Museos de países europeos andan preocupados por descolonizar sus colecciones. Andan decididos a expiar sus culpas del pasado imperialista, criban sus obras artísticas procedentes de países que colonizaron, para ver si tienen procedencia legítima. A su vez, estos países exigen que vuelvan obras que consideran parte imprescindible de su patrimonio cultural, tanto si fueron adquiridas por medios legítimos o no.
Nos encontramos en situaciones muy diversas, que merecerán un estudio adecuado a cada caso. Pero algunas reclamaciones dan la impresión de que los europeos se limitaron a expoliar los tesoros artísticos de otros países, con la misma desenvoltura con que un ladrón se apodera de algo ajeno, sin aportar nada a su valoración. Ante ello nos llama la atención del número de National Geografhic dedicado al descubrimiento de la tumba de Tutankamón, del que se acaban de cumplir 100 años ya que contiene datos significativos sobre la actitud de los estudiosos occidentales de la época ante una cultura ajena.
Esta tumba estaba perdida, hasta que fue descubierta en 1922 en el Valle de los Reyes, con financiación de un aristócrata británico. Durante siglos los sucesivos habitantes de la zona solo se habían interesado por las tumbas de los faraones para saquearlas si podían. Afortunadamente, la memoria de esta tumba, excavada en profundidad, estaba perdida, lo que había evitado que fuese saqueada. Fueron estudiosos occidentales los que emprendieron excavaciones arqueológicas con fines científicos, y sentaron las bases de la egiptología. La arqueología y los imperialismos iban de la mano, con excavaciones financiadas por museos europeos y norteamericanos, universidades y coleccionistas acaudalados. Llegaron a un pacto donde los patrocinadores se llevaron la mitad de las obras descubiertas.
Tras el descubrimiento del peldaño oculto de una escalera llevo a la susodicha tumba y su tesoro, que se convertiría en el hallazgo más famoso de la egiptología. Un arqueólogo y un aristócrata, dos “imperialistas”, que con su tesón y dinero hicieron posible que hoy la tumba de Tutankamón enriquezca el patrimonio cultural de Egipto y de la humanidad, y de paso el turismo en el Nilo. En este caso, la colección de Tutankamón se mantuvo íntegramente en Egipto. Ahora que está de moda despreciar a los orientalistas occidentales, no convendría olvidar que estudiaron esas culturas porque les producían admiración y asombro, no por puro afán monetario. No por deseo de expoliación artística, sino por hacer descubrir un patrimonio cultural que valoraban en demasía.
El artículo de la citada revista menciona también a otros expertos foráneos que contribuyeron al estudio de la tumba, tanto los que construyeron un sistema de poleas para izar objetos pesados e instalaciones de luces eléctricas como los fotógrafos más destacados del mundo.
Sin estos y otros imperialistas, sabríamos mucho menos sobre la historia de Tutankamón. Y a los propios naturales del país les ocurriría lo mismo. Hoy hay más de 40 misiones arqueológicas dirigidas por egipcios, y pronto se inaugurará un nuevo Gran Museo Egipcio, para albergar tantas antigüedades. Pero a la vez sorprende que Monica Hanna, decana del colegio de arqueología, diga acerca del nuevo interés de los nacionales por el antiguo Egipto: “El problema es que no existe una bibliografía en árabe sobre los faraones, ni siquiera sobre Tutankamón. Así que, en cierto modo, la mayoría de los egipcios se sienten desconectados de su pasado”.
A lo mejor el problema no es que los museos occidentales posean obras de los países antes colonizados, sino que estos se esfuercen por divulgar esa cultura entre sus propios ciudadanos.
Hemos de saber que con la arqueología desenterramos la prehistoria que fue tapada u ocultada por el tiempo, procesos naturales o por la acción del hombre. Está ahí para reconstruir el pasado a través de las evidencias materiales. Son muchas e importantes las civilizaciones que han pasado por nuestra querida Iberia. Recordemos a celtas, griegos, fenicios, cartagineses, romanos, germanos, musulmanes, visigodos, íberos, tartesos, etc. Todos ellos han conformado a lo largo del tiempo el “claro humus” de lo que hoy somos. Los hallazgos en la C. Valenciana de la Edad Media de capiteles, pilastres y pedestales. En 2021, se descubre en Murcia un yacimiento donde aparece una mujer que dirigió todo en “estado” hace 4000 años en la Almoloya (Pliego) de la cultura argánica. La Necrópolis bizantina de la primera pandemia mundial denominada “la peste justiniana” en Rojales (Alicante). El bifaz (hacha romana de 4 metros) en la localidad burgalesa de Hortigüela, etc. Sabemos de cierto que el Estado Español invierte fuerte desde hace años en la búsqueda arqueológica por todo el globo.
Tutankamón no es por tanto, ni Egipto, las únicas grandes novedades de arqueología. Los hombres del hoy siguen buscando los misteriosos tesoros y maneras de vivir de nuestros antepasados por España, pero también, no debemos ladear nuestras tradiciones y culturas del hoy, del ayer y de los últimos cien años de nuestro continente. Parece que hemos de tener Memoria Histórica sólo para lo que nos interesa.
A un tiro de piedra del 28 de Mayo, que sepamos, solo existe un Partido Político Nacional, VALORES, que apueste por este grato manjar que, con el tiempo, iremos conociendo todo lo bueno que nos han dejado las grandes civilizaciones que han pisado no solo España sino la Península Ibérica con ayuda de Portugal. Es hora de presentarlo a la población española y realizar, en serio, una grata Memoria Histórica.
No hace muchos meses salía al mercado el libro El nuevo Iberismo, todo un estudio antropológico, de Historia, literatura y geopolítica, donde se pone en evidencia la singularidad de la comunidad de cultura ibérica. No cabe duda que nos puede ayudar hacia alianzas multinivel geopolíticas, entre España y Portugal, pero sin duda, es muy posible que sus restos arqueológicos sean tan preciados como los nuestros.
Es hora de saber mucho más de nuestros antepasados que pisaron nuestras tierras pero, sin duda, aún es más importante dejar buenos restos para el futuro desde nuestra civilización a los que han de venir y ello, por lo visto, no se tiene claro hoy por hoy.