Opinión

Bien y mal

Hay una frase que decía Pablo D’Ors: "Todos estamos en este mundo para que otros caigan o se levanten”, es decir que a la vez somos luz y oscuridad, somos el bien y el mal unidos, la contradicción hecha realidad. En nosotros cielo e infierno se tocan. Absolutamente todos estamos llamados, sin excepción, a ser heridos o salvados y esto explora la compleja dualidad inherente al ser humano y las implicaciones filosóficas y éticas de esta realidad.

El primer elemento que destaca es la idea de que cada acción, cada interacción, puede tener un impacto significativo en los demás. "Todos estamos en este mundo para que otros caigan o se levanten" sugiere que nuestras decisiones y comportamientos tienen repercusiones directas en el destino de quienes nos rodean. Es una llamada a la responsabilidad, pero también un recordatorio de la fragilidad humana. Cada uno de nosotros puede ser el catalizador de la caída o el levantamiento de otra persona, ya sea por nuestras acciones directas o por las repercusiones más sutiles de nuestras decisiones.

Este sentido de responsabilidad compartida se entrelaza con la dualidad presente en la frase. Somos luz y oscuridad, bien y mal, unidos en una sola existencia. Aquí, el mensaje no se limita a un simple dualismo de opuestos, sino que destaca la fusión de estos elementos aparentemente contradictorios dentro de cada ser humano. Esto nos muestra que no somos ni completamente buenos ni totalmente malos; nuestra esencia es una amalgama de fuerzas en conflicto, un espacio donde el cielo y el infierno coexisten.

Esta contradicción, hecha realidad, puede ser vista como un reflejo de la complejidad de la experiencia humana. En nosotros, cielo e infierno se tocan, recordándonos que el potencial para el bien y el mal está presente en cada individuo. La verdadera cuestión no es eliminar la contradicción, sino entenderla y aprender a vivir con ella. En esta fusión de luz y oscuridad, de bien y mal, reside el desafío fundamental de la existencia humana: cómo equilibrar estas fuerzas en nuestra vida diaria, cómo tomar decisiones que reflejen nuestras mejores intenciones mientras luchamos con nuestras peores inclinaciones.

También sugiere que todos estamos llamados a ser heridos o salvados, lo que pone de manifiesto la vulnerabilidad universal de los seres humanos. Nadie es inmune al sufrimiento ni a la salvación; todos estamos en un continuo estado de flujo, de cambio, en el que las circunstancias y las elecciones pueden transformarnos para bien o para mal. Esto nos lleva a considerar la importancia de la empatía y la solidaridad. Si todos estamos destinados a ser heridos o salvados, entonces es nuestra responsabilidad ayudarnos mutuamente en esos momentos críticos, para que cuando alguien caiga, haya otros dispuestos a ayudarle a levantarse.

En términos filosóficos, esta visión dualista de la naturaleza humana puede ser interpretada como un rechazo del maniqueísmo, la creencia en dos fuerzas absolutas y opuestas. En lugar de ver el mundo como una lucha entre el bien absoluto y el mal absoluto, la frase nos anima a abrazar la complejidad y a reconocer que cada ser humano tiene la capacidad de ser ambas cosas al mismo tiempo. Es un llamado a la humildad y a la comprensión, al reconocimiento de que la perfección es inalcanzable y que todos somos, en cierto grado, una mezcla de luz y oscuridad.

Resuena la idea de que "en nosotros cielo e infierno se tocan". Podemos interpretarlo como un recordatorio de que nuestras acciones y elecciones tienen consecuencias espirituales y éticas profundas. Estamos constantemente eligiendo entre estos dos extremos, y nuestras elecciones no solo afectan nuestro propio destino, sino también el de aquellos con quienes interactuamos. En última instancia nos desafía a preguntarnos sobre ¿cuál es nuestro papel en el mundo? y a considerar cómo podemos ser una fuerza positiva en la vida de los demás, incluso cuando luchamos con nuestras propias contradicciones y desafíos internos.

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz