Opinión

“Jorge y Pablete el sabio”

Los viernes tarde, después de la merienda, Jorge se dirigía con su tabla de  skate a un circuito que había a dos manzanas de su casa.

Vestido con  sudadera gris y vaqueros anchos, bajaba escalera abajo corriendo,  escuchando música skateboarding, con sus inseparables auriculares.

Portaba una mochila negra en la que llevaba el casco, una botella de agua, la  toalla de su equipo de fútbol favorito, móvil y un pañuelo verde que anudaba  en su frente cuando le apetecía descansar de la gorra negra que,  habitualmente, llevaba puesta del revés, y de la que salía una larga y  alocada melena.

Jorge se manejaba con el skate como nadie; controlaba a la perfección  desde los trucos más sencillos como el “Ollie” y el “Nollie” hasta el  complicado “Dragon Flip”.

Era admirado por todos por su habilidad y rapidez para aprender; también  porque gozaba de gran sentido del humor, alegría y desparpajo, haciendo  bromas a todos.

Sin embargo, esa era la cara visible con la que se mostraba a los demás, en  soledad sufría un enorme tormento mental.  Vivía amargado pensando que todas las cosas que le sucedían que no eran de  su agrado eran responsabilidad de los demás.  Buscaba siempre “un culpable”; desde al profesor de matemáticas por  “suspenderlo en el examen”, quedándose rallado y justificándose: “este  profe no tiene ni idea de explicar”, “tenía que haber dejado más tiempo para estudiar”,…; hasta otros sentimientos más profundos que le hacían vivir un  estado de lucha interna y en alerta innecesaria con todo y con todos por  cualquier situación.

Pensaba que aquellos con quienes se relacionaba se  comportaban tratando de fastidiarle con su forma de actuar.

En un campeonato conoció a Pablete, el ganador del mismo, quien se convirtió en un amigo inseparable del que aprendió muchas cosas.

Pablete tenía una dura historia detrás que impactó y produjo un gran cambio en la actitud y forma de entender la vida de Jorge.

Cuando Pablo cursaba cuarto de primaria, comenzó con problemas de salud y ausencias continuadas en el cole.

Le daba fiebre habitualmente, se mareaba  con frecuencia, estaba siempre cansado, le dolía todo el cuerpo, no tenía  hambre ni apetencia de su menú favorito “spaghetti carbonara, ensalada de  canónigos con salsa de yogur y tarta de zanahoria con cobertura de  mascarpone”; lo que preocupó a su familia.

Después de algunos controles rutinarios en su centro de salud, llegó la mala  noticia: le detectaron leucemia, el cáncer infantil más frecuente.

La pesadilla comenzó cuando le explicaron que su médula ósea producía  demasiados glóbulos blancos, que en su caso en lugar de protegerlo de  enfermedades y combatirlas, eran anormales.

Las células cancerosas  crecían muy rápido, se dividían y reproducían, pasando a la sangre y  viajando a través de las autopistas formadas por arterias y venas por todo  el cuerpo; se apoderaban así de los nutrientes y la energía de las células  normales; de ahí todos los síntomas que presentaba.

 Tanto él como sus padres pasaron duros momentos de rabia, culpa,  sentimientos encontrados.  “¿Por qué me ha tenido que ocurrir esto precisamente a mí?” Llegaron temporadas de hospitalización donde, por cierto, hizo lazos  fuertes con compañeros de batalla.

Después de varias intervenciones quirúrgicas, trasplante de células madre,  largas sesiones de quimioterapia a dosis elevadas y una interminable  recuperación, afortunadamente, su historia tuvo un final feliz.

Aunque no estaba exento de revisiones rutinarias cada cierto tiempo, que  también lo desestabilizaban, ya que se ponía muy nervioso por la  incertidumbre de los resultados, que le angustiaban, aprendió a  normalizarlo y agradecer a la vida por cada instante, por encontrarse bien y por tener nueva oportunidad.

Se sentía afortunado por haber tenido tanta  suerte de salir adelante, de que se cruzara en su camino el Dr Pedro,  oncólogo quien con tanto cariño lo trató; también a todo el personal del  hospital: enfermeros, auxiliares, limpiadoras, celadores, etc…, que le daban  ánimos en momentos difíciles y lo trataban con dulzura “sacándole sonrisas  con sacacorchos”; a la profe del hospital, Lucía, que continuaba visitándolo  en su domicilio mientras no pudo incorporarse a su cole; le transmitió la  pasión por los dinosaurios; de manera que Pablo investigaba con entusiasmo,  conocía numerosas especies y sus características.

También se entretenía  con juegos de acción y aventura en su consola, que le chiflaban.

Pero el skate se convirtió en su verdadera pasión; le sirvió para coger forma física, pues salió muy flojito del hospital.

Comenzó con un viejo patinete rescatado del trastero que era de su padre;  pronto demostró su habilidad.

 Para su cumpleaños le regalaron un “Santa Cruz Classic”, el mejor skate,  según él, y con el que aprendería tantos trucos.  Su constancia, disciplina y perseverancia en el entrenamiento hicieron  posible que se convirtiera en el campeón que ahora era.

Pablo y Jorge entrenaban juntos, se confiaban secretos y confidencias.  Jorge apodó cariñosamente a Pablete “el sabio” porque tenía una  contestación amable y positiva para cada situación y siempre sonreía ante  cualquier adversidad buscando la solución; porque estaba seguro de que la  tenía.

Y lo más interesante es que era capaz de contagiar a los demás de su  positividad.

En distintas situaciones “el sabio” daba lecciones en forma de frases que a  Jorge impactaban y le hacían reflexionar, como: 

- “Todos tenemos luces y sombras y tememos a la oscuridad.”  

- “Que lejos de buscar en los demás la culpabilidad, tenemos que ahondar en nuestros sentimientos.” 

- ”Podemos cambiarnos a nosotros y en cómo nos afecta lo que otros hacen o dicen, pero no podemos cambiar a los demás”.

- “Vives amargado creyendo que te suceden situaciones por culpa de otros,  dejándote invadir por la ira.” 

- “Procura estar atento a eso que tanto te molesta de los otros, porque  quizá sea algo que tienes que cambiar de tí mismo”.

- “Vives echando un pulso, peleando contra los demás, por los fantasmas que invaden tu mente, sin embargo, solo consigues machacarte.”  

- “En la mayoría de ocasiones, los otros no hacen nada contra tí.

Eres tú  mismo el que ocupa su mente con pensamientos que no son reales, por lo que  la pérdida de energía, tiempo y sufrimiento puede ser evitable.” Jorge consiguió dejar atrás sus demonios, aprendiendo que había muchas  mentiras detrás de lo que él se imaginaba de los demás, pero eso estaba en  su mente y por fin encontró la luz.  Con los consejos de su amigo y, sobre todo, viendo cómo este se comportaba en situaciones cotidianas, fue capaz de cambiar la manera de relacionarse  con los demás, evitando la incertidumbre y dejando de percibir a los demás  como enemigos.  Los días comenzaron a ser más largos, el calor del verano asomaba,  retrasaron la hora de quedada para el entreno en el Skate park por las altas temperaturas.  Jorge apareció puntual como de costumbre, pero esta vez de una forma  poco habitual en él; no llevaba gorra, ni pañuelo, sino que su pelo estaba  recogido con una larga cola.

Ambos hicieron el saludo skater y Jorge sacó  de su mochila unas tijeras, pidiéndole a Pablo, que se la cortara, mientras le  contaba su intención: que le acompañara a la sede del programa “Mechones  solidarios”, donde donaría su larga y rubia melena, con la intención de  ayudar a construir sonrisas a niños que, como su inseparable amigo, tuvieron  una segunda oportunidad. 

Por Jero Martínez

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz