Opinión

"Chiringuitos"

La RAE define chiringuito: “Quiosco o puesto de bebidas al aire libre”. Mi barrio, la Malvarrosa —característico en el distrito marítimo de Valencia— contiguo a esa fascinante e interminable playa de fina arena (probablemente de las mejores del arco mediterráneo, sin menospreciar otras extraordinarias), será uno de los pocos lugares en donde dicho vocablo se usa de manera fiel, ajustada. Ribereño al mar, su linde está jalonado por puestos repletos de sol, manjares y libaciones. Yo, conquense aquí y valenciano en mi pueblo de nacimiento (¡manda huevos!, que diría aquel), vivo en un paraíso a doscientos metros del agua, aunque me guste más la montaña. No obstante, clima y relieve, para personas longevas y ¿por qué no jóvenes?, traslucen auténtica felicidad. Sí, Valencia es opción muy satisfactoria y el litoral urbano ciertamente loable.

Como digo, la barriada —esotérica para incorregibles, quizás por eso excesiva e injustamente desacreditada— vive en perfecta armonía con los chiringuitos que no hurtan clientela al resto de locales ni promueven alteraciones lingüísticas. Resulta improbable encontrar algún vecino que construya un atajo semántico con el vocablo chiringuito. Recuerdo al alborear los ochenta, como impar retrospección, una costa desértica, ondulada, salvaje, donde las dunas vedaban metros al espacio ciudadano. Escasos, curiosos y poco higiénicos ingenios de madera ayudaban a los reducidos bañistas del momento a refrescarse y soportar (bajo sombras discontinuas de toldos encañados) las altas temperaturas del estío riguroso. Eran los chiringuitos originales, antiguos, hoy transformados en cómodas y acondicionadas construcciones para mitigar la solana, con sabrosa comida mediterránea y fresca bebida, a una muchedumbre cosmopolita, variopinta, que abarrota la colorista zona.

Fuera de esta isla apacible (tal vez no tan consecuente como debiera), se ha desatado una furia fanática, celosa, sobre esa Oficina del Español, creada en la comunidad madrileña, a cuyo frente Ayuso ha puesto a Toni Cantó. “Chiringuito”, en esta ocasión, acumula violenta acritud y exabrupto —expelido con avidez hiriente— más que segunda lectura dicha incluso en tono hostil, delator. La política calienta el entorno y rebaja el lenguaje, en fondo y forma, a extremos insospechados. Mis convecinos, al comparar ambos enfoques, deben sentirse perdidos dentro de un laberinto enigmático, impenetrable. No he podido cuajar un franco (¡vaya por dios!) y explícito comentario sobre el tema, su trascendencia, pero estoy convencido de que ocasionaría cierta desazón en quienes han quemado sus cuerpos entre agua, sal y sol, a partes iguales.

Cierto, esa oficina sugiere, además, un acomodo para Toni Cantó. Que toda la jarca de extrema izquierda —política y mediática, incluyendo el sanchismo— realice, bajo palio, una causa inquisitorial contra Ayuso, denota impunidad extrema (proveniente de falsa hegemonía moral) o desvergüenza desmedida, monstruosa. Hablan y no paran, unos y otros, de un “chiringuito” cuyo costo asciende a setenta y cinco mil euros anuales. Desconozco qué procedencia tiene la novedosa acepción del vocablo, así como cuánto debe invertir el erario público para alcanzar tan curioso desdoble. Preocupa el desigual rasero al informar sobre cualquier deterioro o mácula política. Si procede de la derecha llena portadas semanas enteras, pero si es la izquierda quien rubrica su origen un silencio sepulcral, fraudulento, inunda el escenario convertido en farsa hipócrita, devastadora.

Dudo que, salvo dogmáticos recalcitrantes, se cuestione sobre el abuso político en relación al nepotismo, enchufe, creación de cargos ad hoc y otros “menesteres menos tangibles, pero más onerosos”, en cualquier sigla sin excepción. Ocurre, pese a todo, que como las fuentes informativas conforman una omnipotencia audiovisual, el ciudadano tiene un conocimiento fragmentario, impuesto, del acontecer patrio y foráneo. El poder, Sánchez, decide qué debemos saber y qué ignorar, casi siempre con la complacencia (si no colaboración) de una oposición cándida, acomplejada, cobarde. Esta situación forma parte integrante del concepto “chiringuito”, visto no ya como algo grave desde un punto social sino peligroso desde el ámbito democrático. Sin embargo, los medios demonizan a Vox y lo declaran ilegalizable por “atentar” contra los principios constitucionales.

Independentistas, podemitas y Sánchez, saben que la fuerza opositora real, la que impide sus proyectos, son los cuatro millones que votaron a Vox incorporados al poderío de Ayuso y otros que mantienen un pulso digno contra la totalitaria extrema izquierda. Basten unos cuantos datos. La nueva Ley de Seguridad Nacional pretende someter a ciudadanos y patrimonios al atropello gubernamental en caso de riesgo, catástrofe o calamidad pública; en síntesis, un cajón de sastre. ¿Claman los medios? No, bostezan y reverencian. ¿Y la oposición? Algo, pero vacilando. La llamada Ley Mordaza es una mojigatería comparada con este quebranto constitucional. Me viene a la memoria una frase de Nietzsche en su Genealogía de la Moral: “Antes prefiere querer la nada que no querer”; es decir, a través de la nada, la aniquilación. ¿Ven alguna analogía con Sánchez?

Olvídense de cimentar los chiringuitos solo en las bicocas económico-políticas (que erosionan el erario) y consideren tales, también, piruetas e insólitos procederes. Ciudadanos se niega a romper pactos municipales con PSOE y PSC mientras realizan declaraciones grandilocuentes, belicosas, contra ellos. Casado tiende “puentes” con Garamendi tras apoyar la CEOE los indultos. UP se niega a disminuir el número de ministros ante un presunto recorte gubernamental en la hipotética futura remodelación del ejecutivo. Sánchez adjudica un contrato para desinfectar el palacio de la Mareta donde piensa pasar sus profusas vacaciones que costarán tres Oficinas del Español, sin que tenga eco en ningún medio del régimen. El gobierno catalán crea un fondo público de diez millones de euros para abonar las fianzas a políticos catalanes por desviación de caudales públicos en el proceso independentista. ¿No les parece esto un galimatías contradictorio?

España entera es un enorme chiringuito (a disposición de Sánchez) que levantó el bipartidismo en decenios ante la mirada pusilánime, de un ciudadano envilecido por propaganda siniestra e “irreprochable”. No hay democracia sin libertad —sin soberanía individual— suprema condición para una democracia real, más allá de sucedáneos presentados con ropaje muy atractivo, pero corrompido. La izquierda española, salvo el periplo de Felipe González, fue marxista, no homologable con la socialdemocracia europea. Ni Portugal, gozosamente anglicana, ha bebido las fuentes ideológicas del marxismo antidemocrático. Constatado el fracaso del keynesianismo económico, la izquierda europea (demócrata) se debate, casi aniquilada, entre orientarse hacia el globalizado medio ambiente o zambullirse en un liberalismo con tintes sociales. Siempre sin perder de vista, al igual que los gerifaltes españoles, el chiringuito que convenga. Dejan una sociedad empobrecida, harta; luego culpan del estrago a la “extrema derecha”. 

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz