Plaza, tienda y bar forman un trío de objetivos necesarios que debemos cuidar para no dejar morir a los pueblos pequeños. La lectura y la escritura alejan a uno del “agobio intencionado” de las guerras en curso y de la oscura ruina de la política nacional e internacional.
Hubo gentes que se evadieron hace décadas de los conflictos nacionales e internacionales, y se establecieron, por ejemplo, en pueblecitos de la Alcarria, donde narraron su estancia, y hasta fallecían allí.
Eran escritores y periodistas de batalla, curtidos en golpes de Estado y revoluciones, pero en esos pequeños pueblos encontraron refugio, sosiego, tiempo para leer y escribir, bellos parajes y caminatas a diario.
Muchos autores versados en literatura de todo tipo siempre acaban por releer “El Quijote”, porque es su libro de cabecera, su compañía y su consuelo cuando las noticias de cada día aturden y alarman.
Y es que “El Quijote” habla de pueblos que declinan en la ancha España y la sangría poblacional que aflige a la «España vaciada» : Miguel de Cervantes, a su manera, fue testigo de las singularidades y contradicciones de esos pueblos y aldeas.
Otros autores coinciden en su estimación de los pueblos pequeños, sus gentes, sus necesidades y sus problemas.
Vivimos el cada vez más rápido empobrecimiento de los pueblos, con unos amagos de esperanza casi utópica traducidos en crear viviendas para poblarlos, lo cual es como “empezar la casa por el tejado” : antes sería preciso mejorar sustancialmente la gama de servicios de proximidad necesarios en todos los órdenes de la vida : salud, seguridad, enseñanza, comunicaciones, trabajo, comercio...
«Hay un desequilibrio enorme entre la cantidad de proyectos de financiación, desarrollo e innovación en torno al mundo rural y la materialización de éstos en el día a día de quienes lo habitan».
Alimentar la esperanza de esos pueblos centenarios con viviendas para ocupaciones de temporada y vacacionales no soluciona los problemas, más bien aumenta los que padecen algunos vecinos ante las pacíficas pero cansinas y alborotadas invasiones de ciudadanos en las fiestas del año y en las vacaciones.
En algunos de esos pueblos resulta difícil disfrutar del vivir en silencio y en paz, disfrutar de todo momento, disfrutar del lugar idílico y armónico, disfrutar de aprovechar el tiempo que queda...
Entonces me acuerdo del valiente Don Quijote, acompañado de su fiel Sancho, como símbolo del respeto auténtico a todo lo nuestro, la parte más descuidada de lo que es España, sus viejos pueblos pequeños : comunitarios, cuerdos, sobrios, económicos, somnolientos y pacíficos..., y así también los soñaban Miguel de Unamuno, Ángel Ganivet o José Ortega y Gasset.
A Don Quijote le gustan los caminos rurales, las plazas y las posadas o ventas de los pueblos, y siempre junto al buen Sancho (contrapeso y equilibrio de su amo), quien es amigo de las tabernas y el buen vino..., y de eso se desprende que ambos conciben el respeto al uso de la tienda del pueblo y el bar, y a la necesidad de su existencia.
Imagino a Don Quijote con su lanza defendiendo el uso amable de las calles y la identidad del pueblo en sí, que se simboliza en la plaza.
También imagino a Sancho, el principio de la realidad, ocupándose de que no falten alimentos en la tienda y bebidas en el bar, un espacio acogedor y propicio donde se produce la comunicación vecinal entre juegos de cartas y charlas a gritos..., y si hace falta, también lugar comunitario para tomar decisiones que interesan a todos los habitantes.