En los últimos años, el mundo empresarial se ha esforzado mucho en proyectar una imagen de las organizaciones con los valores como bandera, ya sean reales o propósitos de año nuevo. Pero bienvenido sea este nuevo paradigma, aunque muchos "nuevos profesionales" atraídos por este marketing corporativo han podido comprobar que no se practica lo que se predica. Errores que, esperemos, se irán corrigiendo a medida que las empresas se van dando cuenta que se juegan buena parte de su competitividad en el terreno de la percepción social, y que en este nuevo escenario el postureo sin un fondo de autenticidad es pan para hoy y hambre para mañana.
En este contexto, bienvenidas sean todas las causas que vehiculan la denominada responsabilidad social corporativa, ya estén conectadas con la actividad de la empresa o sean problemáticas más generales que afectan a toda la sociedad. El medio ambiente, la igualdad, la inclusión, la salud… son los temas estrella en los que las empresas compiten por encontrar su espacio y obtener el retorno de la inversión, un retorno reputacional. Pero hay un asunto que debería ser común para todas: la salud mental.
Antes que nada, por responsabilidad directa, ya que el trabajo es un foco de riesgos psicosociales, evidentemente no el único, pero sí muy importante. También, y aunque pueda sonar muy frío, por interés propio, ya que es obvio que un trabajador al que se le somete a un alto estrés psicológico no va a tener unos buenos niveles de productividad.
Hemos avanzado mucho en los últimos años y, bajo las políticas de prevención de riesgos laborales, muchas empresas ya trabajan también en este ámbito, con programas específicos de prevención y detección de síntomas. Pero queda mucho camino por recorrer. Las bajas laborales por salud mental se han duplicado desde 2016 y ya ocupan el tercer lugar en las causas de incapacidad temporal, con bajas que pueden ser muy largas, especialmente cuando se ha mirado para otro lado. Porque esta es otra de las características de este tema: la parte invisible del iceberg. A menudo, cuando aflora un problema de salud mental se descubre que viene de lejos y que es mucho más grande de lo que podría parecer. Una dinámica que puede romperse si todos tomamos más conciencia de lo importante que es ayudar a detectar estas situaciones.
Unas patologías que, además, afectan de manera muy especial a los trabajadores más jóvenes, que además tienen que luchar contra el estigma de que son una generación de cristal incapaz de enfrentarse a la exigencia del trabajo. Es demagógico que se instale este marco mental ante unas generaciones que se enfrentan a unas cotas de precariedad laboral como no veíamos desde hace décadas.
No es el único estigma que hay que combatir en este ámbito. Pero es hora de, entre todos, dar un paso más en el reconocimiento de esta epidemia a menudo silenciosa, afinar en las estrategias de prevención y detección, en las evaluaciones de riesgos, en los tratamientos, etc. Para superar ya el viejo paradigma que tiraba a las personas a la papelera cuando sufrían algún tipo de problema de salud mental.
Jordi Margalef
Secretario de Comunicación del Sindicato de Trabajadores (STR)