Educador ambiental y escritor
Antes de las elecciones, cinco familias de Lucainena de las Torres serán expropiadas, expulsadas de sus tierras, de sus casas, en aras de las energías renovables, de la mal llamada economía verde. Solo un milagro, en forma de juez, que paralice la obra, podrían evitar la sinrazón, el atropello, la inmoralidad, el delito ambiental y contra el patrimonio cultural, que se está cometiendo. En Sevilla, un juez ha paralizado cautelarmente otro megaproyecto de planta solar que pretende expropiar 400 ha a varios agricultores, Cayetano Martínez de Irujo entre ellos. Aquí no.
Desesperados ven avanzar las insensibles máquinas, conducidas por el capitalismo más atroz, disfrazado de progreso, ondeando la bandera de la sostenibilidad, protegido, apoyado y defendido por las administraciones cómplices que, en humillante contubernio, les allanan el camino, miran para otro lado, guardan silencio y se llenan los bolsillos, regalándole la tierra a los conquistadores que les han enseñado los espejitos mágicos.
No puedo nada más que acordarme de mi admirado José Antonio Labordeta, y su aplaudido y envidiado, "a la mierda" en el Congreso de los Diputados, porque son esos mismos, y sigo citando al diputado Labordeta, "gilipollas" los que están dejándose engatusar, engañar, por fondos de inversión americanos, de Canadá o chinos, que se disfrazan de corderitos, made in Murcia.
Una mafia empresarial que ve nuestra tierra como negocio, soporte, y que olvida, ignora y poco le importa el legado, la historia minera, el sudor de las gentes que la trabajaron, los endemismos que sobreviven, la belleza de una puesta de sol sobre el valle, los vínculos emocionales de sus habitantes y la herencia a las próximas generaciones.
Puedo entender que el capital no tenga memoria, corazón, piedad, clemencia y que actúe comprando voluntades, bajo sus propias leyes y su único Dios, el dinero, pero que nuestras administraciones les faciliten con vítores y alfombras rojas sus atrocidades, el sistemático expolio, el ecocidio, el empobrecimiento de nuestro país, me parece vergonzoso, un delito contra los Derechos Humanos.
Los políticos que nos piden el voto, la confianza, el respaldo, hablando de recuperar la España vaciada, de revoluciones verdes, de espacios protegidos, de potenciar nuestras raíces, la agricultura, la economía, que se graban videos aplaudiendo la suelta de linces, el regreso de los flamencos a las salinas y que prometen inversiones para atraer al turismo, son los mismos que, bajo el eufemismo de utilidad pública, han cambiado la Ley para que esos macroproyectos, divididos en pequeños huertos solares, no tengan que pasar por información pública, para que no necesiten evaluaciones de impacto ambiental, para que ni un mísero cartel informativo luzca ante las obras.
Legitiman destrozar la Vía Verde, el motor turístico y económico de la comarca; hacer desaparecer la casi extinguida Alondra Ricotí y el resto de aves esteparias; que el paisaje a ver desde los bonitos miradores sean los monótonos cristales en vez de los colores acres de la tierra, el verde de la vegetación, el vuelo de las rapaces; que un pueblo declarado como uno de los más bonitos de España, por sus calles encaladas, sus geranios y sus gentes, sea sepultado por la avaricia; que el esfuerzo de recuperar su escuela, de atraer nuevos vecinos, de revitalizar la economía, no haya valido la pena.
Estamos privatizando el agua, destrozando la agricultura, deforestando, vendiendo nuestra tierra, acabando con los pueblos y apostando por un turismo de sol y playa. Políticas de otros tiempos, adornadas de bonitas palabras, vestidas de progreso, animadas por una fanfarria.
Los vecinos de Lucainena, como otros muchos de toda España, llevan meses protestando pacíficamente, presentando recursos ante la justicia, alegaciones, alternativas. Se han desnudado, han abrazado con una cadena humana su pueblo, se han presentado en la sede de la empresa promotora, en los despachos de los que dicen defendernos. Y solo han conseguido silencio, consejos de resignación, chantajes económicos y amenazas.
Pero no se rinden, resisten, aguantan. Están defendiendo la España rural, que la energía sea sostenible, que las multinacionales no nos esclavicen, no nos roben el paisaje, el agua, la historia, la libertad. Son, y debería decir Somos, como cantaba Labordeta, esos viejos árboles batidos por el viento, suaves como la arcilla, duros como el roquedal, pero los hemos dejado solos, cuando su lucha debe ser la nuestra. Lucainena no se vende, Lucainena se defiende. Renovables sí, pero no así.