Demasiados hablamos de democracia, pero no todos al hacerlo hablan sobre lo mismo. Desde este medio deseamos hablar de ella en el único sentido que opinamos existe verdaderamente, en el sentido representativo y liberal. Tenemos claro que la democracia es una forma o método político que posee valor moral, pero que no garantiza la moralidad de sus resultados, ellos dependerán, sobre todo, del criterio y de la formación moral de la mayoría de los ciudadanos. Se concede, por lo demás, una valoración excesiva al consenso como método para determinar lo que es o no correcto en el orden moral. El diálogo verdadero podría ser camino para descubrir la verdad, pero no para inventarla o crearla. El acuerdo de voluntades es una excelente fórmula para determinar el contenido de las leyes, pero no para discernir entre el bien y el mal en sentido moral.
Pasean por ahí ciertos demócratas a quienes les desasosiega la posibilidad de que una religión o una doctrina filosófica se atribuyan el conocimiento o la posesión de la verdad. Y piensan, es un decir, que tal pretensión destruye la democracia a manos de un dogmatismo oscurantista. Que se tranquilicen. Ni las leyes lógicas ni las teorías científicas se oponen a la democracia. Tampoco las verdades reveladas de la religión o las pretensiones de las doctrinas filosóficas de alcanzar la verdad. Donde, desde luego, no se encuentra la verdad es en las mayorías de la Ejecutivas de los partidos ni en las votaciones parlamentarias. Entre otras razones, porque no es su misión la de determinar lo verdadero o lo falso. No se olviden que cuando Platón o Husserl aspiran a establecer la verdad filosófica, ni acatan ni se oponen a la democracia. Están en otro nivel.
Sólo quienes aspiran a imponer por la fuerza a la mayoría (y a la minoría) su propia opinión vulnera la democracia. Decir lo que se piensa y proclamar lo que uno estima que es la verdad nunca es contrario a la democracia. Si lo fuese, desde ese mismo momento, tengan por seguro que más de uno dejaría de ser demócrata. Sólo faltaría que la Ilustración y la democracia consintieran en liberar al hombre, a la mujer, de la autoridad de Dios para someterlo a la tiranía de la plebe. Los laicistas frenéticos olvidan el fundamento religioso (cristiano) de la democracia y, despreciando lo que ignoran, socavan los fundamentos de los principios a los que se adhieren.
No existe mejor fundamento de la igualdad y la dignidad de la persona que su condición de hijo de Dios, ni más firme base para la solidaridad y la fraternidad que la hermandad de todos los hombres como hijos de Dios. Por lo demás, obedecer a las personas puede ser servidumbre: obedecer a Dios es libertad. Todo cristiano sabe que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Por nuestra parte, concedemos a la mayoría el derecho a gobernar, si bien no de forma absoluta e incondicionada, mas no les concederíamos el derecho a legislar en el ámbito de la moral, propio de la conciencia y no de la opinión pública.
MARIANO GALIÁN TUDELA
VICESECRETARÍA NACIONAL DE FORMACIÓN. PARTIDO VALORES