Soy Rebin, tengo 22 años, nací en el Norte de Irak, en una región que se llama Kurdistán, en una familia de rito oriental caldeo, que viene desde el primer siglo de existencia de la Iglesia. En mi país está Ur –de donde salió Abraham, Nínive, Babilonia, etc.– en España sois mayoritariamente latino/romanos, tengo una hermana.
Al tener 12 años, mi familia decidió ir a vivir a Erbil, donde están ahora la mayoría de los refugiados cristianos por la guerra que antes vivían en Mosul. Durante la adolescencia, entré en una rebeldía que me llevó a no poder tener las relaciones adecuadas con quienes me rodeaban, especialmente con mis padres, y dejé de frecuentar la Iglesia, cosas de las que ahora me arrepiento y mucho.
Pero un día, en clase de lengua –aramea, claro, que es la nuestra, además de la oficial, que es el árabe, y la de la región, que es el kurdo-, el profesor me anunció el amor de Dios y me invitó a escuchar las Catequesis del Camino Neocatecumenal, y fui. Al escuchar esas catequesis experimenté que me ayudaban a poder pedir perdón a mis padres y a las personas que estaban a mi alrededor, con lo que comencé a ver los frutos que Dios puede hacer cuando uno se lo permite, especialmente, el poder amar al otro.
Este cambio en mi vida despertó en mí una enorme gratitud al Señor, me llevó a estar dispuesto a cumplir su voluntad, que siempre es mucho mejor que la mía. Después, durante la JMJ con el Papa Francisco, en 2013, en Brasil, escuchando la predicación nació en mí el deseo de anunciar el Evangelio, llevando todo lo que había recibido gratis a los más necesitados, y es por ello que estoy hace ya dos años en proceso de formación en el Seminario Diocesano, Misionero e Internacional Redemptoris Mater de Murcia. Estos dos últimos años yo mismo he podido anunciar estas catequesis a mis hermanos cristianos perseguidos y desplazados, que han tenido que abandonar sus casas por amenazas contra su vida, y vivir en tiendas de campaña.
En este Seminario convivimos jóvenes –y no tan jóvenes- de diversas naciones, preparándonos para la misión, y veo cómo la fe nos permite tener un mismo espíritu, por encima de nuestras diferencias culturales, de idioma, etc.
Espero que el Señor me siga ayudando y confirmando en la vocación, pues sé seguro que su voluntad es siempre para mí, y para todos, lo mejor.