Algunas personas han adoptado los viajes como forma de vida, como el objetivo principal que dirige su existencia. Muchos viajeros declaran que lo “necesitan”, que viven obsesionados con planear nuevos viajes para no enfrentarse al descontento que les supone su existencia habitual. Y ahora con la pandemia y las limitaciones para viajar, ¿qué?
El pasado año, 1.500 millones de turistas internacionales se desplazaron por todo el mundo, según la Organización Mundial del Turismo (OMT). Viajar ha dejado de ser un lujo reservado a unos pocos, para convertirse en una afición al alcance de todos y aunque la pandemia vaya a limitar los desplazamientos, las ganas de desconectar a través de un viaje -aunque sea mucho menos ambicioso de lo planificado antes de la Covid-19-, no desaparecen.
Socialmente, se ha cargado de connotaciones positivas (aprendizaje, descubrimiento, entretenimiento, socialización, relajación…) y se ha situado como una actividad prácticamente imprescindible. Ya no se viaja por el mero hecho de conocer otros lugares, sino también para exhibir ante los demás las experiencias vividas y para acumular destinos, en una especie de “competencia viajera”.
Algunas personas han adoptado los viajes como forma de vida, como el objetivo principal que dirige su existencia. Dividen su vida entre el tiempo que están trabajando y planificando, y los momentos en los que están viajando. Todo el dinero que ganan, lo invierten en sus viajes. Como ellos, muchos viajeros declaran que lo “necesitan”, que viven obsesionados con planear nuevos viajes.
El viajar se ha convertido en must have. La generalización del turismo, gracias a Internet, a la mejora de los medios de transporte y a la bajada de los precios, ha hecho que viajar sea el nuevo objeto de deseo del consumidor actual. “Ha dejado de ser un rito anual para convertirse en una moda que todos tratan de seguir, incluso aquellos que realmente no disfrutan viajando”, puntualiza el psicólogo Buenaventura del Charco.
Además, Buenaventura incide en que ahora todos pueden viajar, pero no todos pueden hacerlo de la misma forma. Diferenciarse a través de los medios de transporte elegidos, el nivel de los alojamientos y las actividades realizadas y mostrarlo en redes sociales, es la manera de declarar un estatus social y económico concreto. El postureo está alcanzando cotas inimaginables. Tanto es así que, según una encuesta realizada por Airbnb, un 57% de los viajeros se plantea cómo quedarán las imágenes de su alojamiento en redes sociales antes de formalizar la reserva.
Durante los viajes no existen horarios, no hay que trabajar, se puede improvisar sobre la marcha y es posible cambiar la forma de vestir o de comportarse porque se está fuera del entorno conocido. Esa revitalizante emoción de libertad, de hacer lo que se quiera cuando se desee, contrasta con la habitual sensación de control que las personas sufren en su día a día. Inmersos en un viaje, parece que están en una burbuja, en la que todo aparenta ser más feliz y liberador.
“Es una vía para huir de la realidad, especialmente para aquellas personas que sienten que su vida diaria les oprime o les agota”, según el psicólogo. Para ellos, viajar se convierte en una necesidad constante, en la única salida a una existencia que no les satisface. Cuando no están viajando están preparando la siguiente aventura (diseñando rutas, comparando vuelos…) y eso también les ayuda a sentirse mejor cuando tienen emociones desagradables (ansiedad, tristeza, enfado, etc.).
Pero quienes acaban obsesionándose con viajar para no enfrentarse a su descontento vital, tienen un problema. Tras “cargar pilas”, a la vuelta su existencia sigue siendo la misma y el malestar continúa, así que pensar en la siguiente escapada es lo único que les impulsa a seguir con su rutina. Así es como un hobby acaba transformándose casi en una adicción.
Sin embargo, utilizar los viajes como vía de escape, no soluciona nada. Para Buenaventura del Charco, ante una vida infeliz “el primer paso es siempre escuchar y permitirnos sentir nuestras emociones, especialmente las dolorosas. La tristeza, la rabia o la sensación de vacío vital no ocurren porque sí. Normalmente intentamos distraernos, taparlas con otras cosas, pero escuchar esas emociones nos ayuda a entender qué falla en nuestra vida, dónde está esa infección que debemos encarar”.
La problemática no está en viajar demasiado, sino en utilizar esa experiencia como comodín para experimentar un bienestar temporal, pero proseguir con la rutina sin cambiar nada.
En vez de eso, los viajes pueden ser una excelente oportunidad para pararse a pensar y descubrir que es lo que provoca infelicidad, entender donde residen realmente las dificultades y tomar las decisiones adecuadas para resolverlas.