Opinión

"Jesse Owens", por Mariano Galián

A los descreídos y faltos de memoria histórica europea hemos de recordarles que los inicios de la invasión de la segunda guerra mundial, sus primeros pasos, fueron orientados hacia Polonia en 1939 y concluiría con la rendición de Alemania y Japón en 1945. En esta negra época, según la grata película vista hace unos días: "el héroe de Berlín", historia del atleta James Cleveland, "Jesse Owens", el coloso de la velocidad que saltó a la fama en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, en pleno régimen nazista, además de estudiar y entrenar, lidiaba con el peso de las expectativas familiares y, la tensión racial que se respiraba en la Universidad estatal de Ohio y su propia competitividad, que era una auténtica plaga deshumanizante. Aquellos tiempos fueron demasiado crueles para nuestros países. Todo se englobaba en racismos, luchas fraticidas, muertes, asco hacia los otros y un "líbrese quien pueda" en nuestros propios estados. Tras la segunda guerra mundial, sin duda, se hizo verdadero examen de aquellos años y se inició un buen y escrupuloso rumbo en la mejora de todas nuestras naciones europeas.

Los años han pasado y, Jesse Owens, a la sombra, sigue estando con nosotros. Las personas, con el tiempo, no parece hayan aprendido lo suficiente y lo que antes eran luchas sangrientas cargadas de empuñaduras sangrantes hacia el ser humano, hoy, de manera sibilina, siguen siendo tiempos tan angustiados como aquellos ,pero desde el mundo de las ideas, ideas que matan la moral, la conciencia y la falta de libertad de las personas. Las batallas culturales que se libran en Europa, vistas desde África, Wietnam del Sur, Hispanoamérica e incluso desde Rusia o China escuecen y bastante lo que hoy día "mal llega" a nuestros oídos. Si tenemos claro que estas batallas donde nos encontramos suelen entenderse como luchas de poder por redefinir valores y creencias de una sociedad frente a verse como en el centro de un gran debate, donde lo importante es esclarecer cuáles son las ofertas de felicidad y de significado más consistentes. Este enfoque resta protagonismo al pulso de fuerza, y se lo da a los deseos y necesidades de quienes se verán afectados por lo dirimido en el espacio público.

Son muchos los festivales de ideas que poseemos en Europa y por desgracia, a menudo se parecen al tipo de lucha que defendería el pensador marxista Antonio Gramsci, donde la instrumentalización de la cultura con fines políticos es el primer plato de cada hogar europeo. Toda esta batalla, sin duda, puede verse como una forma de dar respuesta a la sed de sentido de una sociedad. No nos olvidamos como a través de testimonios, manifiestos y letras de canciones de la época, mostraba cómo los jóvenes que apoyaron las protestas estudiantiles y la contracultura deseaban un sentido para sus vidas y un significado que no encontraban en la sociedad del bienestar que habían heredado de sus padres, ni en unas propuestas de felicidad que consideraban insípidas: rígidos roles familiares y sociales, que relegaban a hombres y mujeres; concepción autoritaria de la educación; homogeneidad cultural; obsesión por el consumo y el crecimiento económico…

Han pasado los años y la deriva cultural no ha terminado por llenar tal vacío. Estos movimientos procedían del mundo izquierdista. Entretanto, la contraoferta de los conservadores no ha sido especialmente atractiva. El llamamiento de Makoto Fujimora, destacado artista contemporáneo, cuyo arte ha sido como "una pequeña rebelión contra la aceleración del tiempo", nos sigue dejando hoy un buen legado "una cultura que lleve al mundo más belleza, más esperanza, más generosidad, más sentido….".

La materia prima de la batalla cultural está siendo "las ideas" y, una de ellas, la verdad, ahora nos la venden como algo que se fabrica según mi gusto y no "la verdad en sí". Para quienes la protagonizan estamos ante personas de carne y hueso con un bagaje existencial muy rico. Claro que las convicciones importan, pero también los deseos, los sueños, los valores, las emociones o la propia historia personal. No me olvido de Serena Sigillito cuando aducía "que para quien el amor a la verdad es inseparable del amor a las personas".

Entender la batalla cultural como una forma de dar respuesta a la sed de sentido invita a pasar del temor a la ilusión. No por motivos de marketing, sino porque la ilusión es la emoción que mejor les va a quienes se han propuesto dejar de ir a la zaga en el debate intelectual. Desde el miedo, se construye mucho peor. El miedo nos hace reactivos; nos lleva a olvidarnos de nuestra propuesta y nos centra en la agresión que viene de fuera. El miedo empuja a responder con una forma de ser impostada, poco natural; nos hace torpes de mente, nos quita flexibilidad para integrar ideas que no habría por qué contraponer.

La ilusión, en cambio, nos lanza hacia adelante; nos llena de vitalidad; nos hace creativos, audaces, imaginativos…La ilusión rejuvenece mete frescura a los propios argumentos y alegra el tono; permite conciliar hondura e ingenio, firmeza y buen humor… Ando seguro que hoy día, habiendo contemplado la vida de Jesse Owens, sin duda, aclamaría que "Movernos con ilusión en la batalla cultural europea, española principalmente, supondría imitar menos de los demás y aportar más de lo propio. Así pues, se entiende que quienes vemos nuestros valores amenazados, procedentes de progresistas y conservadores, estamos preocupados por saber cómo se ganan tales batallas, donde ganarlas no significa tanto derrotar al otro como superar una dinámica de confrontación que nos está impidiendo encontrarnos con los demás.

Tenemos claros ejemplos como Solidarnosc o la misma magnanimidad, donde en un claro bosque, el resguardo del acantilado que forma una garganta arde cada noche un fuego de campamento guerrillero, donde se congregan las diversas milicias de la batalla cultural. En este apartado, el pobre de Jesse Owens no tuvo tan buena fortuna. Claramente, cada uno hemos de buscar la hoguera que más nos encaje y, si no la encontramos encenderemos la nuestra, sin miedo a quienes se asomen desde la espesura para unirse a nosotros. Todo menos quedarse solo, instalado en una malhumorada no propuesta.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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