Por: Francisco J. Tapiador, catedrático de Física de la Tierra en la Universidad de Castilla-La Mancha y especialista en Ciencias Ambientales y Meteorología.
Se dice que estamos en fase de La Niña cuando las aguas de una parte del Pacífico están más frías de lo habitual. En cambio, si están más calientes, entramos en la fase de El Niño. Ambos son fenómenos climáticos naturales, alternándose periódicamente con una fase neutra intermedia. No son una novedad, pero sus efectos se sienten con distinta intensidad en todo el planeta, y también en España.
La combinación del agua caliente del mar y los vientos que soplan hacia tierra favorece las lluvias intensas. A veces, demasiado. La DANA de Valencia es un ejemplo cercano. En América, El Niño es conocido por sus lluvias desmesuradas y por provocar inundaciones en regiones que, de manera habitual, no reciben tal cantidad de agua.
Con La Niña, el proceso se invierte. El agua fría reduce la humedad disponible, y los vientos cambian de dirección, alejando la humedad de la costa oeste de América Central y del Sur. Esto provoca sequías meteorológicas, con graves consecuencias en agricultura, abastecimiento de agua y ecosistemas. Pero, aunque La Niña afecta principalmente a esa región, su influencia se extiende a través de una atmósfera conectada globalmente.
En España, los años de La Niña suelen traer inviernos más secos en el sur y Levante, mientras que pueden aumentar las lluvias en Galicia y al norte de la Cordillera Cantábrica. Una situación que exacerba uno de los contrastes climáticos más evidentes de nuestro país: la España seca frente a la España húmeda. Este desequilibrio no es solo una cuestión de precipitaciones, sino también de cómo el agua se gestiona y se distribuye en un territorio con climas tan dispares.
Sin embargo, nuestra lejanía del Pacífico atenúa estos efectos. Otros factores locales y regionales, como la situación en el Ártico, también juegan un papel. Este año, la Niña parece débil. De hecho, parece que estamos en una fase neutra. Pero el clima no está exento de problemas: el otoño meteorológico septiembre, octubre y noviembre ha sido significativamente más cálido de lo normal, y eso no es una buena noticia. Un otoño tan cálido no sólo preocupa por su impacto directo, sino también porque puede alterar los patrones típicos del invierno, con efectos difíciles de predecir.
¿Y el cambio climático? La Niña es un fenómeno natural, fruto de las características de la atmósfera, el océano y los continentes. Pero su impacto se intensifica en un mundo afectado por el cambio climático. Las sequías se agravan porque hace más calor y llueve mal: de golpe, fuera de temporada y de forma irregular. Esto no solo afecta a la disponibilidad de agua, sino que también aumenta el riesgo de incendios forestales devastadores, que encuentran condiciones perfectas en suelos secos y temperaturas altas.
En un escenario de cambio global, La Niña y otros fenómenos climáticos interactúan con una atmósfera cada vez más caliente. Adaptarse es la clave. Podemos y debemos anticiparnos a los problemas. Prever escenarios de sequía en la mitad sur de España es, de hecho, lógico en nuestro contexto climático. Si finalmente la Niña resulta débil o su influencia se diluye, habremos tomado decisiones necesarias igualmente. La escasez de lluvia es un problema estructural del sur peninsular, más allá de la presencia de La Niña. La planificación hídrica, el refuerzo de infraestructuras y la optimización de los recursos disponibles son tareas inaplazables.
Es preferible una falsa alarma que no haber previsto un riesgo a tiempo. En un clima cada vez más incierto, la preparación es nuestra mejor herramienta. Porque no podemos cambiar los ciclos naturales, pero sí podemos adaptarnos. El futuro de nuestro clima puede parecer incierto, pero nuestra responsabilidad es asegurar que no nos tome desprevenidos.