Opinión

El arte ya no es arte, es inversión

Atravesamos una etapa en la que resulta tendencia el debate acerca de los alcances de las pantallas, las nuevas formas de comunicación y el desarrollo de la inteligencia artificial en los más diversos campos de la vida.

Es un debate que en virtud de lo que ofrecen estos avances tecnológicos, se evidencia el desconcierto sobre la implicación que trae consigo la robotización en los distintos ámbitos del mundo social.

Ante este panorama, el arte, en sus múltiples expresiones, se siente “encerrado”.

Frente a este horizonte de creciente deshumanización de la vida, en términos más específicos, y frente a lo que ha sido conceptualizado, el arte, como forma de comunicación parece ocupar un lugar de reserva: de sentido, de expresión, de deseo y de asombro frente al mundo.

Esta consideración de la obra de arte como mercancía ya fue objeto de estudio y análisis por parte de los críticos tradicionales de arte a lo largo del siglo XIX.

No obstante, el desarrollo de un mercado del arte tuvo un gran impulso.. Así, en un contexto de profunda crisis económica que sumerge a gran parte de la población mundial que parece no tener fondo, el gran perjudicado es el arte.

Nunca como ahora el mercado había dictado con tal determinación por donde debe ir el mundo de la creatividad artística.

Hoy en día sus agentes hacen y deshacen guiados por la presión de conseguir resultados económicos espectaculares aprovechando el salto de la demanda surgida como consecuencia de un mundo cada vez más global y la concepción de la obra de arte como una inversión, y no importa que la oferta de obras antiguas, impresionistas o modernas escaseen, el propio mercado responde creando conceptos a su medida, imprimiendo toda su maquinaria de marketing para ascenderlos a la altura de los grandes maestros, todos nivelados por la vara del valor económico.

En fin, que el arte ya no es arte, es inversión.

¡Qué tristeza y qué pena!

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz