La búsqueda de soluciones rápidas y baratas lleva erróneamente a intentar adelgazar sin control médico
Las dietas estrictas pueden fomentar la anorexia o la bulimia entre los jóvenes, cuya preocupación por la imagen crece si hacen mal uso de Instagram o Facebook
En el marco del Día de la Lucha contra la Obesidad, tres sociedades científicas (SEEN, SEEDO y SEMERGEN) pusieron en marcha una acción conjunta bajo el título Stop discriminación, la obesidad también es una enfermedad, para concienciar a la población sobre la necesidad de considerar el exceso de peso no solo una cuestión estética, sino también un problema que debe ser gestionado por un profesional de la salud. Y es que tal y como explicaron los responsables de esta iniciativa, en el caso de la obesidad, no reconocerla como una enfermedad produce un retraso en la consulta sobre el exceso de peso de, como media, seis años por parte del paciente.
Estos datos y otros en el mismo sentido evidencian una tendencia generalizada a obviar la consulta con un especialista cuando se decide perder peso y seguir una dieta de adelgazamiento. Tal y como explica la dietista nutricionista Diana Díaz Rizzolo, profesora colaboradora del máster universitario de Nutrición y Salud de los Estudios de Ciencia de la Salud de la UOC, «todo el mundo come cada día y, de hecho, tomamos cientos de decisiones relacionadas con la alimentación. Esto proporciona una falsa sensación de tener conocimientos sobre cuestiones relacionadas con la nutrición y el metabolismo. Además, queremos todo para ya y entendemos como algo normal, e incluso saludable, el hecho de vivir comiendo en exceso y luego compensarlo. Por ello, cuando un profesional sanitario propone unas pautas de aprendizaje y cambios de estilo de vida —que tienen un efecto progresivo, pero duradero— en vez de un régimen estricto que ofrece resultados inmediatos pero perecederos, este planteamiento tiende a rechazarse, ya que difiere mucho de lo que la mayoría de las personas busca».
En la misma línea, Andrea Arroyo, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, comenta que vivimos en una sociedad que quiere soluciones rápidas, sin esfuerzo y, a poder ser, que, además, cuesten poco dinero, «y en este contexto, un cambio de hábitos implica precisamente lo contrario: tiempo a largo plazo y dinero para costear a un experto que acompañe en el proceso y ofrezca asesoramiento para lograrlo, ya sea un médico o un dietista nutricionista, que son los profesionales sanitarios de referencia para prescribir cambios dietéticos y nutricionales. Es por ello por lo que en la era de la inmediatez solemos tender a ser reticentes respecto a aquello que no nos promete resultados fáciles de lograr y, sobre todo, instantáneos».
Dietas cualitativas: por qué funcionan mejor que las cuantitativas
Esta falta de control profesional crea a su vez un escenario muy favorable para decantarse por opciones de adelgazamiento poco o nada saludables, como por ejemplo las dietas restrictivas, que si bien pueden ser efectivas en cuanto a la rapidez de resultados, estos no se mantienen ni a medio ni a largo plazo, con lo que resultan absolutamente ineficaces, cuando no perjudiciales.
Uno de los tipos de dietas restrictivas más generalizado es el que se basa en el cómputo de calorías (kcal), las llamadas dietas cuantitativas. Frente a ellas, Diana Díaz Rizzolo propone como opción más efectiva las dietas cualitativas —grupo en el que se encuadran, entre otras, la dieta mediterránea, las veganas, la paleodieta o la DASH—. «Consumimos alimentos y no nutrientes y, por ello, los profesionales sanitarios hacemos hincapié en la importancia de las dietas cualitativas, que consisten básicamente en realizar elecciones dietéticas saludables y en seguir un patrón alimentario variado y equilibrado, sin restricciones y en el que se incluyen alimentos con grasas beneficiosas y almidones, incluso los azúcares que están presentes de forma natural en los alimentos como las frutas», afirma Díaz Rizzolo, quien comenta también que todas estas dietas han demostrado una pérdida de peso mayor y, sobre todo, mantenida en el tiempo, ya que inducen un cambio de estilo de vida en vez de basarse en un régimen estricto.
«Las elecciones alimentarias que hacemos son consecuencia de diversos aprendizajes, estados de ánimo o creencias, entre muchos otros factores. Simplificarlo todo a un balance matemático de sumas y restas de calorías es un planteamiento totalmente erróneo», añade la experta, quien incide en la necesidad de que toda dieta esté pautada por un profesional: «Calcular los requerimientos diarios, no solo de calorías sino también de nutrientes, es tarea de un especialista (en este caso, los dietistas nutricionistas). La persona que quiere perder peso debería ocuparse únicamente de aprender, de la mano de este profesional, de qué forma adoptar este planteamiento en su día a día. Del mismo modo que no concebimos autoprescribirnos fármacos, tampoco debemos hacerlo con los tratamientos dietéticos».
