Opinión

Estados Unidos y la protección europea

El sentido de mis letras...

Arthur H. Vandenberg, senador estadounidense, dijo al poco de acabar la Segunda Guerra Mundial : “La política partidista debería detenerse en la orilla del agua”.

Desde entonces, el llamado “vínculo transatlántico”, la estrecha cooperación entre Europa y Estados Unidos, también o sobre todo en defensa, ha sido el eje sobre el que ha girado la seguridad, la prosperidad y la identidad política de Occidente.

Recientemente, sin embargo, esa alianza que nació como un compromiso moral entre naciones con los mismos valores y se consolidó como un proyecto estratégico, parece enfrentarse a una transformación profunda.

¿Estamos ante una posibilidad de ruptura real, o ante un cambio inevitable de un lazo que, ahora, parece que no se sostiene por ideas, sino por interés? El vínculo transatlántico nació de la destrucción ocasionada por la Segunda Guerra Mundial.

Con el Plan Marshall (1948), Estados Unidos no sólo impulsó y financió la reconstrucción de la economía europea, sino que creó un modelo político y económico basado en la cooperación, la apertura comercial y la defensa compartida de la democracia liberal.

Aquella ayuda, que hoy equivaldría a más de 150.000 millones de dólares, no fue un gesto desinteresado, sino una inversión en estabilidad, una forma de contener la expansión soviética y de abrir mercados al poder industrial norteamericano.

Un año después, en 1949, se firmó el Tratado del Atlántico Norte, origen de la OTAN.

El Artículo 5 consagró la idea de seguridad colectiva al afirmar que “un ataque contra uno será considerado un ataque contra todos”, y como consecuencia, Estados Unidos consolidó su liderazgo político y militar sobre Europa Occidental..

Desde ese momento y durante toda la denominada Guerra Fría, la alianza atlántica fue un escudo frente al comunismo y una expresión del mundo libre.

El éxito del plan significó prosperidad económica y contención militar, pero también se construyó una dependencia que, en el siglo XXI, empieza a volverse incómoda.

En los años 90, tras la caída del Muro de Berlín, se pensó que el «vínculo transatlántico» había perdido buena parte de su importancia, al considerarse que la amenaza rusa había desaparecido.

Estados Unidos se enfocó en el Pacífico y en Oriente Medio, mientras que Europa lo hizo en su integración interna, específicamente en el fortalecimiento del euro y la expansión hacia el Este.

Las intervenciones de la OTAN en los Balcanes, Irak y Afganistán mostraron su eficacia militar, pero cada vez menos cohesión en lo político.

Llegó un momento (y no fue con Trump) que Estados Unidos ocasionó las primeras fisuras significativas al considerar a la OTAN más como un contrato de prestaciones que como una comunidad de valores.

Esa visión supuso un cambio crucial, ya que negaba un cierto grado de automatismo en las decisiones a tomar para la defensa europea.

Cuando Macron habló sobre la “muerte cerebral” de la OTAN, en 2019, no era tan sólo una provocación francesa, sino un acertado diagnóstico de la situación.

La mal llamada pandemia del coronavirus, el conflicto ruso-ucraniano y las tensiones comerciales han acelerado el debilitamiento del vínculo.

Europa se ha hecho consciente de su dependencia energética y militar y Estados Unidos de su fatiga como gendarme del mundo occidental.

Ahora no hay entre ambos tan sólo un océano, sino también una creciente diferencia de prioridades. El nuevo vínculo atlántico se basa en la conveniencia pragmática.

Estados Unidos exige a sus socios europeos un esfuerzo mayor en defensa, mientras Europa habla, con poca convicción de “autonomía estratégica”.

Se pone en duda la protección de países que no alcancen los objetivos presupuestarios, y eso ha reabierto un debate impensable hace veinte años : ¿respondería Estados Unidos decididamente ante una agresión rusa en el Báltico? Pues no lo sé, porque Trump algo de razón tiene en lo de la aportación del 5% de todos los miembros de la OTAN.

A pesar de las dudas políticas, la OTAN se ha revitalizado militarmente, ya que la guerra de Ucrania ha impulsado el rearme europeo, la cooperación en inteligencia y la coordinación industrial.

Europa, que durante décadas delegó su seguridad, empieza a comprender que su supervivencia exige más voluntad y menos retórica. 

Noticias de Opinión

Moisés Palmero Aranda

“Nos acompañan tantas injusticias, que necesitamos la fuerza del amor, para que los enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación”