Opinión

Mayores & exclusión social

Si la edad de nuestros mayores ha hecho mella y ha perdido parte del prestigio y la autoridad de los que gozaba en el mundo tradicional se debe sin duda a los cambios sobrevenidos como consecuencia de una modernidad sesgada, que, tras poner en circulación los principios de igualdad y libertad, se ha estancado en una visión de las relaciones sociales dominada por criterios abstractos, economicistas, prácticas y formas de organización que atienden solo a medidas funcionales y de pura productividad, y ello genera entretanto un número incontable de excluidos.

Para los que rozan los cincuenta puede cobrar protagonismo las éticas del cuidado, que ponían en el centro la cuestión de la dependencia pero, sin embargo, proyectada en la esfera pública del hoy, tal aproximación presenta el riesgo de consagrar la división de los ciudadanos en productivos y dependientes, inadecuada para apreciar la multiforme contribución de las personas mayores. Por un momento reflexionen: la oscilación entre asistencialismo y autonomía, entre cubrir las necesidades de los más frágiles al mismo tiempo que se reconoce la capacidad de quienes se valen por sí mismos, nos deja al descubierto una deficiente integración política y estructural de los principios de libertad e igualdad, que, a nuestro juicio, solo encuentra remedio cuando entra en juego y se vuelve socialmente operativo el más olvidado de los ideales modernos: el de la confraternidad (la tan llamada fraternidad).

Pueden entender "confraternidad" como un principio de comportamiento que, sobre la base de una igual dignidad de las personas, tiene presentes sus diferencias individuales. No es lo mismo joven que mayor, tener salud que no tenerla. Nada de esto se deja aferrar por formas binarias de pensar, que multiplican sin cesar la lista de los excluidos. Ante la cultura del descarte, esta confraternidad constituye una articulación práctica de los principios de subsidiaridad y solidaridad.

Como principio de inclusión social, tal confraternidad conduce a reconocer y valorar los múltiples modos en que todo ciudadano contribuye al desarrollo de la sociedad no solo en términos económicos, sino humanos. Las personas más necesitadas, con su mera presencia, reclaman de nosotros una respuesta y nos revelan nuestra mayor o menor humanidad. Ello nos conduce a la cuestión más amplia sobre cómo hacer nuestras sociedades inclusivas para todas las personas, independientemente de su "productividad". Algo que, en la práctica pasa por revisar el modo en que afrontamos y organizamos el trabajo, haciendo que sus dimensiones específicamente humanas prevalezcan sobre las mercantiles.

Ciertamente; ni todos los valores que se ponen en juego en el trabajo humano se reducen al precio que adquiere en el mercado, ni todas las formas de contribuir significativamente a la marcha de la sociedad se deciden en el terreno de la economía productiva. Lo múltiples modos en que los mayores contribuyen de hecho a sostener la vida familiar y ciudadana representan una prueba evidente del valor social de muchas actividades que no cuentan estrictamente como trabajo productivo.

Es patente, sin embargo, que la práctica del cuidado sostiene de hecho la economía productiva tanto como esta última sostiene la misma práctica del cuidado. Mucho depende, en efecto, de que los trabajadores vivan "libres de cuidados" mientras están en su puesto de trabajo, porque sus familiares están bien atendidos. Y mucho depende de que los sueldos alcancen para pagar esos cuidados a cargo de profesionales bien formados, tanto desde lo técnico como humano.

Según esto, profundizar sobre la forma que debería adoptar una sociedad acogedora con las personas mayores constituiría un aspecto estratégico de una reflexión más amplia sobre los distintos modos en que tanto el trabajo productivo como el de cuidado estructuran la vida personal y social. En las condiciones propias de las sociedades modernas, esa reflexión es inseparable tanto de la profesionalización del cuidado como de un modelo social que, poniendo en el centro a las personas, asegure el refuerzo recíproco del sistema productivo y el de cuidados.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz