La Unión

A mi maestro Enrique Morente, que sigue vivo en mi corazón

Francisco José Paredes Rubio

Qué difícil se me antoja escribir sobre el maestro y su arte, escribir del amigo. Su ausencia me estremece. Imposible, me parece imposible, ¿cómo nos vamos a hacer a la idea de que nunca más volveremos a disfrutar con su arte?, ¿que nunca más podremos disfrutar de sus grandes valores humanos? Pero si estaba pletórico, lleno de vida las últimas veces que lo vi, la última vez que hablamos por teléfono. Imposible, me parece imposible, no puede ser, por favor que alguien me despierte, que debo estar durmiendo. Todo esto debe ser parte de un mal sueño. Por favor, que alguien me despierte de una vez.

No puedo ser objetivo, no quiero, no puedo serlo, ¿acaso alguien puede ser objetivo cuando el arte fluye hasta penetrar hasta lo más profundo de tu interior?

El mejor cantaor

Enrique forma parte de mi vida desde el inicio de mis recuerdos, cuando desde mi niñez siempre escuché decir en mi casa que Enrique era una cantaor especial, de esos que nace uno cada cien años, de los que son capaces de crear, de amar y sentir y desarrollarlo a través de su personalidad infinita. No puedo ser objetivo, no quiero, no puedo serlo.

Tendría yo unos cinco o seis años cuando oiría por primera vez su nombre con una anécdota que me contó mi padre, y que recuerda cada vez que profundizamos en esta pasión nuestra que es el flamenco.

Como he dicho, mi padre, el “Niño Alfonso”, cantaor unionense, que gozó de cierto prestigio entre los años 50 y 70, y que por su afición y dedicación tuvo la oportunidad de alternar con las más prestigiosas figuras del momento, recuerda con especial cariño una conversación con Pepe Marchena, al que le unía una profunda amistad desde hacia muchos años atrás.

Con motivo de la celebración del segundo Concurso Nacional de Cante por Cartageneras, en el que el Maestro de maestros, actuaba como estrella estelar fuera de concurso, junto a otros cantaores  como Jacinto Almadén y Manolo el Malagueño. Marchena, fijando los ojos sobre Morente, que concursaba, le dice a mi padre:

 “¿Ves a ese muchacho?, ¿lo conoces?”, al responderle que no, el maestro de Marchena le dijo, “ese joven es Enrique el Granaíno, y es el mejor cantaor que he escuchado nunca, el que va a acabar con todos nosotros el día que ya no estemos aquí”.

Tal afirmación, la verdad es que en esos momentos era difícil de entender y, por supuesto, durante algunos años me costó asimilarla y siempre me hacia la misma pregunta ¿qué le llevaría a Marchena a afirmar eso con tanta rotundidad?

Cuando fui creciendo, educándome en el cante, escuchando a infinidad de cantaores, disfrutando, riendo y llorando con cada uno de ellos, cuando mediante la expresión única de un cantaor y una guitarra pude sentir todas las alegrías, sinsabores, nostalgias y melancolías del Arte Flamenco, lo comprendí. Tal vez en Pepe Marchena despertaba el joven granaíno un sentimiento nuevo, tan fresco y a la vez tan antiguo, que desprendía un aroma creativo de un tiempo que él ya había olvidado, o ¿quizás presagiaba en él una grandeza que aún estaba por venir?.

 Fuere como fuere las palabras halagadoras fueron dichas por uno de los más importantes cantaores que ha dado la historia del Flamenco.

 El cante gozaba de grandes cantaores por esos años, pero carecía de verdaderos creadores y renovadores, como en otras épocas de antaño. cuando la creación y la personalidad era un signo claro y evidente en los grandes maestros del género.

Yo no creo que Enrique Morente sea el mejor cantaor de todos los tiempos, o tal vez sí, ¡yo que sé!, solo sé que se me hace imposible pensar en la magnitud y trascendencia del Olimpo del Arte Flamenco sin su figura. ¡Quién si no, seria el encargado de actualizar las viejas enseñanzas para que este arte vigente se adaptara a toda capacidad de sentir, sin cadenas que truncaran su proceso evolutivo!, ¿cómo pretendemos que un arte permanezca inmóvil dentro de unos cánones que se establecen a través de los tiempos, inalterable al paso de los años?, No, por favor, el maestro del Albayzin tiene un lugar privilegiado entre los más importantes genios del flamenco y su nombre solo podría ser comprendido, formando parte de la mitología del Arte Flamenco, al igual que el de Camarón y el de Paco de Lucia, que se convertirían en las tres grandes figuras de nuestro tiempo, sólo sus nombres serán equiparados a genios como Silverio, Chacón, Tomás, El Torre, Vallejo, Pastora, Caracol, Mairena o el propio Marchena.

 Y es que, algo tendrá el vino cuando lo bendicen.         

Desde Don Antonio Chacón ningún otro cantaor ha sido capaz de aportar tanta creación al arte flamenco, de jugar con el arco melódico para crear y recrear un nuevo mundo de melismas y tonalidades, enriquecido con esos giros melódicos que nos adentran en un nuevo concepto heterodoxo, sí, pero que nace desde la más profunda ortodoxia…  Todo ello establecido desde esa posición privilegiada que te da el conocimiento, ese magisterio que se adquiere con la experiencia de haberte formado en las mejores universidades del arte, para luego enriquecerse hasta un extremo todavía no comprendido por unos pocos que con concepciones inmovilistas se aferran a un pasado inamovible, como si la vida no hubiera evolucionado durante estos años.

Como diría mi querido amigo José Manuel Gamboa, “morentiano mayor del reino”, Enrique-cimiento. Enrique pone los cimientos para que en un futuro otros artistas puedan evolucionar sin el miedo a la presión a la que él fue sometido, a partir de él todos pueden cantar exteriorizando sentimientos a través de la música. Su cante era poesía y su carácter creativo haría que la poesía le saliera al encuentro para que él musicalizase ese momento con el sentir del cante jondo. La huella de Enrique se aprecia en nuestra cultura desde años atrás, solo tenemos que ojear un poco en el panorama actual, como se mueve el flamenco en la actualidad. “Joder Enrique, cuánto nos has dejado, cuántas puertas has abierto”.

Apenas dos meses después de su actuación en el concurso de cartageneras, Enrique vuelve a la tierra para participar en el V Festival del Cante de las Minas de La Unión, su estilo interpretativo del cante por tarantas distaba mucho de lo que los jurados y organizadores de aquellos años querían impulsar como prototipo de los cantes unionenses, de los cantes mineros. El arte del joven cantaor granaíno no terminó de ser comprendido por los jurados de aquella época.

Vivencias

Pero en esos primeros años pasarían mil anécdotas que hoy podemos recordar con nostalgia. Algunas de ellas tuve la suerte de poder vivirlas personalmente, otras sin embargo sería de nuevo mi padre quien me las transmitiera y permanecen en mí con tanta vigencia que me parecen parte de mis propias vivencias.

En esos años 60 en los que Enrique vendría a participar como concursante en el “Festival Minero”, se le solía ver siempre acompañado de los artistas que por aquí pasaban, Bernardo de los Lobitos, Jacinto Almadén, con los que había trabado una gran amistad en Madrid, Flores el Gaditano, el Flecha de Cádiz… y con sus paisanos Manolo Ávila y Cobitos, que se convertirían en personajes característicos de La Unión de esos años, no solo por su calidad artística, sino por las mil anécdotas que alrededor de sus figuras circularían por La Unión durante los años que a ella acudieron.

Una noche Manuel Ávila y Cobitos son contratados para cantar en una fiesta privada, a la que Enrique también fue invitado. Primero el maestro de Montefrío interpreta sus cantes, los habituales en su repertorio, malagueñas, murcianas, temporeras, siguiriyas, granaínas, fandangos… Alguien del público pide que cante el más joven, a lo que inmediatamente responde Cobitos, “tú no cantes, que tú no sabes, y dirigiéndose al respetable les anuncia con rotundidad “lo siento señores, pero él no está preparado, no puede cantar porque no sabe”, asintiendo Manuel Ávila, “no él no, él no sabe, niño tú escucha y aprende”…

Cabe recordar que Enrique por esos años ya se había formado en Madrid con algunos de los mejores maestros que habitaban en la capital y ya había sido vaticinado por el genial Marchena como “el cantaor que acabará con todos nosotros cuando ya no estemos”…

 Y le toca el turno a Cobitos, tras la negativa de ambos a que Enrique siquiera alzara la voz para hacer ni un solo cante “por que, como no sabia”… Cobitos se sienta en su silla y se dispone a cantar, el guitarrista entona la salida para que cantara esas soleares trianeras del Portugués, descendientes de la escuela de Silverio, “Me preguntan si te quiero y yo digo que ni verte/ te quiero más que a mi madre con eso engaño a la gente” y entre el silencio de la noche se escucha en el patio donde se había improvisado el escenario un invitado con el que nadie contaba, un grillo… Sí, un grillo que se había unido a la fiesta, para el asombro y las risas de los allí presentes. El canto del grillo desquició al viejo Cobitos que tras varios intentos el sonido de su cante le hacia que no se centrara en la guitarra ni siquiera en lo que quería cantar, se hacía tan insoportable que no atinaba ni con la letra, y, enfadado, exclamo: “No, yo no canto, aquí no se puede cantar. A ver, que alguien mate a ese grillo que me lleva desentonao”, y así ante el asombro de todos los presentes se acabó la fiesta. Enrique “como no sabía” se tuvo que volver sin cantar y, lo peor, esa noche, tras el arrebato de Cobitos se fueron sin cobrar.

Al día siguiente sería contratado solo el joven Morente y cuentan quienes asistieron que ya con solo 23 años Enrique dio un magnifico recital cargado de maestría y jondura, ya por esos años el granaíno era un adelantado de este arte y su actuación había que calificarla como antológica, de esas que hacen historia. Que lástima que no queden documentos sonoros de lo cantado aquella noche. Años después cuando cariñosamente recordábamos esta anécdota, Enrique, al cual se le escapa una simpática sonrisa, acompañada con una leve carcajada, me decía: “Por favor Paco, cómo voy a decir en Graná que a mi querido Cobitos le dio un revolcón un grillo”.

Reconocimientos

Su figura encontraría, no obstante, en La Unión un cariño especial y volvería en algunas ocasiones a las galas del Festival destacando entre ellas la realizada el 13 de agosto de 1971 junto a los hermanos Antonio y Manuel Mairena, Chocolate, Fernanda y Bernarda y La Perla entre otros. También acudiría a los ciclos culturales impulsados por la Caja de Ahorros del Sureste acompañado por la guitarra de Manzanita. De esta ocasión recogemos unas estupendas declaraciones a el diario El Noticiero de 25 de Enero de 1973 en una magnifica entrevista guiada por mi querido amigo, ya desaparecido, Tomás López Castelo, quien a través de las páginas del diario creara una Cátedra de Flamenco que seria reconocida con el premio de periodismo por la Cátedra de Flamencología de Jerez:

—¿Por qué buscas nuevas formas al cante?

—Solo porque no creo que haya unos cánones o patrones para los cantes, yo intento llegar a las gentes y eso es lo que estoy consiguiendo.

-Enrique se habla de que has asesinado el cante…

-Yo no he asesinado el cante, lo que pasa es que los castillos montados no los acepto, claro que siento un gran aprecio, una  gran veneración por esos maestros del cante como son Antonio Mairena, Pepe el de la Matrona, Sellés y otros. Pero eso no quiere decir nada para que yo tenga y quiera hacer mi estilo personal, ya que los patrones del cante fueron hechos por cantaores y los que le siguieron cogieron el mismo camino.

—¿Has pensado que con tus nuevos descubrimientos, dentro del cante, puedes desconcertar a la afición y tener una dura crítica de ella?

—Me han llamado «el asesino del cante y otros el «Al Capone” del cante. No creo que mi estilo sea un escándalo para la afición. Lo que yo intento es darle mi estilo y mi forma y eso es lo que estoy haciendo, y prueba de ellos es que la afición me escucha y me aplaude.

Más tarde, con  el paso de los años, seria homenajeado en el Festival Internacional del Cante de las Minas dedicándosele la edición del 2004 y recibiendo el “Castillete de Oro”, máximo galardón honorífico entregado por el Festival, coincidiendo con el momento más importante de éste, sus bodas de oro.

El amigo

Enrique te hacia siempre sentirte importante como si tu tuvieras un lugar de relevancia en su vida, nos transmitía con su sensibilidad que cada uno de los que él consideraba sus amigos formábamos parte de su universo, pienso que todos éramos importantes para él y nos lo demostraba con su respeto, aprecio y ese don sincero que nacía con su persona.

 A mi personalmente me enganchó su forma de ser, a mi mente vienen con mucho cariño algunas de sus acciones hacia mi persona que prefiero recordarlas en la intimidad.

 Enrique fue y es un artista universal, pero sobre todo fue una gran persona de esas que siempre recordaremos con cariño, con una inteligencia fuera de lo común y con una excesiva sensibilidad, ¿cómo se podría entender si no fuera de esa manera su obra?.

         Creo que su grandeza hubiera abarcado una infinidad de nuevas creaciones, harían falta mil vidas para desarrollar artísticamente todo lo que llevaba dentro, su inquietud le hacia mejorarse día a día.

No puedo transmitir lo que sentía cuando aparecía un nuevo disco suyo, esa sensación de abrirlo, ojearlo y escucharlo es algo que no puedo explicar con palabras, nunca sabíamos con lo que nos íbamos a encontrar, era un mundo nuevo cargado de musicalidad que el maestro nos ofrecía a quienes quisiéramos sentirlo, a quienes quisiéramos disfrutarlo.

Cada una de sus actuaciones creaba un sentimiento especial en mí, sin saber que la desgracia estaba cerca, acudía a verle  como si esa vez fuera la última… y por desgracia esa actuación del Festival unionense en sus Bodas de Oro, seria  la última que lo viera en escena.

Esa noche, mi hijo de cinco años, te decía: “Enrique eres el que mejor cantas. Mi padre siempre escucha tus discos” y no se me olvida la risa que soltaste en ese momento, ni tus cariñosas palabras…

Recuerdo con especial cariño esa conversación mantenida hace algún tiempo en el Palacio de Congresos de Granada en el homenaje a tu querida Loles del Cerro donde me dijiste los proyectos que tenías con los cantes mineros, que ilusión me hubiera hecho ver tus proyectos terminados y que estos cantes de mi tierra que tanto quiero se vieran representados en una nueva obra tuya para la posteridad.

O esa noche, muy reciente, donde fuiste entrevistado para el diario La Verdad, después de la entrevista, te encontramos pletórico, lleno de vida, de ilusiones y tu cante puro, como solo tu sabias hacerlo, fluyó entre nosotros. Los duendes del flamenco sobrevolaron por la ciudad minera, regalándonos la esencia sensitiva de tu arte. Tu cante se pudo sentir en la intimidad dotado de ese magnetismo especial que solo tú podías transmitir, transportándonos a ese momento mágico de sensaciones que muy difícilmente volvamos otra vez a sentir.

Querido amigo, estimado Maestro, tú sabes lo que te he admirado y lo que te admiro, no imaginas lo orgulloso que me he sentido de que me consideraras tu amigo.

LAS CAMPANAS DE LA GLORIA
RESUENA POR SOLEÁ
CANTADO ESTARÁ MORENTE
CON EL AIRE DE GRANÁ.

Paco Paredes.

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