La vida, que en realidad es un sublime concierto entre moradores, deseosos de darse vida entre sí, hay que batallarla por dentro a través del verso y la palabra, al menos para no destruirnos a nosotros mismos. En consecuencia, reconozco que la independencia siempre ha formado parte de mi preocupación, aunque la realidad de la dependencia siempre está ahí, en nuestra diaria ocupación. Al fin y al cabo, todos dependemos de todo y de todos, para disfrutar del gran concierto viviente. No lo trunquemos jamás. Esto nos exige una mayor toma de observancia, cuando menos para enmendar tantos desconciertos vertidos, que lo único que hacen es desafinar nuestros andares solidarios, produciendo pugna entre civilizaciones y desequilibrios crecientes entre culturas, fruto del egoísmo y de la sinrazón.
Desde luego, el momento actual nos demanda seguridad y estabilidad política, para que las crecientes dificultades, originadas en buena parte por nuestra necedad en el modo y en la manera de movernos, aminoren ese estado de ansiedad y confusión que a diario nos sorprenden en cualquier esquina. Necesitamos que la concordia gobierne este planeta, puesto que ha de armonizarse cuanto antes. De ahí, la importancia de las organizaciones humanitarias, comprometidas siempre con la vida y con los deseos inherentes de un sano vivir, donde las energías renovables son el único camino hacia una verdadera seguridad energética, cuestión vital para reconstruir entornos más limpios y crecidos de humanidad; pero también necesitamos reconducir nuestros transparentes deseos de servir, jamás de servirnos de nadie.
Ciertamente, las múltiples inseguridades nos están dejando sin aliento. A esto hay que añadir, los efectos combinados de los conflictos, verdaderamente crueles; así como los fenómenos meteorológicos cambiantes y un sinfín de crisis que lo único que acrecientan son las desigualdades, con más países cada día en riesgo de hambruna. Lo significativo es no desfallecer, seguir adelante continuamente y afrontar las cosas como se presentan. El abecedario del espíritu solidario tiene que ser esa fuerza real y vivificante que jamás olvida a nadie. Por consiguiente, una economía que crea condiciones inhumanas hay que desecharla. Hoy más que nunca se requiere activar el sentido humanitario y de responsabilidad social, crear marcos legales que nos insten a combatir la impunidad, para enmendar actitudes y cultivar la rectitud.
El mundo no puede convertirse en un polvorín de conscientes o inconscientes injusticias. Sus pobladores tienen que contribuir a dar sentido estético a su propia vida, ocupándose y preocupándose por los demás desde sí mismo. Tenemos el imperioso deber, cada cual desde su misión, de activar otros caminos más equitativos. Ponerse cada aurora a mejorar el sueño de un ideal es un buen signo de esperanza. Hagámoslo. Por minúsculo que nos parezca el soporte de la compañía y del abrazo, unido a un espíritu conciliador libre, es lo que verdaderamente nos injertará entusiasmo, por vivir y dejar vivir. Por eso, tal vez tengamos que injertarnos interiormente, un aire más pastoril, para poder entonar el timbre de lo auténtico, a la hora de defender la vida y de abrazar la verdad. Trabajar por la rectitud, pues, es un modo de retomar la quietud que hemos perdido.
En efecto, la paz es posible en la medida en que pongamos orden en nuestras vidas, ya que es una actitud del espíritu. Indudablemente, no es fácil impulsar la pedagogía de la alianza en un orbe de intereses. Hacen falta tomar otros caminos y otros andares, ser más conscientes y tomar conciencia de los deberes para con la vida y nuestros semejantes, estimular nuevos latidos que nos impulse a ser generadores de pactos existenciales, con franco y persistente amor por la ciudadanía. Justamente así es, nos merecemos entendernos y atendernos, al menos para celebrar la vida, con la sintonía que nos exige ese vínculo de filiación que todos llevamos consigo y por ese motivo, es crucial controlarnos, detener la pérdida de biodiversidad y aplacarnos en la furia, que lo único que hace es destruirnos. No olvidemos que en el gran concierto de la vida estamos todos, cada uno con su obligación, para poder realizarse en perpetuidad la comunión de gozos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor