Europa, durante siglos conocida como la Cristiandad, se encuentra en un periodo complicado de su Historia y su existencia. La esencia de Europa, sus valores fundacionales, sus valores esenciales, sus valores morales… están siendo anulados por los poderes políticos gobernantes y nos están llevando al caos, a la destrucción de nuestra civilización occidental de raíces judeocristianas basadas en la filosofía griega y el derecho romano.
Como nos recuerda Will Durant, "una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro".
El liberalismo salvaje, el multiculturalismo fracasado, el marxismo empobrecedor…todos son consecuencias de un mundo sin Dios, el nihilismo. El vacío no puede sustituir a los ricos contenidos que el cristianismo ha aportado a Europa: libertad, racionalidad, derechos naturales humanos…por eso estamos hoy aquí reunidos unos poco "locos", para intentar, en palabras de San Juan Pablo II, volver a las raíces de Europa.
El proceso de destrucción de Europa no es fácil de sintetizar y exponer en poco menos de cuatro minutos, pero sí podemos esbozar unas cuantas acciones que, desde Valores, vamos a llevar a Europa en los próximos días, de la mano de ECPM, quienes pueden ser el altavoz del cambio, el altavoz de la Revolución Tranquila de las Familias.
Europa, para reencontrarse, necesita recuperar su identidad, saber quién es, de dónde viene, identificar los errores del último medio siglo y, sobretodo, hablar sin complejos ante el mundo.
Uno de los grandes problemas que vemos en Europa es esa pérdida de identidad, en parte, culpa nuestra, por no haber fijado los límites del multiculturalismo importado en las últimas décadas. El problema de la inmigración no es nuevo. En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica lo trató inspirándose en la doctrina de la Sagrada Escritura para el pueblo judío, estableciendo claramente los límites de la hospitalidad debida a los extranjeros.
Santo Tomás se refiere a tres posibles tipos de inmigrantes pacíficos: quien pasa por nuestra tierra en tránsito hacia otro lugar; quien viene a establecerse en ella como forastero; y quien quiere incorporarse por completo a la nación que lo recibe, "abrazando su religión". Para los dos primeros grupos, Santo Tomás considera que debe usarse la misericordia, siempre que asuman las obligaciones y responsabilidades que les corresponden; pero no se les debe permitir poseer la ciudadanía. Para quienes desean incorporarse plenamente a la nación que los recibe, Santo Tomás -aunque no fija taxativamente ningún criterio- se inclina por no admitirlos hasta la tercera generación, como propone Aristóteles, pues "no estando arraigados en el amor del bien común, podrían atentar contra el pueblo".
Vemos cómo Santo Tomás antepone siempre la noción de bien común, que exige un deseo no meramente instrumental de integrarse en la vida del país de acogida. Por último, Santo Tomás observa que no todos los extranjeros deben ser tratados de igual manera, sino que conviene examinar su grado de "afinidad" con la nación que los recibe. Lo que también aporta un criterio muy iluminador a la hora de determinar los límites a la hospitalidad debida a los extranjeros.
Los inmigrantes no son todos iguales y las relaciones con los extranjeros tampoco lo son. Cada nación, cada pueblo, tiene el derecho a decidir qué tipo de inmigración puede considerarse pacífica y, por tanto, beneficiosa para el bien común, y qué tipo inmigración es hostil y, por tanto, peligrosa. Los Estados podemos rechazar, como medida de legítima defensa, elementos que consideremos perjudiciales para el bien común de nuestra cultura.
Y esto que estoy diciendo no es racismo
And what I'm saying is not racism
Et ce que je dis n'est pas du racisme
En la constitución apostólica Exsul Familia de Pio XII se dice que "Todos los hombres tiene derecho a un espacio vital familiar en su lugar de origen y, en caso de que aquél se frustre, tienen derecho a emigrar y ser acogidos en cualquiera otra nación que tenga espacios libres". Aquí se establece que el derecho a emigrar es subsidiario, es decir, es un derecho que sustituye al principal, el tener un espacio vital familiar en su lugar de origen cuando éste último no se pueda asegurar. Las razones por las que este derecho primario no puede asegurarse tienen origen en gobiernos corruptos que obligan a sus ciudadanos a abandonar sus países, por miseria, hambruna, falta de oportunidades…convirtiéndose así en mano de obra barata para los países de acogida, lo que genera inestabilidad social y problemas económicos serios.
Es nuestro deber ayudar en origen a quienes llaman a las puertas de Europa para que puedan disfrutar de ese derecho primario. Mirar a otro lado y no enfrentarse al problema lo traslada a Europa que asiste, atónita, a la repetición de los mismos problemas que los hicieron salir de sus países de origen.
Santo Tomás de Aquino nos enseña que el análisis de la inmigración debe orientarse por dos ideas clave: la integridad de la nación y el bien general.
La inmigración siempre debe encaminarse a la integración y nunca a la segregación, lo que precisamente ha sucedido con los inmigrantes de origen islámico, creando pequeñas naciones dentro de un mismo país.
Especialmente importante es el criterio de "afinidad" con inmigrantes procedentes de otras culturas, donde deberá valorarse especialmente el trato que en sus naciones se dispensa a nuestros compatriotas, o a los cristianos que viven en su territorio.
Unamuno también nos recuerda " ¿Qué hace la comunidad del pueblo, sino la religión? ¿Qué lo une por debajo de la historia, en el curso oscuro de sus humildes labores cotidianas? Los intereses no son más que la liga aparente de la aglomeración, el espíritu común lo da la religión. La religión hace la patria y es la patria del espíritu".
Por eso, desde Valores, apostamos por el mundo hispanoamericano como fuente migratoria para avanzar juntos en la construcción de la Nueva Europa. Ellos, los inmigrantes hispanoamericanos tienen nuestra cultura, comparten nuestros valores, no en vano, son los valores europeos, los valores del humanismo cristiano que llevamos los españoles, los que conformaron la cultura hispanoamericana.
El daño a Europa ya está hecho (falta recambio generacional y mano de obra cualificada, envejecimiento de la población…) pero podemos revertirlo en dos generaciones si apostamos, decididamente, por priorizar un tipo de inmigración que comparta nuestros valores y nuestra cultura e identidad europeas.
España y Portugal tienen mucho que decir. España y Portugal pueden conducir esa recuperación europea a través del ejemplo y la experiencia adquirida durante siglos en América del Sur y América Central.
Una Europa, sin hijos, que pide a gritos ser fecundada en los valores que la hicieron ser luz del mundo tiene en nuestros hermanos hispanoamericanos una solución a sus múltiples problemas.
Una Europa que, para liderar el proceso democratizador de otras culturas en las que la palabra "perdón" no existe, necesita primero ser ejemplo para otros.
Una Europa que debe velar por el cumplimiento de los derechos humanos en cualquier parte del mundo y dignificar al ser humano, precisamente lo que hicieron Isabel y Fernando en el Nuevo Mundo a la luz del Evangelio.