Dejamos de preguntar cuándo ocurriría. Ya ocurrió.
Esta mañana, tu teléfono te despertó exactamente cuando tu ciclo de sueño era más ligero. Tu cafetera se encendió sola. Tu coche te sugirió una ruta alternativa antes de que supieras que había tráfico.. Antes de las 9 AM, doce empresas ya sabían más sobre tu día que tu propia familia.
No hubo votación. No hubo debate nacional. No firmaste ningún contrato que realmente leyeras. Y sin embargo, aquí estamos.
Los números no mienten
En 2023, Google procesó 8.5 mil millones de búsquedas diarias. Facebook almacena una media de 52,000 puntos de datos por usuario. Amazon conoce tus hábitos de compra mejor que tú mismo: su algoritmo predice qué comprarás con un 90% de precisión antes de que lo sepas.
Tu smartphone te rastrea entre 5,000 y 10,000 veces al día. Las aplicaciones instaladas en un teléfono promedio comparten datos con 40 empresas diferentes. El 79% de los sitios web que visitas tienen rastreadores de Google. El 88% tienen rastreadores de Facebook. Aunque no tengas cuenta en ninguna de las dos.
Esto no es ciencia ficción. Son datos del último año.
El experimento ya comenzó
En 2014, Facebook manipuló los feeds de 689,000 usuarios sin su conocimiento para estudiar el "contagio emocional". Modificaron el contenido para mostrar publicaciones más positivas o más negativas y midieron cómo cambiaba el estado de ánimo de la gente.
Cuando salió a la luz, Facebook no se disculpó por hacerlo. Se disculpó por no haber sido más claro en sus términos y condiciones.
Cambridge Analytica recopiló datos de 87 millones de usuarios de Facebook y los usó para influir en elecciones. Mark Zuckerberg testificó ante el Congreso. Facebook pagó una multa de 5 mil millones de dólares.. Sus acciones subieron.
TikTok sabe qué videos te hacen detenerte, cuáles vuelves a ver, en qué momento exacto pierdes el interés. Su algoritmo es tan preciso que puede predecir tu estado de ánimo, tus inseguridades, tus deseos. Y decide qué versión de la realidad verás durante las próximas horas.
Lo que está pasando ahora mismo
Mientras lees esto:
Tu operadora de telefonía vende tu ubicación en tiempo real a intermediarios de datos. Es legal.
Las empresas de fertilidad venden información sobre embarazos a compañías de seguros. También legal.
Tu televisor inteligente graba conversaciones de tu sala y las envía a servidores en otros países. Está en el contrato que aceptaste.
Aplicaciones de salud mental venden datos sobre tu ansiedad y depresión a anunciantes. Lo firmaste sin leerlo.
En Estados Unidos, la Corte Suprema dictaminó en 2018 que la policía necesita una orden para acceder a tu ubicación telefónica. Pero las empresas privadas pueden venderla libremente. La policía simplemente la compra.
El negocio real
En 2024, el mercado global de datos personales vale 250 mil millones de dólares. Para 2030, se proyecta que supere los 500 mil millones.
Tú eres el producto. Siempre lo fuiste.
Las empresas tecnológicas no ganan dinero ofreciéndote servicios gratuitos. Ganan dinero convirtiéndote en un perfil tan detallado, tan predecible, que pueden garantizar a los anunciantes que su mensaje llegará exactamente a la persona correcta en el momento correcto con el estado de ánimo correcto.
Y funciona. El retorno de inversión en publicidad digital es 400% superior al de la publicidad tradicional. Porque no están adivinando. Saben.
La parte que nadie quiere admitir
Pero aquí está lo realmente inquietante: incluso sabiendo todo esto, no vas a dejar tu smartphone. No vas a borrar tus redes sociales. No vas a renunciar a Netflix, Google Maps o WhatsApp.
Porque el sistema está diseñado para que la alternativa sea imposible. Intenta conseguir trabajo sin LinkedIn. Intenta coordinar con tu familia sin WhatsApp. Intenta viajar sin Google Maps. Intenta ser socialmente relevante sin Instagram.
La privacidad ya no es un derecho que puedes ejercer. Es un lujo que cada vez menos personas pueden permitirse.
China mostró el camino
El sistema de crédito social chino parecía una locura distópica cuando se anunció. Hoy, 30 millones de ciudadanos chinos tienen prohibido viajar en avión o tren de alta velocidad por tener puntuaciones bajas.
