Viajar a Polinesia Francesa es uno de esos regalos que todos deberíamos hacernos al menos una vez en la vida. Quizá una experiencia que, tras el largo confinamiento, las sucesivas olas y la excepcionalidad de los últimos meses, sea más necesaria y valorada que nunca. Las normas de seguridad actuales incluyen prueba de PCR negativa a la llegada y una autoevalución cuatro días después de llegar. Hasta el 14 de diciembre, hay toque de queda en Tahití y Moorea a partir de las 21:00 horas. Más información en este enlace. Pero visitar las Islas de Tahití, oficialmente conocidas como Polinesia Francesa, es disfrutar de uno de los entornos más espectacularmente bellos y diversos del mundo, y supone impregnarse del "mana”, esa fuerza cósmica que surge del corazón polinesio y que simplemente envuelve y renueva todo. Una buena ayuda para evadirse del presente y soñar con el futuro.
Desde el primer minuto que tus pies pisan Tahití y una sonriente tahitiana ataviada con su tradicional pareo y su cálida sonrisa extiende un collar de olorosas flores sobre tu cabeza acompasado con el tradicional “Ia Ora na e manava” –hola y bienvenido– comienzas a sentir algo extraño que poco a poco invade cada parte de tu cuerpo. Olfato, vista, oído... todos tus sentidos, y alguno más que no se sabe de dónde viene, se activan y comienzan a conectarse de una manera casi mística.
Durante el viaje, ese sentimiento continúa creciendo mientras te dejas llevar por la esencia y personalidad de cada isla. Para poder conocer realmente Polinesia Francesa se recomienda visitar al menos 3 ó 4 islas donde pasar una media de dos o tres noches. Hacia el final del viaje habrás aprendido que no es algo casual, sino que ese misticismo llamado “mana” está presente en cada ámbito y cada ser de la vida tahitiana.
De las 118 islas que componen Polinesia Francesa, sólo 67 están habitadas y tan sólo un puñado son accesibles durante un viaje turístico. Algunas internacionalmente conocidas como Bora Bora y otras algo más discretas como Tikehau o Rangiroa, te enseñarán a apreciar los pequeños matices, la diversidad paisajística y las diferencias culturales de cada una, aunque siempre con un mismo hilo conductor: la arraigada cultura ma’ohi. Hay cinco archipiélagos importantes: Tuamotu, Marquesas, Gambier, Austral e Islas de Sociedad, donde están las más conocidas. Todas tienen en común una deliciosa mezcla de culturas polinesias y francesas, y un clima tropical constante.
Por ello, una tarea muy importante a la hora de planificar tu viaje a Polinesia Francesa es elegir qué islas visitar y las experiencias que disfrutar en cada una de ellas. Hoy, te proponemos que te dejes llevar por tus sentidos y sean ellos quienes guíen tu aventura.
TACTO. Nutrir la piel con aceite de monoï en Tahití
Coronada por majestuosos picos en forma de círculo, Tahití, la mayor isla de la Polinesia Francesa, se alza sobre el océano como una reina orgullosa. El interior montañoso alberga valles sagrados, arroyos de aguas cristalinas e imponentes cataratas. Tahití es el centro neurálgico de Polinesia Francesa, es el lugar donde se encuentran la capital y el aeropuerto internacional. De ahí que sea el primer lugar que recibe a todos los viajeros. La isla de Tahití, de origen volcánico, ofrece playas de arena negra e impresionantes vistas desde sus montes y miradores. La mayor parte de la población se congrega en torno a la costa por lo que el interior se mantiene casi intacto.
Al visitar Tahití, la isla revela lentamente toda su belleza. Puede ser explorada de muchas formas diferentes: las playas de arena negra de la costa este, las de arena blanca de la costa oeste, los lugares de submarinismo, los spots de surf más accesibles o más míticos, los picos de montaña y los valles exuberantes, el mercado lleno de colorido de Papeete, y mucho más.
Papeete, la bulliciosa capital, cuyo nombre significa “cesta de agua” ya que era antaño un lugar de reunión donde los tahitianos iban a llenar sus calabazas con agua fresca, es el centro neurálgico del territorio, alberga hoteles de categoría internacional, spas, restaurantes refinados, clubes nocturnos, bulliciosos mercados, museos, tiendas de perlas y comercios.
En el mercado central se pueden comprar productos locales, además de todos los comestibles, como aromáticas flores o pareos, aunque, sin duda, el producto más buscado es el aceite de monoï. Este producto de fama internacional proviene de la copra, una variedad de coco, y se elabora con la flor de Tíaré, una delicada flor que pertenece a la familia de las gardenias, que tiene un perfume delicioso y que tradicionalmente la población local utiliza con fines terapéuticos. En la Polinesia este suntuoso aceite se considera sagrado y se utiliza para hidratar, nutrir, proteger y reparar piel y cabello. También está demostrada su eficacia contra la picadura de los insectos y es desinfectante. Hoy en día, su agradable esencia similar al jazmín y su tacto suave le han llevado a convertirse en un afamado cosmético internacional.
GUSTO. Disfrutar sabores exóticos en Moorea
A tan sólo 30 kilómetros de la capital se encuentra la isla de Moorea, la segunda en tamaño del Archipiélago de Sociedad. Esta isla volcánica ofrece el perfecto equilibrio entre mar y montaña permitiendo a sus visitantes disfrutar de una de las lagunas más bonitas del país, donde practicar snorkel o buceo en sus cristalinas aguas. En el interior, las abruptas montañas se pierden entre las nubes diseñando un paisaje natural de tonos esmeralda, serpenteado por cataratas y bosques de helechos.
Moorea se alza majestuosa sobre el océano como una catedral, con unos picos elevados y abruptos, coronados por nubes. Poéticas cataratas caen por laderas cubiertas de helechos. Apacibles praderas flanqueadas por cumbres de tonos verde esmeralda te harán volver a creer en la majestuosidad de la naturaleza y la laguna azul brillante de Moorea encarnará la imagen idílica de los Mares del Sur. Casas de color pastel, rodeadas de jardines de hibiscos y aves del paraíso, rodean la isla formando un collar de pueblos donde la vida es sencilla y auténtica. Estimularán tus sentidos y te recordarán lo maravillosa que puede ser la vida. La vie heureuse, como dicen en Tahití, “la vida feliz”.
Colorida, florida y radiante, la isla de Moorea es un placer para todos los sentidos. En cualquier momento es un lujo pasear por los jardines y playas de arena fina, las innumerables flores en los jardines naturales y las plantaciones de piña, apreciar el espectáculo de una sesión de pesca en piragua o escuchar el sonido del ukulele bajo un árbol de purau.
Un colorido arrecife coralino y la variedad de fauna marina provocan que buceadores expertos y aficionados caigan rendidos ante tal espectáculo natural. Aunque no menos impresionantes resultan las rutas del interior donde poder realizar un trekking siguiendo los pasos de Capitán Cook hasta el Mirador O'Belvedere. Pasear por el interior de Moorea, se traduce en atravesar inmensas plantaciones de piña, plátano y otra frutas exóticas que se pueden saborear y apreciar el gusto natural de lo auténtico.
Aquí también podrás comenzar a experimentar los sabores de la cocina local. Te sorprenderán muchos de sus platos de inspiración francesa, pero con el gran toque que aportan los productos y sabores autóctonos. Abundan las frutas y los pescados, como parece obligado. La fruta legendaria del árbol del pan o ‘uru, la nuez de coco, las decenas de variedades de plátanos, entre ellas el incomparable plátano macho anaranjado o fe’i, los diversos tubérculos como el taro, el tarua, el ufi o el ‘umara que constituyen la base de la cocina de las islas. Las papayas, mangos, piñas, sandías, pomelos y limas, acompañados de un poco de vainilla, sirven para confeccionar sabrosos postres para terminar una comida típica de las Islas de Tahití.
