Opinión

"Nuestros árboles"

Las alarmas ciudadanas de los últimos años nos han acostumbrado a temer la progresiva reducción de los bosques, de nuestras calles en Murcia, en España, en Europa. Las talas imprudentes, la dejadez en plantaciones, la desertización…todo conspira contra la supervivencia de los bosques y todo aquello que marche a su alrededor. Por ello, de vez en cuando, saltan las sorpresas, al menos para los profanos, enterarse de que en los últimos cincuenta años las superficies de bosques, por ejemplo, en Francia, han crecido de 11,5 a 16 millones de hectáreas, de modo que actualmente ocupan más de la cuarta parte del territorio. Muchas zonas de Europa, así, han vuelto a la Edad Media. La Región de Murcia, la misma ciudad de Murcia y sus alrededores, ante esto, sigue dejando mucho que desear.

Tal reconquista francesa ha sido fruto de la política de fomento llevada a cabo por los Ministerios competentes. Sin embargo, el éxito cuantitativo tiene sus efectos perversos, hasta el punto de que el avance de nos presenta hoy como una mala noticia. Cada vez más el crecimiento de las grandes arboledas se hace en detrimento de la actividad agrícola, campos y praderas, señalando un lento abandono del territorio por parte del hombre. No hablemos de los grandes huertos solares de nuestra región. La dimensión de la actividad humana favorece la invasión de los árboles, que a su vez precipita el declive económico.

De modo que el drama de las poblaciones afectadas es hoy como hacer retroceder lo que suele denominarse "el desierto verde". Como la solución no puede venir de la extensión de la agricultura, se barajan ideas de proyectos turísticos y pueblos de vacaciones familiares para volver a ocupar el territorio y evitar tal desertización.

Quizá este fenómeno es bien conocido por los expertos en ordenación del territorio y en gestión forestal. Pero en la opinión pública predomina la visión simplista de que cuanto más bosque mejor, y que cuando menos intervenga el hombre mejor evolucionará la sabia naturaleza.

En realidad, la naturaleza abandonada a sí misma puede ser autodestructiva. Y, sin el trabajo de nuestros antepasados, mucho de lo que hoy, admiramos como "belleza natural" sería naturaleza salvaje, a la que tan ni siquiera podríamos acercarnos. Después de todo, el mayor impacto del hombre sobre la naturaleza ha sido la agricultura, que está en el origen de la civilización.

La tarea de conservación de la naturaleza, lejos de excluir la intervención, exige que el hombre asuma su responsabilidad. Un papel que no es del explotador ávido e insensato, pero tampoco el del mero reverente. Pues cuando el hombre deja de cuidar la naturaleza, acaba surgiendo el desierto, aunque sea verde.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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