Opinión

Pan para hoy, hambre para mañana

Un agosto de no hace muchos años estuve sobre la línea blanca que dividía en su momento la Alemania Oriental de la Occidental. En ese momento, todo lo que pasaba por la mente era demasiado. Más tarde vino a mi pensamiento la rotura del muro, la efusiva salida de Berlín: la cultura del miedo y de la muerte de sus gentes, junto a una entrada de esperanza ante cierta sociedad diferente cuyos ejes culturales no daban tiempo a reflexionar todo lo que allí se encontrarían. Ahora van quedando pocos alemanes que combinan de algún modo el orgullo con la culpa. Los intentos por resolver tales conflictos interiores han configurado gran parte de la cultura alemana actual. Los alemanes, no hace muchos años, no se atrevían a proyectar grandes visiones y se resistían a entusiasmarse con grandes ideales, no sea que sucumbiesen de nuevo ante alguna obsesión y, es por ello, aún hoy, transmiten cada vez menos públicamente una "fría indiferencia", en una atmósfera embrutecedora de corrección política.

A fecha de hoy, mientras que nuestro Carlos Alcaraz sigue creando pasiones en el Indian Wels de California, nuestro Putin , desde el 24 de febrero nos presagia cada día peores augurios. Al otro lado, Occidente, como dopado, tiene a su ciudadanía en críticas constantes hacia la falta de liderazgo en sus políticos por donde los mires y una supuesta democracia de la que dicen tenemos muy lejos de la libertad, de la justicia y de otras cuantas más. El Brexit y los populismos andan zascandileando y con estos lodos nos llegan los ucranianos impactados de dolor y con esperanzas galopantes a una España , a una Europa, donde cada puerta es signo de solidaridad continua. Europa promete, pero no enseña las pezuñas del todo en cuanto a temas esenciales. La salida de los alemanes y ucranianos no es la misma pero el miedo a encontrarse con otra civilización, muy distinta a la suya, antes o después, les dará en las narices: el mundo relativista que impera en Europa tampoco no hay que olvidarlo. No mata cuerpos pero destroza almas.

Personas como los ucranianos, donde su cultura, su fe y costumbres imperan en su andar cotidiano han de encontrarse de lleno con una sociedad , la intelectual al menos, que no habla del bien y del mal. Se habla mucho de valores pero no a los que los europeos nos referimos. El discurso de los valores lleva su ambigüedad, es trivial y peligroso a la vez. Existen, con todo, determinadas valoraciones cuya aceptación general resulta irrenunciable en una sociedad pluralista. A ellas pertenece la estimación de la tolerancia y de no intervenir en la esfera de su libertad personal incluso en el caso de que sus convicciones, valoraciones y formas de vida discrepen de las propias. Este respeto encuentra su expresión en el derecho, en un ordenamiento jurídico liberal.

Sabemos de lleno que cualquier ordenamiento jurídico puede ser coercitivo y sólo de este modo se puede garantizar la libertad de todos. Las leyes obligan a la obediencia también a los disconformes. Nos puede sonar a desagradable, pero lo mismo puede expresarse de modo más amable-diciendo que las leyes del moderno Estado de derecho no prescriben que uno esté de acuerdo con las valoraciones que constituyen su fundamento.

El postulado de respetar otras convicciones se convierte entonces, se está convirtiendo de manera sibilina en exigencia de no tener convicciones que hagan posible considerar equivocadas las opuestas; convicciones que hagan posible considerar equivocadas las opuestas; convicciones que uno no esté dispuesto a convertir en hipótesis. Por tanto, convicciones que uno intenta llevar a otros y con ayuda de los cuales uno intenta disuadir a otro de las suyas. Tener convicciones entonces ya se considera intolerancia.

Ante todo esto, nuestros sabios y gente sencilla ucraniana, en breve tiempo, puede ver cómo el discurso de valores es la expresión paradójica de un relativismo moral y político en España y algunos lugares de Europa. Dado a que todo el que tiene determinadas convicciones no está dispuesto a poner en juego se le considera intolerante y puesto que con la intolerancia no parece haber tolerancia, el postulado de tolerancia se anula a sí mismo. Sólo es válido en un contexto relativista. Entonces… ¿qué significado posee entonces "comunidad de valores"? No es la comunidad no institucionalizable y oculta de aquellos que humildemente intentan conocer y hacer el bien, sino más bien la sociedad organizada de aquellos que presumen de haber encontrado la verdad. Los derechos humanos son algo respecto de lo cual hemos creado un consenso. El intento de mover también a las personas de otras culturas a reconocerlos falla precisamente en este concepto de comunidad de valores.

Si nuestros valores son el resultado de nuestra historia y de nuestras opciones, entonces no hay ningún motivo, excepto los de política del poder, para obligar a otros a aceptar nuestras opciones, por ejemplo, a aceptar que la dignidad humana debe concretarse en todas partes a través de las instituciones de las democracias parlamentarias y de los derechos humanos individualistas. Pero los valores en realidad nunca son algo por lo que optamos, sino algo que precede a las opciones y fundamenta tales opciones; por tanto, aquello en lo que creemos realmente. Aquello por lo que hemos optado y seguimos optando a causa de esta fe: ello es un ordenamiento jurídico.

La base de los valores de un ordenamiento jurídico moderno debe exigir que los derechos ciudadanos, o de un grupo de ciudadanos, no dependa del hecho de que estos ciudadanos compartan esa base de valores y obedezcan las leyes, incluso si esta obediencia es simplemente la que se dispensa a un poder de ocupación extranjero para posibilitar que la vida siga en el propio país. Se obedece, pero no por pertenecer a su comunidad de valores, sino porque uno conoce el valor de la paz interna. La futura Europa sólo podrá ser una comunidad jurídica en la que todos los ciudadanos de los países de tradición europea encuentren un techo común, pero renunciando ella misma a ser una comunidad de valores.

De esto ello nace el enunciado " Pan para hoy, hambre para mañana". Salimos de una invasión desde Ucrania, pero no lo olvidemos, llegamos a una Europa solidaria pero , cada vez más, con matices de intolerancia y algunas que otras faltas de libertades. No todo el monte es orégano.

MARIANO GALIÁN TUDELA.

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