Jóvenes, trastornos de conducta alimentaria… y redes sociales
Si hay un grupo de población especialmente vulnerable a este contexto que rodea la tendencia actual en lo que a modos de adelgazamiento se refiere —inmediatez, falta de rigor, eliminación de nutrientes…—, ese son los jóvenes, con el agravante de que, en muchos casos, estas pautas dietéticas erróneas pueden ser la puerta de entrada a un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), como la anorexia o la bulimia. «Este tipo de trastorno se da con mucha más frecuencia en la población femenina, especialmente entre chicas que están en la adolescencia o primera juventud (esto no significa que no haya también casos entre los hombres o en la etapa adulta). Algunos de los factores de riesgo o predisponentes que han sido descritos con mayor apoyo empírico para el desarrollo de un TCA son la presión social por lograr estar delgado; el sentirse insatisfecho con el cuerpo; la realización de dietas muy restrictivas y severas; la baja autoestima, y el haber pasado por la experiencia de sufrir burlas y atribuciones negativas respecto al cuerpo y la figura», comenta Andrea Arroyo.
Por otro lado, en este grupo de edad tienen una gran relevancia las interacciones que se establecen por medio de las redes sociales. Respecto a la incidencia directa que esta circunstancia puede tener en el desarrollo de un TCA, Neus Nuño, profesora del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil de la UOC, comenta que no puede afirmarse de forma clara que las redes sociales sean un factor desencadenante de trastornos de la conducta alimentaria, «ya que, por un lado, hay que tener en cuenta que los TCA tienen un origen multicausal y, por otro lado, no hay estudios que confirmen de forma clara esta relación. Lo que sí podemos observar es que esta nueva forma de exposición puede ser un factor más que influya en las personas que ya de por sí tienen una predisposición a sufrir este tipo de trastornos».
«La preocupación por el aspecto físico y el peso y el deseo de agradar a los demás son características usuales en adolescentes» —añade la psicóloga—. «Las redes sociales (tipo Instagram) son una vía de expresión más de estas necesidades, y en algunos casos pueden agravar esa preocupación. En el caso de jóvenes o adolescentes diagnosticados con algún TCA, sí se tendría que trabajar de algún modo esta relación con las redes sociales, y la forma en la que esa exposición afecta al control de la enfermedad».
El reto de sustituir dieta por cambio de hábitos
De la misma opinión es Andrea Arroyo, quien también apunta a Instagram como la red más perjudicial en este sentido y explica que el uso de estas nuevas formas de comunicación (unas más que otras, como por ejemplo Snapchat) aumenta el riesgo de desarrollar ciertos tipos de problemas psicológicos como los trastornos alimentarios, la ansiedad y la depresión. «Más concretamente, el mal uso de Facebook también se ha relacionado con una mayor insatisfacción corporal y un aumento de la preocupación por la delgadez y la imagen».
En cuanto al tipo de mensajes que habría que transmitir a la población en general y a jóvenes y adolescentes en particular para que, más allá de la estética, establezcan una relación sana con la comida, Neus Nuño afirma que hay que trabajar sobre todo la desvinculación entre dieta y pérdida de peso, incidiendo en la idea de que no hay que seguir un régimen restrictivo para bajar de peso. «También hay que sustituir el concepto de dieta por el de cambio de hábitos alimentarios, transmitiendo mensajes centrados en la necesidad de cuidarse para sentirse mejor, estar más ágil, más sano, tener mejores digestiones, disfrutar con la comida, comer sin ansiedad, mejorar la relación con la comida, etc.; en definitiva, dejar de lado la báscula, que solamente genera ansiedad».
Para Nuño, es también importante remarcar que un cambio de hábitos debe implicar no solamente la parte alimentaria, sino también la introducción de pautas saludables en general (actividad física, relaciones sociales, autocuidado, etc.), «y, finalmente, advertirles de que si quieren empezar a cuidarse y realmente lo necesitan, deben asesorarse por un profesional dietista nutricionista y nunca hacer dietas por su cuenta, ya que estas a la larga pueden no ser efectivas. La mayoría de las dietas restrictivas no favorecen una buena relación con la comida y, además, generan ansiedad y frustración».