Llega a las librerías “La década del cambio en España (1979-1989). Crónica de los ochenta desde Madrid”, del autor Francisco José Peña Rodríguez y editado por Cuadernos del Laberinto. El libro traza una visión de la España de los años ochenta tomando Madrid como epicentro de la explicación de numerosos acontecimientos políticos (la victoria electoral de Felipe González, la entrada de España en la OTAN y la UE, la consolidación del PP como alternativa, el regreso de Adolfo Suárez con el CDS, las mociones de censura de 1989…), sociales (el terrorismo, el sida, la drogadicción, el paro…) y culturales (la movida, el fútbol, el cine, la literatura, el teatro…). En las páginas de este ensayo ameno y divulgativo se citan más de dos centenares de protagonistas de aquella década, denominada por Francisco Umbral como «la década roja». A los líderes madrileños Joaquín Leguina y Juan Barranco se suman otros protagonistas como José Mª Álvarez del Manzano, Alberto Ruiz-Gallardón, Enrique Tierno Galván, Felipe González, Manuel Fraga, Adolfo Suárez, José Mª Aznar, José Bono, Antonio Hernández Mancha, Esperanza Aguirre, Mario Conde, Florentino Pérez, Jesús Gil, Ramón Mendoza, Pilar Miró, José Luis Garci, Pedro Almodóvar, Luis Alberto de Cuenca, Almudena Guzmán, Juan Madrid o Almudena Grandes, entre otros. El libro, que además alude a acontecimientos internacionales, cuenta con prólogos del exalcalde de Madrid, Juan Barranco, y del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz Heras.
Un recorrido apasionante y ameno, repleto de análisis, entrevistas, fotografías y documentación, que representa un esfuerzo por reconstruir una época tan decisiva y vigorosa como fueron los ochenta. Sin duda, una lectura amena, interesante y fundamental sobre esta parte de la historia tan poco conocida.
¿Cómo describiría este nuevo libro y por qué lo recomendaría?
En mi opinión se trata de un libro que incorpora bibliográficamente la década de los ochenta a la historia de España. Creo que su contenido demuestra que lo sucedido hace más de treinta y cuatro años debe formar parte del análisis histórico de nuestro país y, por ello, tenemos que alejarlo del debate político: ya no es política de la Pos-transición, sino historia, con todos los matices de carácter político y cultural que se quieran plantear. Por ejemplo, tras cuarenta años, España es un aliado solvente y fiable en la OTAN; y próximamente se cumplirán también cuarenta años de nuestra incorporación a la Unión Europea, algo que cambió nuestras vidas y al país. Es prácticamente el mismo tiempo que duró la dictadura franquista, por tanto, debemos darle la importancia historiográfica que claramente tiene.
Recomiendo La década del cambio en España (1979-1989) sinceramente para que el lector recuerde cómo fue aquella década, pero también porque lo he escrito con intención divulgativa, aunque contiene mucha documentación, citas y la participación de mucha gente que vivió aquellos años. Pretendo que la gente disfrute leyendo historia.
¿Es este libro la continuación de su anterior trabajo De Alfonso XIII a Tierno Galván. Estampas del siglo XX español? Ambos con la piedra angular en Madrid.
Efectivamente, este libro parte de algunos comentarios de los lectores de "De Alfonso XIII a Tierno Galván. Estampas del siglo XX español", porque algunos de ellos se habían quedado con ganas de más al leer el capítulo dedicado a las elecciones locales de 1979 en Madrid y el prólogo de Joaquín Leguina, que hablaba de ese mismo tema desde un planteamiento muy personal. Entendí, pues, que era necesario hablar de una década poco tratada historiográficamente: los ochenta. Claro que podía haber vuelto sobre los convulsos años setenta y la Transición, pero realmente las elecciones de 1979 abren una nueva etapa y, especialmente, anticipan la llegada de Felipe González al poder. Me parecía un reto adentrarme en los ochenta cuando se cumplen más de cuarenta años del cambio.
En este nuevo libro Madrid tiene más importancia, pero la ciudad y su comunidad autónoma también son una excusa para hablar de cuestiones nacionales de orden político, cultural y social. Al fin y al cabo, Madrid es la capital de la nación y ahí se cuece todo en el plano político; incluso quien quiere ser algo en el mundo cultural tiene que pasar antes o después por Madrid. Luego está que yo he vivido veintidós años en la capital y allí me he formado académicamente, y eso siempre deja cierta huella.
Efectivamente, como su título indica, la década de los 80 fue muy significativa para la evolución y el progreso: carreteras, reformas sanitarias, legislación… Parece mentira que todo eso pasase apenas hace 40 años. Realmente fueron unos años decisivos. ¿Cuál cree que fue la reforma más importante para la sociedad española durante ese periodo de tiempo?
En los ochenta estaba todo por hacer y muchos de los asuntos que afectan a nuestra vida cotidiana vienen de entonces. Ciertamente, nada tienen que ver las carreteras y los trenes de aquella época con las autovías o la alta velocidad de hoy, pero hubo claramente un impulso político y los fondos provenientes de la Unión Europea transformaron el país en poco tiempo, aunque también hubiera aspectos negativos como la drogadicción o el terrorismo.
A nivel nacional, yo creo que la gran reforma de la década fue la universalización de la sanidad (Ley General de Sanidad de 1986), llevada a cabo por Ernest Lluch, que fue vilmente asesinado años después por ETA.
UCD y el PSOE también se esforzaron por transformar y universalizar la educación y por plantear una idea de pensiones dignas, pero ambos aspectos han sido retocados después por los partidos políticos. Sin embargo, la universalización de la sanidad está detrás del incremento de la esperanza de vida en España, entre otros factores.
Quizás lo mejor de aquella época, y yo lo echo de menos ahora, fue la disposición de los políticos para hablar, para llegar a acuerdos con altura de miras. Ernest Lluch pudo haber tardado menos en sacar la ley, al tener mayoría absoluta el PSOE; sin embargo, habló con todos, se tomó su tiempo, que fueron casi cuatro años. Yo creo que ese es otro de los hitos de los ochenta, la política de Estado.
Madrid sigue siendo y será la “primera ciudad estructurada de la vida económica y cultural del Estado”, tal y como dijo Agustín Rodríguez Sahagún. Usted es tobarreño, pero ha vivido muchos años en Madrid, ¿qué tiene esta ciudad que tanto engancha?
La ciudad de Madrid, como otras capitales de Estado, tiene sobre todo dinamismo social. Yo no estoy seguro de que actualmente tenga dinamismo económico para todo el mundo (la distancia entre el salario más alto y el más bajo es abismal, más amplia que nunca), pero sí tiene mucha vida cultural, como siempre antes. El teatro, la zarzuela o la literatura pasan ahora su prueba de fuego necesaria y obligatoriamente en Madrid, cuando antes todo eso se repartía con Barcelona. También en Madrid se tiene la posibilidad de acceder a cualquier opción cultural, desde presentaciones de libros a conciertos o performances en el Café Libertad 8, entre otras muchísimas expresiones. En el caso del mundo del libro, desde luego el evento más importante del país es la Feria del Libro de Madrid; el acto bibliográfico más significativo en lengua castellana. Y tampoco le pasa desapercibido a nadie que en unos pocos cientos de metros del paseo de Recoletos y Atocha se ubiquen tres de los más importantes museos del mundo. Ninguna otra capital de Estado tiene algo así.
Cuando Rodríguez Sahagún pronunció esa frase Madrid estaba en expansión, la economía iba bien después de algunos desajustes y en la capital había muchas oportunidades, como las que encontró mi familia en los ochenta. Actualmente, la ciudad vuelve a tener algunos problemas estructurales, como la vivienda; pero afortunadamente la vida cultural sigue siendo de las más importantes del continente europeo.
¿A pesar de ser Doctor en Filología Hispánica, parece ser la investigación histórica su gran pasión?
La lengua y literatura castellanas me dan de comer: me dedico a ellas todos los días. Y, además, me gusta impartir clases en Secundaria, que en 2024 es un ejercicio muy vocacional. Estudié Filología en la Universidad Autónoma de Madrid también por vocación y por influjo de grandes críticos literarios y poetas que, con el tiempo, acabaron siendo amigos. Lo que ocurre es que paralelamente leía mucha historia, devoraba libros de historia, especialmente los relacionados con la guerra civil. Y cuando empecé a investigar percibí que me sentía muy cómodo mirando al pasado, buceando en archivos y hemerotecas… y por ello gran parte de mi investigación, casi la más importante —si lo es algo de lo que he publicado— tiene que ver con el pasado más reciente: los siglos XIX y XX.
Durante la pandemia del Covid-19 decidí matricularme en un máster de historia contemporánea en la UNED para sacarme la espinita de tener algún título que me relacionara oficialmente con la historia. Reconozco que fue una experiencia inolvidable, instructiva y muy edificante.
Es usted amigo personal de personajes fundamentales en la historia política y cultural de España, como pueden ser Juan Barranco, Joaquín Leguina o Luis Alberto de Cuenca. ¿Cómo ha sido su relación con ellos a la hora de plantearles la investigación y entrevistas para este trabajo?
Efectivamente, el tiempo ha hecho que haya podido conocer a gente tan interesante como ellos. A Joaquín Leguina lo conocí hacia 2003 o 2004, cuando realizaba mis estudios doctorales, que luego derivaron en una tesis que le dediqué a su obra literaria. Me parece un gran intelectual, aunque también reconozco que realizó una excelente gestión en la Comunidad de Madrid. Por otro lado, leo a Luis Alberto de Cuenca desde la adolescencia, cuando me lo descubrió el desaparecido crítico de ABC y El País Miguel García-Posada, que era también director del Instituto Beatriz Galindo de Madrid y amigo mío. Al último que he conocido es a Juan Barranco, que siempre me ha parecido un político extraordinario, un gran alcalde de Madrid y, por encima de todo, un hombre muy cercano y muy honesto. Su conversación y su pasión por Madrid te hacen aprender mucho de él.