Los peces de la laguna y del mar, la perca, el mahi mahi o los peces loro también figuran en el menú de los platos típicos polinesios. A menudo se comen crudos, a veces marinados en zumo de lima y leche de coco, como en la célebre receta del “pescado crudo a la tahitiana”. Todos estos alimentos tropicales se encuentran en el tradicional ahima’a, horno polinesio donde se cuecen frutas, verduras, lechones, pollo al f?f? (espinacas locales) y otras maravillas como los po’e o masas de frutas locales. Todo ello regado con leche de coco fresca y cremosa.
Incluso existen circuitos turísticos que proponen descubrir los sabores de las islas durante unos picnics con los pies en el agua, organizados en una playa o un motu (islote). Estas excursiones ofrecen la oportunidad de comer los peces recién capturados, entre ellos el sabroso ume, el emperador de las lagunas o los pequeños carángidos.
VISTA. Ver los colores de su laguna en Bora Bora
Antes de la llegada a Bora Bora, se puede admirar desde el avión el impresionante perfil de esta isla. La silueta del monte Otemanu sobre la laguna de variados tonos azul turquesa es una escena digna de contemplar desde las alturas. Pero esto sólo es el comienzo, pues la variedad de especies que habitan su laguna le han otorgado fama internacional como referente de snorkel y buceo.
Situada a 50 minutos de vuelo de Tahití o Moorea, Bora Bora, con una laguna que parece la paleta de un pintor con tonos azules y verdes brillantes, provoca en el visitante un verdadero flechazo. Los enamorados de todo el mundo acuden a la isla para admirar los hibiscos que crecen en las colinas y valles del monte Otemanu, mientras las motus cubiertas de palmeras rodean la laguna como un delicado collar.
Unas playas de arena blanca perfectas dejan paso a las aguas de azul intenso donde peces tropicales llenos de colorido se mueven por los jardines de coral y se acercan a la orilla para apreciarlos sin gafas de buceo y gigantescas mantarrayas nadan con elegancia. Se podría definir fácilmente como la encarnación del romanticismo, donde los resorts y spas de lujo están diseminados por la isla ofreciendo bungalows sobre pilotes, mansiones con techo de paja y un ambiente mágico. Sencillamente, Bora Bora es una de las más hermosas islas del mundo.
La Perla del Pacífico, como muchos han denominado a Bora Bora destaca por su característica geografía. Esto se debe a que la isla principal, un antiguo volcán ya extinto, está rodeada por diversos islotes de coral denominados motus creando en el centro una amplia laguna de fondo coralino, hogar de gran variedad de especies marinas como mantas, tiburones limón o punta negra entre otras.
La isla principal tiene una extensión de 32 kilómetros por lo que es perfecta para recorrer en bicicleta y disfrutar tranquilamente de todos sus encantos. La playa más popular se llama Matira aunque lo más habitual es alojarse en un resort situado en alguno de los motus desde donde se accede directamente a la laguna.
Las excursiones por la isla no serán menos sorprendentes, explorando las distintas rutas encontrarás restos arqueológicos como los Marae o algunos refugios y cañones de la II Guerra Mundial, junto a espectaculares miradores donde podrás admirar las puestas de sol desde enclaves privilegiados.
OLFATO. Impregnarse del aroma de la vainilla en Taha´a
La vida se ralentiza en la isla Taha’a. Este lugar apacible te permitirá vivir al tranquilo ritmo de vida tradicional de los tahitianos. La sencilla belleza de esta isla en forma de flor se debe a sus suaves montañas, rodeada por minúsculos motu con playas de arena blanca brillante. El aire cargado de vainilla sopla en una brisa que desciende de las laderas con numerosos cultivos de esta especia. Los suaves aromas se extienden por el océano anunciando la presencia de la isla mucho antes de que surja en el horizonte. La isla de Tahaa comparte su laguna y arrecife con la de Raiatea a quienes muchos consideran su hermana mayor. Esta pequeña isla conserva su encanto natural y el estilo de vida tradicional permitiendo a sus visitantes un acercamiento más auténtico a la cultura y usos de los antiguos polinesios.
Comúnmente conocida como la Isla de la Vainilla, es aquí donde se encuentran las plantaciones más grandes e importantes del país. En Taha’a se obtiene el 80% de la producción total de Polinesia Francesca. De ahí que siempre se perciba un dulce y suave aroma a vainilla mientras recorres la isla o navegas por su laguna. Descubrir los secretos de la vainilla en su entorno natural te permitirá apreciarla todavía más.
A los visitantes les encanta probar la vanilla tahitensis, una especie única y muy valiosa que tiene el sabor del Paraíso. Para cultivarla, se requiere un saber hacer que se adquiere con el tiempo y mucha experiencia. Como unos alquimistas sumamente pacientes, los especialistas manipulan la vainilla durante largos meses antes de ver producirse el milagro.
Quienes visitan esta isla no pueden perder la ocasión de recorrer el Jardín Coral de Taha’a, una granja de perlas y destilerías de ron muy abundantes en las zonas interiores. Para los más aventureros existen dos rutas de senderismo que recorren la exótica selva hacia los montes Puurauti y Ohiri.
OÍDO. Sentir el leguaje de la naturaleza como hizo Marlon Brando
Santuario para aves, tortugas y todo tipo de especies marinas, Tetiaroa es venerada por los tahitianos que la consideran un lugar sagrado. Tan sagrado que antaño este atolón con playas de arena blanca y cocoteros era el lugar de vacaciones reservado para la realeza tahitiana. No resulta sorprendente que Marlon Brando se enamorase del lugar durante el rodaje del “Motín a bordo” en 1960 y más tarde se convirtiese en el propietario, a día de hoy sigue perteneciendo a la familia Brando. En la actualidad puedes seguir los pasos de los reyes y de las estrellas de Hollywood en un vuelo privado de 15 minutos desde Tahití o Moorea.
La isla de Tetiaroa es un lugar único dentro del archipiélago de Sociedad. A diferencia de las islas vecinas, éste es un atolón coralino con un ecosistema muy particular, hogar habitual de gran variedad de especies endémicas. Tetiaroa alberga una de las colonias de aves más destacadas de Polinesia, con el charrán blanco, el alcatraz pardo, la fragata, el rabijunco común y sobre todo con la única colonia de charrán piquigualdo conocida en las islas de Barlovento. Las aves acuden a reproducirse en este oasis de paz inhabitado y su entorno debe ser preservado de todas las formas posibles.
Inhabitada durante siglos Tetiaroa permite a sus visitantes aislarse del resto del mundo, escuchando tan sólo el sonido de la naturaleza y reconectar con su yo interior mientras pasean entre sus playas de arena blanca, palmerales o cruzan a nado la amplia laguna.
Las maravillosas bondades de esta isla fueron advertidas desde hace tiempo, de modo que las antiguas dinastías monárquicas de Polinesia se trasladaban a Tetiaroa para descansar. En 2014, inauguraron el exclusivo hotel boutique The Brando Resort, internacionalmente conocido como ejemplo de sostenibilidad y desarrollo de proyectos para el cuidado del entorno natural. Además, se considera uno de los hoteles más lujosos y exclusivos del mundo. Prácticamente invisibles desde el mar, las 35 residencias se integran maravillosamente en el magnífico paisaje.
Cómo ir:
Para llegar a Polinesia Francesa desde Europa la opción más sencilla es salir de París, en vuelo de la aerolínea Air France o Air Tahiti Nui con escala. Una vez se llega al aeropuerto internacional de Tahití, y según la hora de llegada, se recomienda hacer al menos una noche en este destino para descansar del largo vuelo y conocer la capital. Otra opción, es trasladarse directamente a la isla seleccionada. Los traslados entre islas están operados por la aerolínea local Air Tahiti que incluso ofrece la posibilidad de adquirir bonos que combinan los traslados a diferentes islas.
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