Ante imperativos de ser productivos y eficientes por encima de todo solo cabe un único criterio decisivo, incluso en ámbitos donde tiene poco sentido aplicar el análisis coste-beneficio. El dichoso utilitarismo que tanto graderío contempla está encontrando aliados, demasiados, en determinados modos de pensar.
La pandemia pasada, cortos en recursos, se recurría a procurar el máximo beneficio al mayor número de personas para dirimir el difícil dilema ético de "a quienes dar prioridad" en las unidades de cuidados intensivos. Cierta variante de este patrón mental es el que asume que lo deseable desde el mundo ético es lo que ahorra el máximo de sufrimiento. Por ello, hoy la decisión de no tener hijos se defiende no como una mera opción, sino como un deber moral que más personas deberían imitar. ¿Por qué traer hijos al mundo si podemos evitarles todo sufrimiento y, de paso, minimizamos el daño al planeta?
Otra forma de tal pensamiento gira en torno a "no pasa nada por hacer el mal para conseguir el bien". Esto ocurre, cuando alguien cambia las palabras de otra persona, o su sentido, y así conseguir que digan lo que conviene a una causa o argumento. En vertientes más extremas, el utilitarismo se aferra a la excusa de que el fin justifica los medios para dar por buenas acciones contrarias a la dignidad humana, como la manipulación genética de embriones o su destrucción para sacar a otros adelante; encubrir delitos para salvaguardar la fama de una institución, coacciones psicológicas hacia otros, etc.
¿Qué estorba sino la dignidad? No existe razón alguna para hacer del ser humano lo que nos venga en gana. Si el ideal de una sociedad es producir en el menor tiempo posible, lo contrario es un auténtico estorbo. Ya es hora de apreciar el concepto "despacio": calidad por encima de cantidad, saborear minutos y segundos en lugar de contarlos. Si la lógica utilitarista empuja a ver cada porción de tiempo como una parcela de la que sacar frutos cuantificables, el movimiento lento invita a recuperar el gusto por la vida. La apoteosis de esta actitud anti utilitarista sería aquella estrategia que se resume en el lema "no hacer nada" y, en realidad, sí que hay que hacer algo: dejar de estimar lo que hacemos por su valor productivo y descubrir que existen muchos momentos en la vida que son "fines en sí mismos, no peldaños" hacia otras cosas.
Demasiada importancia damos al mundo cuantitativo. Cuantificar es escribir números; y allí donde existen números, es más fácil calcular si se están maximizando beneficios. Hoy este patrón se ve reforzado por el "culto a las métricas", que permite comparar multitud de datos de forma rápida…y eficaz. El problema es que aplicar tal criterio en todos los ámbitos puede conducir a resultados bastante inhumanos ya que la creciente tendencia a valorar a los empleados según criterios cuantitativos está dando lugar a un nuevo sistema de estimación social, en el que ya no importa tanto el valor del trabajo bien hecho como puntuar mejor que el resto en las métricas correctas. Lo que inevitablemente conduce a la desvalorización del trabajo. Prescindir de lo cualitativo en nombre de la productividad es seguramente una de las vías más rápidas para socavar lo humano. "Una sociedad que exige traducir todo lo que hacemos en beneficios económicos, acaba desechando desde acciones tan alejadas de lo útil como contemplar, escuchar o meditar, hasta los tiempos (descanso, diversión, familia…)y los espacios no productivos".
Nos podríamos cuestionar ¿quiénes deseamos ser? Muchas escuelas dan por hecho que lo primordial es preparar a los alumnos para el mercado laboral y asegurar que tengan el éxito suficiente para llevar una vida cómoda. En política, el compromiso cívico de quienes quieren contribuir a la regeneración ética de la sociedad, cada vez más condicionado por la necesidad de ver resultados inmediatos….
A la mentalidad utilitaria, ya vemos, le importa poco cómo son las cosas en sí. Por esto, un buen antídoto es educar en que las personas poseen un valor intrínseco y en que existen actitudes, actividades, temas en general….que son valiosas en sí mismas. El propio tiempo en el aula ya debería verse como una oportunidad para zambullirnos en el puro disfrute de la vida intelectual como un fin en sí mismo. Y dentro de todas las experiencias de formación anti utilitaria posibles, una de las más necesarias hoy es la educación de la belleza.
Makoto Fujimura, miembro del Consejo Nacional de las Artes para el Gobierno de Estados Unidos, nos dejó dicho al respecto que sobre el mundo de la belleza dos consideraciones: la belleza nos enseña que existen cosas que objetivamente merecen estima y, segundo, educar en la belleza es educar en que el valor supremo de una sociedad no es la utilidad. O en otras palabras: es educar en una comprensión de la vida más elevada que la que ofrece la mentalidad tanto produces, tanto vales.
MARIANO GALIÁN TUDELA