia, migajas para los jóvenes

Mientras una generación entera hace malabares para llegar a fin de mes, el sanchismo se ha convertido en sinónimo de corrupción, engaño, pobreza (pero no para su banda) y decadencia moral. Esa es la fotografía real del país: jóvenes sin vivienda, sin seguridad y sin futuro, frente a una élite política que ha vivido instalada en la impunidad y el exceso.

España no está gobernada hoy por un partido, sino por una mafia. Un sistema donde las manos derechas de Pedro Sánchez se movían entre comisiones, favores, noches de lujo y una vida más propia de una película deTorrenteque de la de un representante político. Además, financiada con dinero público, mientras millones de jóvenes no pueden pagar un alquiler, llenar la nevera o plantearse tener hijos. Dos Españas. Y mucha vergüenza, tanto nacional como internacional.

Eso es el sanchismo: una forma de gobernar que convierte el Estado en premio y al ciudadano en rehén. Una maquinaria donde el partido absorbe las instituciones y donde el poder se protege a sí mismo. La colonización de Correos o Indra no es una tontería, sino algo muy serio: colocar a los leales, controlar los resortes y eliminar cualquier atisbo de disidencia. La meritocracia ha sido sustituida por la obediencia, algo digno de regímenes como el chavista.

La famosa "mafia del Fiat" no es solo una casualidad: es una realidad. Realidad de cómo una política cutre, chabacana y corrupta, que se mueve en los márgenes mientras predica superioridad moral desde la tribuna, es capaz de llegar al poder. Los nombres ya no sorprenden a nadie. Ábalos. Koldo. Comisiones, contratos irregulares, intermediarios que lo sabían todo y lo grababan todo. Y, por encima, un presidente que pretende que creamos que no veía nada, no sabía nada, no oía nada. Como si el conductor del coche no supiera quién viajaba dentro ni a dónde se dirigía.

A ese núcleo duro del aparato socialista se suman figuras clave como Santos Cerdán, engranaje esencial del partido y prueba de que la trama no era casual, sino estructural. Una organización donde nadie cae solo y donde la coartada permanente es la ignorancia del jefe. Nadie cree seriamente que todo esto sucediera a espaldas de La Moncloa.

La degradación continúa. El reciente caso de Leire Díez y el escándalo de las balizas obligatorias de la DGT, impulsadas con una urgencia tan sospechosa como injustificada, apuntan a un nuevo chanchullo disfrazado de seguridad vial. Otro sobrecoste impuesto a millones de españoles. Otro negocio camuflado. Otro ejemplo de cómo el ciudadano es tratado como una fuente inagotable de dinero para intereses concretos.

Y, mientras tanto, ¿qué ocurre abajo? Abajo ocurre la ruina generacional. Jóvenes que trabajan y siguen siendo pobres. Jóvenes que encadenan empleos precarios mientras el precio de la vivienda se dispara sin control. Jóvenes que viven con miedo en barrios degradados, abandonados por un Estado más preocupado por su propaganda que por garantizar la seguridad. Jóvenes a los que se les ha robado algo más que dinero: se les ha robado su futuro.

Formar una familia, tener hijos, construir una vida estable… todo eso que durante décadas fue normal hoy es casi heroico. No por falta de valores, sino por falta de oportunidades. El sanchismo habla de derechos mientras condena a los jóvenes a la dependencia eterna, a la habitación compartida, al futuro aplazado. Y lo hace mientras algunos se forraban, literalmente, a costa de todos.

La degradación alcanza también al corazón del poder. Una Fiscalía juzgada y sentenciada. Instituciones tensionadas hasta perder credibilidad. Y un entorno familiar del presidente rodeado de investigaciones y sospechas judiciales que cercan directamente a Pedro Sánchez. Una situación inédita en democracia que se despacha con silencio, victimismo y ataques a quien se atreve a preguntar.

Cuando el Estado debía proteger, falló. La DANA. El volcán de La Palma. La mala gestión de la pandemia. El estado de alarma inconstitucional. El Gobierno que presume de control demostró no saber estar cuando la realidad golpea.

Este no es solo un problema de corrupción. Es un problema moral. Un régimen político que permite que unos vivan como nuevos ricos del poder mientras una generación entera sobrevive no puede hablar de justicia social. Es un insulto. Es una estafa.

El sanchismo no ha dejado un país mejor. Ha dejado un país más pobre, más inseguro y más desencantado. Un país comido por la inmigración ilegal, la corrupción y el miedo. Ha cambiado la igualdad ante la ley por privilegios, el mérito por la obediencia y la política por mafia.

España no puede permitirse seguir pagando las fiestas de una minoría con el futuro de sus jóvenes. Porque cuando el dinero público se diluye en corrupción, cocaína y prostitución, lo que falta después no es solo dinero: faltan viviendas, faltan oportunidades y faltan nacimientos.

Un país sin jóvenes no sobrevive; sin embargo, un país sin el PSOE sí. Hagan ustedes sus propias conclusiones.

Daniel Collado 

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