Opinión

Algo más que palabras. La estética contemplativa

En los tiempos actuales me quedo con la lúcida sensación del intelecto; puesto que, tan significativo como rebajarse para sentir la verdadera grandeza, despojados de los deleites y los vicios mundanos, es bajarse del motor de la cotidianidad para despertar el sentido estético y contemplativo, que es lo que verdaderamente nos pone en sano movimiento, con su providencial abecedario de asombros. Muchas veces pienso que nos falta diálogo social, concebirnos como ciudadanos del mundo, sentirnos familia, que es lo que contribuye a encontrar formas de unión y unidad y de observación conjunta. Aquí debe comenzar el sueño, un anhelo que ha de ser posible; se trata de sembrar sin apartar, de desarrollarse sin debilitar los vínculos de la identidad, y de suscitar entusiasmo sin irrumpir en la libertad de cada cual, dueño de su propia existencia en todo momento y lugar.

De nada sirve el galopar, el precipitarse, sino entramos en comunión con otros estilos de vida más responsables. Ahora, lo que nos conviene es saber detenernos a tiempo, disfrutar de aquello que nos circunda y nos habla vadeando el silencio, alimentarnos de su espíritu y alentarnos con su fortaleza, para poder reencontrarnos con ese espacio interior, que es el que nos da vida y nos hace humanos. Indudablemente, hoy más que nunca, necesitamos saciarnos de esa observación esplendorosa y resplandeciente que se sumerge en el canto del universo, en la naturaleza de la que formamos parte y a la que nos debemos, lo que nos exige una mayor protección nuestra. En el fondo, las mundanidades son una cuestión de decencia o indecencia de nuestras propias estructuras mentales y experiencias.

Sea como fuere, y antes de que el estrés nos lleve a todos a la horca de la desesperación; y, por ende, a la desaparición; hemos de valorar la riqueza natural y cultural de sus territorios. Todos estamos vinculados a todo. Hagamos corredores humanitarios, pero también biológicos, en favor de todos los procesos y sistemas relacionados con la savia. Fraternicémonos con prácticas de escucharnos. Salgamos de los extremos. Creemos entornos más saludables. El clamor desgarrador está ahí, en cualquier lugar del globo hay un enorme vacío y una enorme multitud de obstáculos que nos dejan sin palabras, a la espera de una mano consoladora, ante el aluvión de masacres que a diario producimos. Sólo hay que ver el sufrimiento de las poblaciones. Cada día son más los que necesitan una vía de escape para salvar sus vidas, por lo que toda política ha de ser más poética que poderosa, centrada en las desigualdades e integradora, para huir de los males que nos asolan.

Ante esta atmósfera de crisis, dentro de otros trances, que avivan la desmoralización e impotencia; hemos de buscar el modo y la manera de elevarnos, no para apartarnos de las situaciones concretas, sino para volver a ellas con otro semblante, deseosos de vencer el miedo y la angustia, mediante formas sensibles al servicio de una humanidad necesitada de bondad y armonía. Ojalá retornemos al espíritu estético de los valores, maduremos en reverenciar la estima, el embellecernos explorándonos internamente, corrigiendo andares y ratificando visiones con otra mística más donante y sublime, fruto de una imaginación que va más allá de lo habitual.

Lógicamente, tenemos que ser restauradores cabales ante el cúmulo de discordancias que nos destruyen o de temores que nos inundan. Personalmente, la mejor estética contemplativa que yo veo, es la de una sociedad libre y democrática, en la que todos podamos vernos con iguales posibilidades para hacer tronco común, y así poder reconstruir el árbol de la concordia, en un mundo diverso, en el que no pueden caber fronteras ni frentes. El hermoso espíritu de la globalización, formulado a través de la avenencia de todos los pueblos, nos favorecerá como generación, en la medida en que activemos el vínculo de la fidelidad. Al fin y al cabo, sabemos ya que no podemos estar aislados, que nos necesitamos unos a otros, pues hagámoslo realidad. No dejemos para mañana, entonces, la reconstrucción de la ornamental viviente; esa artística luz, que nos llama a saber vivir seriamente por dentro y a convivir hermanados, en una ennoblecida piña comunitaria.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor 

Noticias de Opinión

Por María Beatriz Muñoz Ruiz