El mundo rural sigue sufriendo las consecuencias de estos incendios mal llamados forestales, dado que también afectan a zonas agrícolas. Abordar el reto del fuego no es sencillo, y menos en un medio tan intelectual y efectivamente lejano y menospreciado como el rural. Las soluciones más efectivas siguen encontrándose en la prevención, pero, aunque sabemos que esta es siempre preferible a las actuaciones de urgencia, extinciones, en materia de incendios parece que este conocimiento se evade o, incluso, se invierte.
Centrarnos en la causa del incendio, en la culpabilidad de las especies que habitan los bosques, y apostar por más represión, parece ser la solución mágica de bastantes que adoptarían la posición opuesta si de temas sociales o sanitarios se tratase.
Todo ello se aliña con el argumento climático, tan incuestionable como estéril dado que por el mero hecho de apelar al mismo no se soluciona el problema. Aquí y ahora, somos responsables de abordar los problemas presentes en territorios concretos. Por mucho que avancemos en la transición energética, nos quedan lamentablemente muchas décadas con un clima complicado por delante.
El cambio climático no es la causa del reto de los incendios, no, sino que los exacerba y los hace más virulentos. Con un clima como el de hace cuatro décadas, la densidad de la masa forestal, su continuidad horizontal, la falta de accesibilidad y su estado de manifiesto abandono en un territorio prácticamente deshabitado serian ya una tremenda irresponsabilidad. Recordemos que los bosques han crecido en España en menos de 50 años un 65% en extensión y un 338% en biomasa acumulada y ocupan actualmente casi un 40% del territorio.
Solo existe una solución, que pasa por crear paisajes mucho más resilientes recuperando la gestión forestal, ganadera y agricultura extensiva, así como la población en las zonas que el éxodo rural ha desangrado. Esto requiere cambios substantivos en la forma en que se asignan los presupuestos públicos, en la que se reconocen derechos de propiedad más allá de la tenencia habitual también a los servicios generados, en la que se planifican las infraestructuras y en la que se trata al medio rural superando toda inercia de tutela paternalista.
Hemos utilizado el medio rural casi siempre de forma gratuita para cualquier necesidad de la población urbana sin mínimas contraprestaciones. En él se ubican los aerogeneradores, parques solares y vertederos. Alojan los embalses que han sido claves para el suministro eléctrico y de agua de regadío y potable. Ahora que las concesiones eléctricas de estos se extinguen, ¿por qué no cederlas a los municipios donde están ubicadas?
¿Nos hemos parado a pensar por qué las piernas de un futbolista conocido valen mucho más que los presupuestos forestales de una comunidad autónoma? ¿Por qué si los bosques españoles secuestran el 20% de las emisiones de CO2, este servicio clave para alcanzar la neutralidad en carbono no comporta retorno alguno para los dos millones de familias y las más de 3000 entidades locales propietarias de montes?
La Unión Europea se dedica a restringir innecesariamente la gestión forestal sin competencias formales para ello. Sin embargo, impide que los bosques entren más allá que de refilón en la PAC cuando su aportación en términos de servicios ambientales y vertebración de las zonas más remotas y despobladas de su territorio supera con creces a la agricultura, que obviamente también merece apoyo, pero no en la proporción actual de 99% a 1% respectivamente.
Si recuperamos la gestión proactiva del territorio no solo ahorraremos en incendios, sino que tendremos más agua en ríos y embalses, más bioproductos neutros en carbono(madera, corcho, esparto…), menor concentración de la población en la metrópolis, un patrimonio rural mejor conservado y unos alimentos mucho más saludables.
La ciencia nos confirma que las zonas formalmente protegidas se queman más. Por ello, no debemos pensar que una protección formal legal ya comporta de por sí la preservación de un entorno para prestar mucha más atención a su estado real y el de las poblaciones que allí desarrollan su proyecto vital. La investigación en los trópicos ha demostrado que allí donde se empodera a la población local, los bosques se preservan mejor.
Todo es asunto de pensar si merece la pena de cambiar clichés.
VALORES REGIÓN DE MURCIA