El pasado junio, el PSOE presentaba en el Congreso una proposición de ley para incluir en el Código Penal las llamadas terapias de conversión. Alguno que otro nos llevamos las manos a la cabeza. Muchos somos los que ante tales temas espinosos no entramos, pero sí ahora cuando una persona libre, con el tiempo, habiendo preguntado aquí o allá, escuchando las palabras de una amiga o vete tú a saber, cuando tal persona, tras su propia deliberación con o sin ayuda, decide esto o lo otro, es muy libre de optar por aquello que desea sin que nadie venga a marear la perdiz. La novedad de esta proposición de ley, la cual actúa como desarrollo de la polémica "ley trans" es que, en relación a cuestiones de género, no es otra cosa que la buena praxis de psicoterapeutas donde a través del acompañamiento y el diálogo, se puede explorar motivaciones o traumas, que pueden estar detrás del malestar con el propio cuerpo o género.
El tema entra en picado cuando los profesionales de la medicina pretenden explorar en las causas de la disforia de un adolescente, donde se puede ir a la cárcel entre 6 meses y 2 años, y a sus propios padres que animen a la prudencia a una hija que desea hormonarse les podrían quitar la patria potestad, o condenarlos a prisión si favorecen o consienten el tratamiento. En una palabra, la vuelta atrás con o sin ayuda, el inicio de un camino nuevo, la apertura de mente y querer volar de otra forma no es posible ante el encadenamiento al que el Gobierno me retiene. Más aún, que el Partido popular haya festejado tal proposición lo siento por tantos conocidos que andan en sus filas. Lo tienen crudo.
En estos mundos enfangados nada surge por azar. La ley se propone en pleno mes del "orgullo". Hemos de preguntarnos ¿existen realmente tantas personas en España practicando terribles terapias de conversión? Posiblemente no, pero tampoco pensábamos que en España hubiese matrimonios de niñas, y por lo visto las hay. No era necesario una ley como esta, las terapias a las que se aluden ya estaban bien definidas y penadas. El Sr, Feijoo y sus colegas tenían que haberse leído con lupa el texto para detectar los "gazapos transgeneristas" o haber tenido la verdadera voluntad política de negarse a votar a favor de esta tropelía. Ahora entiendo cómo somos muchos los que nos encontramos siendo huérfanos políticos.
Me consta que familias y profesionales de la salud mental andan bastante preocupados. El noble deseo de acompañar a un adolescente, etapa crucial, con autismo y anorexia que quiere mutilarse los pechos puede acabar llevándonos a la cárcel. Ante tal disyuntiva, no será raro que profesionales de la salud se nieguen a tratar a esas personas. El texto aprobado no les deja margen alguno de acción: aboga por el autodiagnóstico frente a cualquier acompañamiento y, desde aquí, podría considerarse terapia de conversión y, como tal, punible cualquier atención al malestar psicológico o cualquier llamada a la prudencia antes de dispensar hormonas o proponer cirugías.
Son bastantes los que opinan que detrás de esta ley existe un perpetuarse de estereotipos sexistas. Y si la salida de sentido común, ante estos estereotipos, era desmantelarlos y darles un balón de fútbol a la niña si lo pedía y unas zapatillas de ballet al niño, ahora la solución es cambiar de cuerpo. ¿Cuál será la próxima?
Cuando unos hijos pequeños digan a sus padres que son trans porque en alguna charla escolar se haya colado en un centro educativo, que el malestar de su cuerpo es debido a una "identidad escondida" que deben descubrir y pida bloqueadores, no habrá nadie que pueda hacerle reflexionar y hacerle pensar o decirle que siendo una chica puede comportarse y vestirse sin ajustarse a los estereotipos impuestos de la feminidad y que así está bien.
Con la pena de cárcel en el horizonte, requerirá mucha valentía, heroicidad, tratar de ayudar a esos menores con disforia y a sus familias. Y si no es la cárcel puede ser la cancelación social, el expediente o la acusación de transfobia. No estamos exagerando.
Algunos años han pasado desde que todo esto se iniciaba, Primero, a por las mujeres. Pasado un tiempo: cancelar la figura del hombre, del padre. Ahora, los hijos. Al final, rompemos la familia: centro nuclear de una sociedad. ¿Este es el país que deseamos? La pena, una vez más, es que los señores de la oposición a Pedro Sánchez, los que desean liderar nuestro país, también les va la marcha.
¿Por dónde empezamos? Buen tema para reflexionar o hablar este verano, el cual, como contemplamos, también se nos presenta calentito.
MARIANO GALIÁN TUDELA