Poder contar con ellos, con su conversación y con sus recuerdos para realizar este libro es un todo lujo para mí; y lo digo en presente porque el diálogo y sus recuerdos continúan.
Considero a Luis Alberto de Cuenca como el poeta de la democracia. La poesía actual, con muchísimas voces interesantes y cargadas de genialidad, tiene un antes y un después en su poemario La caja de plata (1985). Además, se trata de un autor absolutamente conectado con las nuevas generaciones, lo cual dice mucho y muy bueno de él.
Además, este libro viene acompañado por fotografías, lo que el lector agradece y es un complemento muy interesante. ¿Fue difícil seleccionarlas?
Reconozco que no fue sencillo seleccionarlas. La tarea de escoger varias fotografías para el libro me resultó compleja, especialmente porque existe mucho material y, en algunos casos, determinadas entidades privadas cobran cantidades poco lógicas por la reproducción de sus imágenes. Afortunadamente, instituciones públicas de Madrid y el Gobierno de España, o fundaciones y legados como los de Felipe González y José Bono, resultan más razonables y, por lo tanto, más colaboradores con la investigación y la divulgación.
En el libro aparecen catorce fotografías, además de un montón de gráficos y tablas con datos, pero podían haber sido catorce imágenes distintas. Tenía claro que además de Juan Barranco y de Joaquín Leguina tenían que salir Enrique Tierno Galván y Adolfo Suárez. Ambos me parecen dos protagonistas de primer orden en la Transición, especialmente el primer presidente del Gobierno. Casualmente, me pareció ideal una instantánea de ambos en La Moncloa en 1980.
Como soy castellano-manchego, creí que debía aparecer José Bono por algún lugar, más allá de las páginas en las cuales lo cito. Encontré entre las imágenes de su legado varias con Leguina, y una de ellas tomada en Aranjuez ratifica la buena colaboración entre ambas regiones en los ochenta.
Más allá de la política necesitaba hacer un guiño a la cultura y, para mí, el cine de Garci es una parte consustancial de los ochenta. Por eso la editora y yo incluimos una panorámica nocturna de la Gran Vía, además de un fotograma de una de sus películas más notables, El Crack.
Imposible hablar del Madrid de los 80 sin mencionar la movida. ¿Cómo influyó este movimiento artístico en el resto de España?
La movida tuvo dos hitos. El primero, que nació antes de la llegada del PSOE al poder municipal de Madrid en 1979, aunque los socialistas la impulsaron: sacaron la cultura a la calle y facilitaron la puesta en escena y en libertad de todo tipo de expresiones artísticas. Por otro lado, la movida fue un movimiento contracultural que hacia 1986 o 1987 ya estaba pasado de moda, y lo poco que quedó de ella después fue oscurecido por trayectorias singulares y por el llamado bakalao de los noventa.
Aquella corriente contracultural, a pesar de no haber durado más de nueve o diez años, tuvo cierto influjo en otros puntos de España como la ciudad de Vigo y la Costa del Sol, sobre todo en Torremolinos. De hecho, todavía en 1986 se produjo el viaje famoso de un tren con artistas de la movida de Madrid a Vigo, en el que viajaron Leguina y el alcalde vigués Manuel Soto. Los excesos de las drogas, una pelea mortal en la puerta de Rock-ola y otras expresiones tan potentes como la propia movida acabaron poniendo punto final al momento cultural más significativo de los ochenta.
La movida ha pasado a la historia por la famosa frase de Tierno Galván en un acto de Radio 3 en el Palacio de los Deportes en 1983; pero fue mucho más, tanto en lo cultural como en los excesos que he citado, porque su huella y los grandes nombres quedarán ligados al momento cultural más importante de la segunda mitad del siglo XX.
“De Madrid al cielo” o “Madrid me mata”, ¿con cuál se queda?
Madrid me mata es, además de una frase muy expresiva, el nombre de una revista de la movida encabezada por Moncho Alpuente, y también el título de una obra en prosa de Elvira Sastre, por cierto un libro muy interesante que he leído hace poco.
Ahora que vivo fuera de Madrid, en la España rural, me decanto por “De Madrid al cielo”, porque es una expresión que viene del siglo XVIII, cuando Carlos III decidió reformar Madrid para hacerla la gran ciudad que sigue siendo. Pero cuando vivía en Madrid, todos los días tenía la sensación de que “Madrid me mata”.
Yo creo que esa dualidad es parte de Madrid. Su potencial cultural, su gastronomía, su vida literaria y otros aspectos, siempre ligados a la cultura, te hacen sentirte identificado con la ciudad. Pero es una gran ciudad que tiene desajustes y problemas estructurales, algunos de ellos eternos como el tráfico, la falta de vivienda, los precios, etc.