Opinión

Democracia, pluralismo y… algo más

Entre los escombros del siglo XX seguimos encontrando hoy las auténticas hienas que día tras día amenazan cualquier espacio político. El vacío dejado por el humanismo ahora lo lidera todo quisque sin fundamento alguno Así, se está llegando a considerar que hoy, Occidente hace aguas en todo lo referente al mundo de la ética y moralidad en las democracias liberales, esas que se aúpan desde Bruselas sin argumentos válidos que las consoliden. No solo el mundo socialdemócrata patina. La creciente inquietud al ver la desembocadura del relativismo ético que van adoptando las ingenuas democracias da mucho que decir. Problemas como la exclusión social de los más vulnerables, el respeto a la vida, criminalidades y tantas otras hace pensar en la maliciosa medida sobre el mundo de las Humanidades que en tiempo de Rajoy fueron al traste.

No me negarán que la democracia occidental, las lideradas por los de enfrente del mundo socialdemócrata necesitan hoy un reconstituyente ético. Cabe preguntarnos si la democracia podría tener en un cercano futuro una base sólida ética. Hace unos años pude presenciar en Madrid un mano a mano con dos figuras europeas de Ciencias Políticas: una noruega, investigadora de la Universidad de Oslo, Janne Haaland, y el francés Philippe Bénéton, Universidad de Rennes. Haaland argumentaba con poderío que la democracia occidental había perdido una gran parte de su base ética, pues resolvía tales cuestiones con criterios demasiado pragmáticos, donde el papel del Estado es de árbitro, bastante minimalista, sin valores algunos. Así, el Estado liberal no puede tratar cuestiones de valores, los cuales son enviados a la esfera privada. La omisión del debate ético, para decidir sólo en función de una opinión mayoritaria, puede dar lugar a una "tiranía de la mayoría". Tal problema lo mencionaba J.S.Mill Tocqueville y algunos más. "Es necesario que exista protección también contra la tiranía de la opinión y sentimientos predominantes contra la tendencia de la sociedad a imponer sus propias ideas y prácticas como reglas de conducta a los que disienten de ellas.

Nuestra investigadora de Oslo seguía apretando las clavijas cuando argumentaba que "la idea de que la ley está relacionada con la justicia, por lo cual es superior y más importante que el proceso político, que está en la base de todo el pensamiento acerca de la democracia constitucional" fue seguida de una multitud de ovaciones. La persistencia de este legado en el propio modelo liberal democrático desvela algunas contradicciones inherentes al sistema: Por una parte, la política se concibe como independiente de los valores, no ligada por más normas que la simple expresión del punto de vista mayoritario; sin embargo, las Constituciones de estas democracias afirman valores fundamentales. Asimismo, todas las democracias occidentales han suscrito declaraciones universales de derechos humanos. Por lo tanto, en las mismas instituciones de la democracia liberal está implícito el respeto a unas normas superiores. Por ello, advertía nuestra investigadora de Oslo: "cuando las mayorías deciden en temas éticos básicos sin respetar estas normas superiores, sin duda, existe una usurpación del sistema".

Por otro lado, Bénéton, argumentaba que "el ciudadano tiene un papel social que desempeñar, que no se confunde con el individuo que opera en el mercado o que responde a un sondeo". "Muchas veces los asuntos se deciden por presiones de minorías activas que logran crear una opinión dominante por encima de la opinión común".

Afirmar que la democracia misma cae o se sostiene según los valores objetivos que de hecho encarne y promueva, es servir de verdad a la democracia participativa y plural. La democracia y el pluralismo de grupos e ideas que ella presupone y respeta, no tiene por qué ir unida al relativismo epistemológico y ético. Este es justamente el mayor peligro que hoy la amenaza. Hemos de distinguir entre pluralismo relativista y pluralismo democrático.

La verdad accesible a la razón y proclamada a lo largo de todos los tiempos desde la moralidad nos viene diciendo que existen unos valores objetivos que proceden de la dignidad inviolable de la persona humana, como único fundamento sólido sobre el que puede sostenerse la democracia y el respeto a toda persona, incluso si éstos, mantuviesen opiniones erróneas. Hemos de recordar siempre que toda persona conlleva una dignidad inviolable, en la que se ha de basar la verdadera tolerancia. Ello no quiere decir que la verdad sea simplemente lo que cada uno crea que es verdad y que, por ello, nadie está sujeto en su vida y su conducta más que a su propio modo de ver el mundo.

Todo el ser del hombre, de la mujer, su razón, para los cristianos, participa del ser de Dios y de su sabiduría. Ante tal motivo, allí donde se niega al Ser Creador, pueden desarrollarse "valores auténticos" que no "pueden ser relegados o desdeñados sin palmaria injusticia" y que deben ser buscados y respetados por todos.

Unos valores que, nacidos o alimentados en el terreno fértil de la tradición cristiana de Occidente, pasaron a constituir el patrimonio moral de nuestra sociedad, aunque ello no le guste escuchar a Úrsula von der Leyen y los suyos, compartido por casi todos, con independencia de ideologías y de confesiones religiosas.

Se habla de "esfera pública" y "esfera privada": contraposición insostenible, ya que el bien común, que es el bien de toda acción pública, no es otro que el bien de las personas que componen el cuerpo social. Así, la acción encaminada a conseguirlo habrá de regirse también por los criterios que emanan de la dignidad de la persona humana. La cosa pública no puede ser concebida como objeto de una mera ingeniería social supuestamente desligada de la verdad y de los bienes de mujeres y hombres.

El respeto de la conciencia hacia la verdad es sentido cada vez más como fundamento de los derechos de la persona. Todos nos hallamos en tal camino, pero en diversos estadios y maneras. Por ello, ante tal diversidad, es necesaria la tolerancia y el respeto del pluralismo democrático. Pero no se puede olvidar que el sujeto "moral" tanto de lo público como de lo "privado" es el mismo, por lo que la necesaria distinción entre ambos ámbitos no puede significar nunca su disociación.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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