¿Tu crimen? Quizás cruzaste la calle incorrectamente y una cámara con reconocimiento facial te identificó. Quizás compraste demasiado alcohol. Quizás tus amigos tienen puntuaciones bajas y eso afectó la tuya.
Occidente se horrorizó. Pero mira más de cerca:
Tu puntuación de crédito ya determina dónde puedes vivir y qué puedes comprar.
Los algoritmos de contratación ya filtran tu currículum antes de que un humano lo vea.
Las aseguradoras ya usan datos de actividad física para ajustar tus primas.
Los propietarios ya usan servicios de investigación digital para decidir si eres un inquilino aceptable.
La única diferencia es que aquí lo llamamos "mercado libre" y lo hacen corporaciones, no el gobierno. ¿Realmente importa quién te está vigilando?
El punto de no retorno
Aquí está el problema: cada día que pasa, volver atrás es más difícil.
La Unión Europea implementó el GDPR, la regulación de privacidad más estricta del mundo. Las empresas simplemente pagaron las multas y siguieron operando. Apple lanzó funciones de privacidad que bloqueaban el rastreo. Los anunciantes encontraron formas de evitarlas en meses.
La vigilancia se ha vuelto infraestructura. Las ciudades inteligentes necesitan sensores. Los coches autónomos necesitan cámaras. La inteligencia artificial necesita datos. Todo el sistema económico moderno se construyó sobre la premisa de que tu vida privada es materia prima.
Lo que realmente está en juego
"El Círculo" planteaba una pregunta filosófica: ¿qué sociedad queremos? Pero esa pregunta llegó tarde. La sociedad ya fue elegida. Por empresas en Silicon Valley, sin consultar a nadie.
Lo que perdimos no es solo privacidad. Es autonomía.
Cuando un algoritmo decide qué noticias ves, tu percepción de la realidad está siendo moldeada. Cuando una IA determina si obtienes un préstamo, tu futuro está siendo decidido por código que nadie puede explicar. Cuando tu feed está diseñado para maximizar tu engagement, tus pensamientos están siendo influenciados por métricas de rentabilidad.
No eres libre si tus decisiones son predecibles. No eres autónomo si tus deseos son manufacturados. No eres tú si tu comportamiento está siendo constantemente optimizado para beneficio de otro.
La pregunta que nadie hace
Todo el mundo pregunta: "¿Cómo protejo mi privacidad?"
Nadie pregunta: "¿Por qué construimos un mundo donde proteger tu privacidad requiere esfuerzo heroico?"
La respuesta es simple: porque es rentable. Extraordinariamente rentable. Y mientras lo sea, nada cambiará.
Las cinco empresas tecnológicas más grandes del mundo valen combinadas más de 10 billones de dólares. Tienen más influencia que la mayoría de los gobiernos. Controlan la infraestructura de la que depende la civilización moderna. No van a desmantelar voluntariamente el sistema que las hizo poderosas.
Lo que viene
La inteligencia artificial generativa necesita aún más datos. Los coches autónomos necesitarán cámaras en cada esquina. El metaverso necesitará rastrear cada movimiento de tu cuerpo, cada microexpresión de tu cara.
La realidad aumentada pondrá cámaras literalmente frente a tus ojos. Las interfaces cerebro-computadora leerán directamente tus pensamientos. Esto no es especulación: estas tecnologías ya existen en laboratorios.
Y cada una necesitará más datos. Más vigilancia. Más perfiles. Más predicción.
La verdad incómoda
"El Círculo" terminaba con la protagonista eligiendo la transparencia total, creyendo que era la única forma de cambiar el sistema desde dentro. Fue ingenua. Pero al menos tuvo una elección.
Nosotros nunca la tuvimos.
El pacto se hizo antes de que entendiéramos sus términos. Ahora estamos demasiado integrados para salir. El sistema es demasiado grande para reformar. Las empresas son demasiado poderosas para regular efectivamente.
Entonces, ¿qué hacemos?
Quizás la pregunta no es cómo recuperar la privacidad que ya perdimos. Es cómo construimos una sociedad funcional asumiendo que la privacidad tal como la conocíamos ya no existe.
Porque aquí está la verdad que nadie quiere decir: ya vivimos en "El Círculo". Solo que sin el idealismo utópico que lo justificara. Sin el debate filosófico. Sin la elección.
Y a diferencia de la película, esto no tiene créditos finales donde podamos levantarnos y volver a casa.
Esto es casa.
Jose Antonio Carbonell Buzzian