Ignacio Echevarría
Opinión

Nuestros héroes de siempre

Tras leer uno de esos grandes artículos que caen en tus manos alguna vez que otra y dejar su huella, los días siguientes los vas paladeando y antes que pase algo a "mejor vida", deseo tomarlo, masticarlo y que llegue a mis adentros, con el permiso de su autor, D. José María Sánchez Galera, humanista y profesor del CEU San Pablo. Tras leer tan gran historia, llevándolo al terreno de mis buenos amigos, con toques personales, deseo hablar de nuestros héroes pasados, presentes y los que deseamos para el futuro.

Europa los ha tenido de sobra. Ahí recordamos desde la antigua Grecia como Ulises, surgido de la mitología griega, Julio César, Juana de Arco, los grandes samuráis y tantos otros, todos ellos "unos bestias pardos". El mundo de los héroes, enfocándolos desde la historia, han atravesado grandes y pequeños países, épocas flacas y gordas, pero ellos siguen aún de moda. No se les olvide ni por un momento a Ignacio Echevarría, que saltó de su monopatín al defender a una mujer en Londres de un ataque yihadista donde muere y su familia, más tarde, irá a recoger de la mismísima Isabel II una gran condecoración. Se dice que héroe es "el que coge las riendas de su vida", "la que comete gestas con el coraje necesario", donde nos queda en nuestras entrañas sabor a poderío y belleza. Hace algunos años, Luis Alberto de Cuenca, en su libro del "Héroe y sus máscaras", desde él, se observaba al héroe a lo largo de su vida pero también tenían como nosotros virtudes y defectos, incluso algunos de ellos, podríamos decir que auténticos reflejos de santidad. Veamos sino la comparación entre los héroes de la Antigüedad gentil y los del Medievo cristiano.

Dentro de tales héroes del medievo, por encima, estaba el sublime caballero que por antonomasia, había sido el más excelso de todos ellos. Poseían tales caballeros "un algo más" que los mismos héroes: su código de honor y de conducta, su exigencia moral superior a la destreza de sus armas. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, bien que puso su honor en el pico de su lanza. Como ven ustedes, todas las grandes historias de héroes y caballeros, todas ellas, van endulzadas de una gratísima pero dura lucha repleta del mundo ascético e incluso más. donde el respeto a la mujer cobra aún más importancia que la victoria sobre el enemigo . En definitiva, el mundo cristiano del héroe y del caballero supone ante todo una gran apuesta por virtudes como la caridad y la misericordia. Claramente, mirándolo fríamente, el héroe, la héroe (Agustina de Aragón, Juana de Arco), pasarán a la historia como personas que se han elevado sobre sí mismas, sobre sus miserias humanas con un único objetivo: la búsqueda del bien común.

Podemos caer en una gran error si pensásemos que el cristianismo va a suponer una ruptura nítida con respecto al héroe gentil. La literatura cristiana, por ejemplo, repleta de héroes, heroínas, como Judith, David o Esther, siguen conservando la leyenda gentil, pero transmutándola en el Libro de Apolonio. Muchos han sido los factores que han rodeado sus aventuras: fuerza, destreza, amor, magia, emoción, intriga, en una palabra, un auténtico castillo de fuegos artificiales alumbrando al más pintado. Patton, me quedo con esta, diría que el auténtico heroísmo no es individual, sino tarea de equipo. Ahora, con el posmodernismo, los héroes de Mayo de 2022, con su cambio de valores, con su incultura han hecho que los héroes de la tradición ignoren la belleza, la verdad y la justicia de la dignidad igualitaria. A esta hora del siglo XXI, lo que importa es que para alcanzar el Grial de nuestras vidas lo que importa de veras es la rectitud interior. Dicho de otra forma, ¿no es el héroe cristiano el más democrático de todos?, ¿no es Tintín quizá uno de los mejores modelos de heroísmo?

Un héroe, un caballero, hoy por hoy, es un prototipo de nuestra actual humanidad. El héroe de cada ciudad o de cada civilización es un gran mensajero de los grandes valores. Estos grandes hombres y mujeres, diría Javier Gomá, siendo ejemplos corporales, sensibles e individuales, son portadores de una normativa aplicable a muchos más casos, universal.

Ahora, en este posmodernismo, en vez de héroes tenemos superhéroes. Alguno que otro opina que tales superhéroes son héroes con todas las carencias que la persona posmoderna acarrea, repleto de individualismo y nihilismo de las grandes ciudades, algo así como Batman "un hombre, una mujer sin más poder que su fortuna, su disfraz y su oculto resentimiento". Superman sería un alienígena humano con superpoderes, reflejo de nuestra época, desarraigada y poscristiana. El fin último de tales "profetas televisivos" se adivina similar al de los héroes clásicos: el bien común, vencer el bien con el mal y la defensa de la verdad y la belleza. Sus defectos serían como los de nuestra civilización deshumanizada y posmoderna. Un auténtico espejo de feria en que mirarnos, salido de una factoría que se llama industria editorial.

Nos situamos ahora en la capacidad del héroe de adquirir nuevas máscaras, según épocas y lugares. Aquí podemos meter en la saca a: Star Wars, Dune y George Lucas. La universalidad del héroe no le deja ser activista o mensajero del totalitarismo. Un buen héroe reconoce lo humano que comparte con su rival y, pocas cosas son más humanas que rendir homenaje a los caídos del enemigo, admirar las cualidades del general que hemos derrotado: ello sería ser un buen caballero. En el deporte, tanto Nadal como Alcaraz, el del Palmar, nos ofrecen ocasiones notorias de admiración al rival por su heroísmo.

¿Una buena síntesis? El compositor de la Odisea y la Ilíada nos sugestiona con su poesía, sus relatos y sus grandes descripciones y, por tanto, lo heroico consiste en descubrir que la vida buena, hacia ti y hacia los demás, es una buena vida, y que vivir el hoy y el ahora, de manera magistral, con altura de miras, es un auténtico gozo.

MARIANO GALIÁN TUDELA

Noticias de Opinión