Opinión

Mundo empresarial

¿Cualquier organización humana, empezando por las de productividad y beneficio, han de contar con un factor clave de "gratuidad"?

La marcha del mundo global nos ha puesto en los disparaderos de un modelo social algo artificioso y lleno de ficciones. La mundialización a la que asistimos nos ha mostrado que el poderío político hacia el puro interés nacional resulta inútil cuando los intercambios marchan a velocidades máximas en la escala intercontinental. Más aún, el propio funcionamiento del mercado, casi se hace ingobernable produciendo efectos perversos cuando las grandes empresas persiguen muchas veces beneficios egoístas, a través de operaciones en las que intervienen "multitud de instancias", la mayoría anónimas. Por un momento podríamos llegar a pensar que en esta crispada unilateralidad de objetivos, la misma globalización nos impone de continuo planteamientos interdisciplinares en "mares internacionales" donde es posible perderse, enfoques sintéticos, que no puede prevenir de planteamientos en los que lo ajeno equivale a lo contrario, y en las que uno sólo puede ganar si el otro pierde. Nos situamos así ante un tipo de lógica que pod, sino queríamos llamarle "la lógica del don", donde se posibilita estrategias en la que los factores distintos se potencian mutuamente. Estamos así ante planteamientos poliédricos y multilaterales, donde se producen resplandores creativos que dan lugar a juegos de suma superior a cero.

Dicho lo anterior estamos en el dilema del dualismo público-privado. Se impone superar el dualismo que hoy se establece entre empresas públicas y privadas. El sector de la mutualidad y de la benevolencia ocupa ya de hecho amplias superficies de la producción y los servicios, también en el sector privado. El voluntariado y las organizaciones no oficiales sin ánimo de lucro llevan décadas mostrando su viabilidad económica y su imprescindible eficacia. Está en juego algo tan importante como la concepción de la empresa. La crisis económica está siendo detonante de un proceso que, desde hace muchos años, venía cuestionando los modelos de empresa imperantes en nuestro entorno. La bibliografía sobre gestión empresarial es oceánica; y, sin embargo, rara vez se ha tocado el núcleo de la cuestión. El enfoque del management, inspirado mayoritariamente en el mundo pragmático y positivista, se ha centrado en el funcionalismo organizativo y en la maximización de beneficios. Incluso la creciente atención a los recursos humanos sigue apuntando al logro de más altos rendimientos por parte de trabajadores y empleados.

Parecen incluso apagados hoy los entusiasmos que hace décadas despertaría una orientación de la dirección empresarial, aparentemente nueva, que tendía a destacar los aspectos cualitativos, la flexibilidad de los procesos y la importancia de los valores. Más recientemente, se ha comprobado que ese énfasis en la excelencia era, en realidad, al comprobar que empresas supuestamente avanzadas escondían, tras su brillante apariencia, serios fallos de orientación y situaciones moralmente inaceptables.

Ahora se abre la posibilidad de aplicar también al mundo empresarial la lógica de dicho don. Todas las organizaciones humanas, también las orientadas hacia la productividad y el beneficio, han de tener en cuenta la necesidad de contar con la gratuidad como un factor imprescindible. Porque las auténticas aportaciones humanas que se producen en las corporaciones empresariales no se pueden reducir a su cuantificación en términos financieros. Si se margina la benevolencia, es claro indicio de que se está prescindiendo de la persona en la organización. Y de esta deshumanización, a la larga, nada socialmente positivo nos puede venir.

Las crisis de algunas empresas de gran envergadura presentan también un trasfondo ético. Cuando la avaricia y el engaño se consideran modos "realistas" de trabajar, no resulta tan sorprendente que, al cabo de no mucho tiempo, la verdadera cara de esas compañías acabe por comparecer. Y su aspecto no es entonces precisamente atractivo, ni existen maquillaciones publicitarias que puedan embellecer su lado oscuro.

Para superar un nivel moral en ocasiones tan bajo, no basta la apelación verbal a la ética. No cualquier ética sirve sino que se precisa "una ética amiga de la persona" y de la familia, en la que viven las mujeres y los hombres normales y no las estrellas de papel cuché, cuyas existencias parecen vacías y, al cabo, se muestran como patéticas. La visión distorsionada del ser humano, que se encuentra latente en no pocas concepciones empresariales, conduce a sistemas morales de referencia que acaban por ser contraproducentes.

Es necesario que la ética lejos de todo consecuencialismo y relativismo, se fundamente en la dignidad inviolable de la persona y en la ley natural. Una ética económica que prescinda de estos dos pilares correría el peligro de perder inevitablemente su propio significado y prestarse a ser instrumentalizada. De nada sirve el uso y el abuso de la palabra "ética", si la propia ética se utiliza de hecho como recurso para legitimar planteamientos económicamente financieros que permiten y fomentan situaciones notoriamente injustas.

Existen quienes se escandalizan con sólo oír hablar de responsabilidad social de la empresa, por considerarlo un enfoque poco realista. Es posible que también tachen de irreales estos planteamientos. Quizá prefieran la realidad más inmediata, tan notoria en España: el cierre de empresas y el aumento del paro. En la medida en que se perpetúen, con actitudes inmovilistas, los modelos dominantes de empresa, la tendencia económica destructiva se mantendrá e irá a peor. La ideología del egoísmo y la discriminación tiene muy poco de realista.

MARIANO GALIÁN

SECRETARIA NACIONAL DE FORMACIÓN, ESTUDIOS Y PROGRAMAS

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