Educador ambiental
Celebramos el Día del Libro Infantil y Juvenil con un nuevo e ilusionante proyecto del Aula de Ecología, que mezcla naturaleza y cuentos para pasar a la acción: la I Semana de Literatura y Educación Ambiental.
Al final serán dos semanas; participarán 8 centros educativos y unos 1400 alumnos de todas las edades en 11 actividades, 9 jornadas, 26 sesiones de narración oral, 2 limpiezas de playas y 1 actividad familiar.
A raíz de este proyecto leíamos un titular que, aunque refleja nuestras palabras, nos cautivó, por su fuerza, claridad e ir directo al lector: El poder de los cuentos como herramienta para cambiar el mundo. Puede parecer exagerado, un ejercicio de marketing, pero tanto la literatura, en todos sus géneros, como la educación ambiental son dos armas, como Celaya decía de la poesía, cargadas de futuro, porque tienen la capacidad de transformar a la persona, para transformar su entorno, el pueblo, la comunidad y, por consiguiente, el mundo.
Sabiendo de su poder, también se utilizan como armas de adoctrinamiento, de destrucción masiva, para taladrarnos el subconsciente y tatuarnos en la piel miedos, creencias y roles difíciles de eliminar. Un poema de José Agustín Goytisolo lo plantea muy bien y esta semana que se ha aprobado, de forma torticera, sin datos científicos, a traición, la caza del lobo al norte del Duero, es adecuado recordarlo.
Érase una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés.
Gracias a los cuentos, historias para niños, como se les denomina para restarles importancia, crecimos con el convencimiento de que los lobos son malvados, se comen a preciosas niñas con caperuzas rojas, son capaces de soplar y soplar hasta tu casa derribar y, para salvar a la abuelita y ser felices, comer perdices y tener dulces sueños, debemos destriparlos o acribillarlos a balazos.
Tanto han calado, que los adultos, sin haber visto un lobo en su vida, se estremecen solo de imaginarlo. Lástima que los políticos que ahora toman las decisiones no vieran los capítulos que le dedicó Félix Rodríguez de La Fuente y basen sus argumentaciones en cuentos trasnochados que enarbolan cual tratados científicos.
Que las abuelas los contasen es entendible; eran otros tiempos, otra visión de la naturaleza, otra realidad y otros conocimientos científicos, pero que sus nietos sigan repitiéndolos pone de manifiesto su incultura, que ellos no han evolucionado como sí lo han hecho los cuentos, su poca confianza en la ciencia y que tienen en el beneficio económico su objetivo prioritario. Si con lo que está cayendo, no entienden la importancia de encontrar el equilibrio entre hombre y naturaleza, entre economía y conservación, ante mis ojos se convierten en avariciosos capitalistas y vulgares terraplanistas.
Estos son los que para llenar sus bolsillos urbanizan ramblas y cauces de ríos y luego lloran ante las riadas, los que asfaltan bosques y se cuecen de calor en sus preciosos jardines, los que alicatan la costa y reclaman espigones, los que fumigan cunetas y luego crían insectos para polinizar sus cultivos, los que cortan el arbolado urbano y ponen toldos para dar sombra, los que desecan humedales, tiran nidos de golondrinas, matan murciélagos y se quejan de los mosquitos, los que eliminan al lobo y gimen por los daños del jabalí y la cabra montés, los que sobreexplotan los acuíferos y sacan a los santos para que llueva y los que generan residuos que terminan envenenándolos.
El lobo es un animal salvaje, con instinto cazador, que genera algunos problemas a los ganaderos, todos económicos, evitables, evaluables y compensables. Pero son más los beneficios ecosistémicos que nos da como gran depredador. Mantiene las cadenas tróficas equilibradas, evitando que otros animales se coman plantas y destruyan ecosistemas vitales, que en su ausencia provocarán la aparición de plagas y enfermedades, e incluso, como ocurrió en Yellowstone hace apenas 100 años, se desvíe el cauce de los ríos.
Por eso seguiré confiando, creando y contando cuentos que reflejen la realidad que nos ha tocado vivir, que busquen el equilibrio necesario para la vida y que no nos hagan elegir entre hombre y naturaleza, con la esperanza de que estos niños que nos escuchan se conviertan en dirigentes más cabales que los actuales y no legislen a fuerza de talonario.
Gloria Fuertes continuó años más tarde el poema de Goytisolo, y sus versos son perfectos para terminar mi opinión: El lobito malo les metió en la guerra, y no quedó pueblo ni árbol en la tierra.