Mientras que siguen pasando los años, nuestro pueblo europeo sigue andando y respirando de manera cabizbaja. Los pavoneos de los que se sienten reyes de los mares, los que presumen ser auténticos faros que dan vida a nuestros territorios y a su población ya son el olvido de muchos, más aún, la mentira y su retórica barata, más que cierta esperanza, nos perfuman con olores mohosos.
Ante un mundo individualista, donde el ser humano está llevando las de perder, donde la alegría y la esperanza ha sucumbido, los diversos jubileos que andan surgiendo están dando mucho juego en este 2025. Desde enero pasado la vía romana della Conciliazioni, cercana a la Basílica de San Pedro, está recibiendo una población cada vez más considerable. ¿Qué buscan? Lo que, hasta ahora, una vez más, no han encontrado ni por asomo en las respectivas esquinas europeas. Ni Bruselas ni los sucesivos gobiernos no han sido capaces de llevar a sus domicilios algo de consuelo, de esperanza, de saberse dignos como seres humanos.
Nuestro gran Tolkien, en 1954 sacaba a la luz un trabajo espléndido que le duraría 12 años de su vida. Sus magnas obras, El Señor de los Anillos y el Hobbit, cada vez que las leemos, siguen siendo también otro gran jubileo de la esperanza. Toda una parábola que refleja el mundo y el corazón humano desde una cosmovisión con más alturas de la que nos da el mundo de hoy.
En estos tiempos de incertidumbre, el mito del progreso vigente desde la Ilustración ya no es creíble y el vago optimismo ambiental generado tras la caída del sistema soviético se ha demostrado infundado. Hoy sabemos que el progreso no está garantizado y que el optimismo no pasa de ser algo meramente subjetivo o una lectura incierta de datos confusos. Es posible que Tolkien, maestro de la esperanza, nos dé pistas en esta indagación.
La globalización y el desarrollo tecnológico con que comenzaba el siglo XXI, nos ha dirigido a una época de convulsiones e inseguridades aceleradas desde la crisis económica del 2008. El pensador coreano que anda por nuestras tierras, Byung-Chul Han, nos regalaba también en el 2024 una oportuna reflexión sobre " El espíritu de la esperanza". Nos dice Byung que la esperanza se caracteriza fundamentalmente por su entusiasmo y su afán. Desarrolla una fuerza de salto para actuar, una narrativa que guía las acciones.
En el Señor de los Anillos, La Tierra Media y sus habitantes no están solos. Alguien vela por ellos, cuentan con la ayuda que precisen para enfrentarse al mal. La manifestación más fuerte son los amigos. Por el contrario, los que se rinden al anillo y su poder no los poseen: ni Sauron ni Saruman, ni los orcos ni Gollum; sus rasgos distintivos son la soledad; su relación con los demás se reduce al dominio y la utilización de los otros; no tienen familia ni aman a nadie; aquellos que colaboran con ellos lo hacen por miedo, como los orcos, o sometidos a un poder que les domina como los Jinetes Negros. En el mundo de Mordor no hay sitio para el amor y la amistad. Es significativo también que en la Compañía del Anillo hay un número impar de miembros y el traidor. Boromir, es el desparejado, el que no tiene amigos. La soledad, la ausencia de amigos, es síntoma de que algo no marcha, de que el peligro de traición a la propia misión está vivo y acecha cerca.
La labor de Gandalf es transmitir doctrina y pedagogo de la tradición junto a la vieja sabiduría. Todo un promotor del uso responsable de su libertad por parte del resto de protagonistas, donde tener esperanza no exime del ejercicio responsable de la propia libertad. Tolkien, así, en la historia de la lucha del bien contra el mal, pero con la singularidad respecto a otras obras de ficción desarrolla no solo a nivel cosmológico sino en el interior de cada uno de los personajes. La labor de la esperanza, aquí, radica en la responsabilidad de cada personaje que se entreteje con la historia global. Del comportamiento de cada personaje depende el triunfo del bien o del mal, como sucede en la historia real de los hombres de ayer y de hoy.
Byung-Chul Han describe muy bien la esperanza como fuerza histórica y personal, pero no nos da ninguna razón para tenerla. Tolkien, como cristiano, nos describe un mundo en que hay una providencia que nunca aparece, pero está ahí, Gandalf es su manifestación más visible, y que funda y fortalece la esperanza de Frodo y sus amigos.
Podríamos cuestionarnos si es posible la esperanza sin cierta fe en los prodigios divinos; la respuesta nos la daría el fallecido Benedicto XVI con su propuesta de vivir y organizar nuestra convivencia como si Dios existiese, como si nos amara, pues así sostendríamos una sociedad más justa y humana.
Sin duda alguna, Tolkien, a su manera, desde que sus libros salieron a la calle, de aquella manera, sigue protagonizando un Jubileo que nadie ha atisbado hasta la fecha, pero seguro que a más de uno le habrá ensanchado el corazón, donde la esperanza, como el dicho, es lo último que se pierde si nosotros no ponemos un poquito de nuestra parte. Nos queda la tercera parte del 2025 y esperemos que, de aquí a Navidad no perdamos esa gran ilusión por buscarla.
MARIANO GALIÁN TUDELA