Las luces nos rodean en estas fechas, las calles se llenan de bullicio y, a simple vista, de felicidad.
Cada persona tiene una historia que contar, una memoria que cargar y una esperanza que desear.
Es fácil sonreír sin mirar, es fácil dejarse llevar, lo único que debemos hacer es no pensar, y eso… es fácil.
El pensar duele, creo que por eso llevo un tiempo sin escribir, y cuando en mi mente aparecen versos de alas violetas, los encierro en la torre más alta, en aquella a la que no alcanzan mis letras, la que se alza erguida, intentando rozar las nubes de un cielo lejano y eterno donde un invitado a mi mesa sigue faltando en la tierra.
Prefiero cerrar los ojos a las luces de la Navidad y abrirlos en la noche creyendo que él vendrá y me abrazará. Desde la estrella más alta no deseo ver un trineo tirado por renos, a la estrella más alta simplemente lanzo un beso que espero atraviese el cielo, y las dimensiones que separan nuestras almas se encuentren por un momento, un segundo, un instante, solo pido que le llegue mi beso.
En estas fechas es fácil sonreír y difícil el silencio…
Cuando cierro los ojos, me imagino en un verde bosque con árboles meciendo su hermoso y ancestral cuerpo en sintonía con el universo, imagino el poder de una tierra que da vida y en su humildad oculta su grandeza, el aire, respirando cerca y acariciando mi pelo, y un rayo de sol filtrándose por entre las ramas calentando mi piel tímidamente y con respeto.
Respiro profundamente, esa es la Navidad que deseo, un silencio que me permita escuchar el elegante aleteo de aquella mariposa de alas azules que pasea por el tiempo disfrutando ese único día, sin calendarios de adviento, sin luces, sin pedir deseos, simplemente… viviendo.
Pero he de volver a la Tierra con mis seres queridos, ignorar las luces, fusionarme con la obligada fiesta, celebrar que estamos vivos, e imaginar un inicio distinto, una Saturnalia lejos del estrés, sin prisas, sin compromisos, una mezcla de silencio, naturaleza y memoria de aquello que fuimos.
No sabemos dónde llegaremos, cuando terminará nuestro camino, por eso, hoy respiro profundamente y dejo los sueños para mis noches de invierno, aquellas en las que el frío hiele mis huesos y pida refugio en un mundo más allá de la espesa niebla que sin rumbo recorremos como si fuera un camino trazado por nuestros ancestros.
Así que, en estas fechas, deteneos a escuchar el aleteo de aquella mariposa azul, que, silenciosa, pasea por el tiempo.