Opinión

Ecologismo humanista

No nos vale al ser humano el "San Benito" que nos han colgado como auténtico depredador que explota la naturaleza, pero tampoco nos sirven los ajustes económicos que se traen tras ella. Urge con urgencia cultivar los ecologismos que estén centrados en la persona.

La Cumbre sobre el Cambio Climático del 2021 en Glasgow se quedaba una vez más empañada por tendencias nada viables. Demasiados aforos de paladar incendiarios, nulas estrategias eficaces y demasiada variedad de intereses políticos donde se anteponía el bien particular e inmediato de los Estados frente al bien común. Sí que observamos con cierta tristeza como la "mala huella humana" lleva ya su tiempo quedando reflejada en nuestro propio planeta por dejadez, amedrantamiento y poner a su servicio, bajo su dominio, a la que nos da la vida de continuo junto al daño que se le ha infligido devolviéndonos contra el propio ser humano su propios lloros compasivos en forma de "catástrofe anunciada". Veamos sin fisuras la acción durante años para con el Mar Menor y que ya, los entendidos en la materia de la UPCT de Cartagena venían diciéndolo por activa y por pasiva.

Tales discursos alarmistas y propagandísticos del mundo ecologista iban y van muchas veces por otros derroteros distintos a los del sentido común. Ante este desafío de la historia de la humanidad se nos han ofrecido respuestas alternativas tales como mejorar el control humano sobre la madre naturaleza, volver a iniciar un estudio serio para devolverle a la naturaleza el respeto que nos merece y, mantener el sistema como hasta ahora, con los ajustes que se precisen sorteando los efectos colaterales. Nada de estas opciones terminan de convencerme. Atribuirnos la capacidad del completo control sobre la naturaleza es un ejercicio de arrogancia ñoña y una agresión a la propia condición humana junto a las bases ambientales para su desarrollo. No acepto tampoco el que nos presenten al ser humano como el depredador junto a una naturaleza, como una severa madrastra ante la que solo cabe sumisión, en contra de un planteamiento con el que observamos a la creación como un bello jardín que debemos admirar, contemplar y cultivar responsablemente.

Con la Agenda 2030 ni chicha ni limoná, pues el resultado global a fecha de hoy no lo alcanza ni el "más pintao": especulaciones financieras y beneficios inmediatos siguen siendo vectores grandiosos del sistema económico, en menoscabo, por supuesto, de las personas y de la naturaleza. El mundo tecnócrata y el decrecimiento son modelos ideales más para bibliotecas que en la realidad. El ecocapitalismo, desde sus entrañas, es el que está tendiendo a regir la vida de la mayor parte de la humanidad a lo largo del presente. De todas maneras, en el fondo de la cuestión, según mis indagaciones, las artimañas que se llevan entre manos contemplan un error de base: Para superar la crisis ecológica que multiplica tanto las desigualdades entre las personas como los riesgos para las condiciones de vida de las futuras generaciones, es poner al ser humano como centro de consideración. Estamos ante un antropocentrismo humilde, según el cual el ser humano es un ser arraigado en la realidad, dependiente de Dios, de la naturaleza y de los otros.

Nuestra dependencia de la naturaleza lleva consigo asumir responsabilidades como cuidadores y, a su vez, la interdependencia entre todos los seres humanos nos debe conducir a una visión de la justicia donde estemos todos y no unos cuantos, tanto en las generaciones del hoy como en las del mañana. El mundo ecocapitalista no oculta su dependencia vanidosa ni su idolatría a la tecnología y estando convencidos de que el gran reto de la justicia y del mundo del derecho, hoy por hoy, consiste en defender al ser humano frente al poder incontrolado de la tecnología en las áreas del mundo de la ingeniería y, atentos principalmente a la digital, donde debe ponerse al servicio de las necesidades humanas y no de la instrumentalización de los humanos para el lucro de las grandes tecnológicas.

No lo duden, estamos ante la filosofía del gnosticismo, revestida de trajes principescos y renovadores. El gnosticismo del hoy mantiene el rechazo a la idea de creación, pero, al mismo tiempo, pone su confianza ciega en poder superarla gracias al progreso de la tecnología. "Nada existe en la realidad que no pueda reducirse a un número, y convertirse así en objeto enteramente manipulable.

El desprecio por la creación conduce a la desconsideración del ser humano como criatura que es, lo que conduce a negar las diferencias que lo singularizan del resto de los animales, Por otro lado, se asume que la inteligencia humana, fruto de la creación, es inferior a la inteligencia artificial, obra de su ingenio, así, el ser humano se ve preso de una vergüenza al comprobar que sus propias creaciones tecnológicas resultan muy superiores a él mismo. Entonces sentirá el apremio por superar la maldición del mundo creado, incluyéndose a él mismo como criatura, mediante la confianza ciega en las posibilidades de la tecnología para llegar a un mundo radicalmente nuevo con un posthumano que sancione lo caduco de este.

Ante lo dicho anteriormente y a un tiro de piedra en celebrar el Día del Medio Ambiente tanto economicista como político, hemos de sacar ahora las armas de "la postmodernidad resistente", esta posmodernidad, sin duda, nos conducirá a un doble ejercicio de resistencia: frente a quienes absolutizan la razón científica y frente a quienes niegan a la razón humana cualquier posibilidad de conocimiento. Todo es cuestión de una breve reflexión.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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