La libertad filosófica se ha ejercido a lo largo de la historia. Actualmente es más necesaria que nunca. En todos los sentidos. Vivimos en una sociedad que está cambiando de forma muy acelerada. El problema es que este cambio social generalizado tiene consecuencias positivas y también negativas.
La sociedad materialista y consumista en la que vivimos está cambiando numerosos paradigmas y patrones de conducta y esto produce efectos indeseados.
No es incompatible vivir con profundidad y no quedarse en lo superficial en casi todo y es la tendencia general. Por lo menos es lo que se observa de un modo cada vez más intenso. No hace falta más que observar comportamientos y analizar los contenidos de las redes sociales y también las formas de pensar más extendidas.
Ciertamente, a lo largo de los siglos la marginación, el desprecio a los demás, la exclusión, la persecución y la falta de respeto y la ingratitud han estado presentes y las han sufrido, por desgracia, numerosos filósofos y científicos y también artistas.
Y la situación no ha cambiado sustancialmente en pleno siglo XXI. Es verdad que los derechos humanos y las legislaciones de los países democráticos amparan y protegen la libertad de expresión y el derecho al honor y a la buena imagen de las personas. Sin embargo, esto no suele ser suficiente ante la avalancha de faltas de respeto y la intolerancia que se percibe en una parte de la sociedad.
De todos modos, es evidente que la capacidad crítica y la libertad de opinión forman parte imprescindible de lo que se entiende que es una sociedad libre.
El profesor y filósofo Víctor Gómez Pin en su libro El honor de los filósofos realiza un brillante recorrido por las situaciones vitales de pensadores y hombres de ciencia. Su lectura sirve para que sepamos de los problemas a los que se tuvieron que enfrentar por causa del fanatismo, la intolerancia, la incomprensión y la ingratitud de su tiempo.
También es verdad que científicos como Newton y otros fueron mejor aceptados y extraordinariamente reconocidos en vida, pero esto no sucede siempre. El azar de la existencia es algo consustancial a la propia realidad humana, pero eso no debe impedir que se reconozca y aprecie la verdad y el esfuerzo y sobre todo la calidad y amplitud de lo elaborado y realizado por las personas.
El relativismo social existente parece que está laminando la alta cultura y el pensamiento riguroso y profundo, pero es una falsa impresión, porque perviven y lo que desparecerá sin dejar ninguna huella será la superficialidad y las cosas superficiales que se hacen en la sociedad.
También es cierto que la digitalización de la realidad a la que estamos asistiendo asombrados parece que democratiza el saber y la cultura, pero es, en parte, un espejismo, ya que se necesita esfuerzo, disciplina y organización para crear, absorber y aplicar los conocimientos aprendidos.
En la enseñanza, por ejemplo, con el Diseño Universal de Aprendizaje se está intentando que la formación sea muy inclusiva, pero algo está fallando, si una considerable parte del alumnado llega a los centros de Secundaria con serios problemas de comprensión lectora y otra parte con problemas de más entidad todavía, ya que no saben leer. Hacen falta más recursos en la enseñanza de los ya existentes.
Por supuesto, esto se soluciona con el esfuerzo docente de los profesores, pero esto da una idea de cómo está la sociedad. Porque la atención individualizada y personalizada y la atención a la creciente diversidad del alumnado es una tarea que siempre puede ser mejorada y ampliada.
La sociedad del espectáculo o de la diversión infinita está intentando devorar la cultura y el saber que parecen ser como algo secundario y sin importancia ante la necesidad del hedonismo universal que es, según parece, lo único imprescindible. Es, en realidad, una interpretación equivocada de la vida. Cultura y diversión pueden coexistir y no son excluyentes. Crear es combinar, en el fondo, y es algo realmente apasionante. Disfrutar de la cultura de calidad también es un placer y de los mayores.
El pasado, las grandes obras de la filosofía, del arte, de las ciencias parece como si fueran reliquias sin importancia y no es cierto. El presente se sustenta en el pasado, en la cultura anterior y en los conocimientos y esto no se puede olvidar. La cultura occidental posee un inmenso valor y es algo de lo que nos beneficiamos todos y no será destruida a pesar del relativismo imperante. Al contrario, sigue más presente que nunca.