"Al acabar la función de "Historia de una escalera", a Buero Vallejo (1916-2000) se le oía decir: Creo y espero en el hombre, como espero y creo en la verdad, en la belleza, en la rectitud, en la libertad".
Ya que la ausencia de buena cultura anda escasa, a nuestra memoria histórica no se le debe ocultar uno de los más importantes dramaturgos europeos, ganador del Premio Lope de Vega y del Premio Cervantes del 1986. A puntito estuvo del Premio Nobel de Literatura. Cabe enmarcarlo como un hombre realista, esperanzador y, por supuesto, para ejemplo de los que pululan por los graderíos de los olimpos sin dar un palo al agua, políticamente correctos, de realismo chato y vuelo bajo, podríamos decir de él,Buero, gran lector de Unamuno y un joven espectador de algunos estrenos de Lorca, sigue una gran tradición española iniciada por Fernando de Rojas o Calderón alrededor del mundo de la tragicomedia.
Un atractivo de su proceder, para el que les escribe estas letras, sin duda alguna gira en torno a su encarcelamiento tras la guerra civil y, al salir en libertad condicional no buscaría el exilio. Su decisión de vivir con sus compatriotas y dirigirse a ellos fue toda una aventura de caballero, de un rebelde "con causa". En aquel tiempo, a tal acción se le llamaba "posibilismo": el empeño por estrenar obras de teatro y llegar al público a pesar de las trabas. En tales obras, con la que caía, no iban enjardinadas de canciones épicas, sino con el desgarro de quien ha estado muy cerca de la muerte y viendo, como decía él, "el horror de los hunos y de los hotros". Nos vendrían de perlas, hoy en España, dramaturgos de tal valía, pero…no lo esperen.
En principio, al hablar de tragicomedias, Buero se las sabía "todas". Deja espacio suficiente a la visión optimista de la vida y, al igual que Camus, "la vida podría ser absurda, pero merecía la pena vivirla". Posee la ilusión de acercarse a la voluntad de cerrar heridas y contemplar aquella tragedia bajo el signo de la paz, la piedad y el perdón. "La historia de una escalera", "Antígona", "El zoo de cristal", Buero pensaría que en un tiempo de destrucción como el que vivía, tras una guerra civil y otra mundial de dimensiones apocalípticas, a un dramaturgo solo le era moralmente permisible escribir tragedias. En su caso: el asesinato de su padre en Paracuellos del Jarama, el hecho de combatir al lado de quienes lo habían ejecutado, su activismo en la clandestinidad tras la victoria de Franco, la consiguiente condena a muerte que finalmente le sería conmutada, la estancia en prisión durante casi siete años….daba lo suficiente.
Como un "señor", todo lo ocurrido desde 1936 ha generado en Buero una honda catarsis y, sin abdicar de sus ideales de libertad y justicia social, va dejando numerosos testimonios en su teatro de la reciente carnicería entre españoles. Por su parte, "Las palabras en la arena" sobresalta a la vista. Inclinada al mito, la leyenda, la historia…Dramatiza en ella un tan enigmático como sugerente pasaje, protagonista de la acción. Paradójicamente, entre tanto drama santurrón como promovió el nacionalcatolicismo, es un agnóstico quien pone sobre las tablas la mejor obra de teatro religioso de la posguerra. Homero le sugiere "la tejedora de sueños". El Marqués de Esquilache, en 1958, le depara otro gran éxito "un soñador para un pueblo", dedicada a la luminosa memoria de D. Antonio Machado, que soñó con una España joven.
Nos deberíamos cuestionar ¿cómo un autor con sus antecedentes podía seguir estrenando, con mayores o menores dificultades, aunque de forma regular, obras tan socialmente avanzadas, tan distantes de la corrección política de entonces? ¿dónde radicaba su secreto para burlar a la siniestra institución? No había secreto. Sí había ingenio, el ingenio que aconsejaba Lope de Vega a los jóvenes poetas "en la parte satírica no sea/ claro ni descubierto, pues que sabe/que por ley se vedaron las comedias/por esta causa en Grecia y en Italia.
Tirando más de la cuerda, de los años, rompería todos los récords de permanencia en cartel y, aunque ciertos críticos quisieron desacreditarlo e, incluso, empañar su ejecutoria tan exitosa como intachable durante el franquismo. Alguien llegó a decir que, sin la censura, su teatro había perdido energía e interés. Él, sin embargo, siguió leal a su credo poético, poniéndolo al servicio de la realidad cambiante del país y, ello lo podemos apreciar en "Jueces en la noche" donde expone los problemas de la Transición en sus inicios, los atentados terroristas, las amenazas involucionistas, es decir, el clima previo al golpe de Estado de 1981.
Sirva desde aquí mi más agradecimiento a un personaje español que, aunque se le ha ladeado con frecuencia, su verdad, realismo y belleza desde sus obras, las seguimos respirando en el ambiente de hoy que, nuestra cultura, antes de lo que hoy dice llamarse, la cultura española, en todas sus facetas, andaba por Europa como "Perico por su casa".
Lo mismo, si rebuscamos lo suficiente, alguna que otro libro de nuestro Buero Vallejo nos podría servir para el verano que se nos acerca.
MARIANOGALIÁN TUDELA