Es la primera crisis en la que la demanda de efectivo disminuye en lugar de aumentar
Una de las actividades permitidas durante el estado de alarma es ir al cajero para sacar dinero. Sin embargo, se trata de los pocos servicios a pie de calle que se libran de las colas. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) desmintió que el coronavirus se hubiera propagado por el uso de billetes y monedas y, de que el Banco Central Europeo[ts1] insista en que la probabilidad de contagio mediante el dinero físico es muy baja, el miedo a infectarse de COVID-19 parece estar detrás de la caída del uso de efectivo, que prácticamente ha desaparecido durante el confinamiento. En algunos espacios, como los autobuses públicos de Valencia, Zaragoza, Málaga o Madrid, ni siquiera es posible pagar en metálico. El resultado de este escenario es que nos estamos acostumbrando a olvidarnos por completo de billetes y monedas. Según datos del banco móvil N26, la retirada de efectivo en España cayó un 68 % durante el mes de marzo. Y nuestras nuevas rutinas podrían significar el fin para el dinero en efectivo a corto plazo. «Esta crisis, y el mundo y la economía que van a resultar de ella, van a acelerar el papel cada vez más irrelevante que en el futuro va a tener el dinero en efectivo», afirma Juan Carlos Gázquez-Abad, profesor colaborador de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC.
Gázquez-Abad apunta que el consumidor que resulte de esta situación de crisis mundial «utilizará mucho más la tarjeta y el móvil como medio de pago, ya que la percepción de seguridad y comodidad va a incrementarse de forma importante». Además, cree que es muy probable que el porcentaje de compras en línea siga incrementándose tras el confinamiento. Por lo tanto, el pago con tarjeta, principal medio en las adquisiciones de productos y servicios en la red, será más importante. Si a todo esto le unimos la cada vez menor predisposición a llevar dinero encima para evitar robos, «el resultado será un uso progresivamente más residual del dinero en efectivo», afirma.
Peculiaridades de la crisis de la COVID-19
Esta es la primera crisis en la que damos la espalda al efectivo. Así lo destacaba un documento del Banco Internacional de Pagos (BiS por sus siglas en inglés), que recordaba que, hasta el momento, en la mayoría de las crisis la demanda de efectivo aumentaba porque los consumidores buscaban una reserva estable de valor. ¿Qué ha cambiado ahora? En opinión del profesor colaborador de la UOC, la diferencia principal es que la actual no es una crisis económica ni financiera sino una crisis sanitaria de la que las entidades bancarias no son responsables. Gázquez-Abad recuerda que la crisis de 2008 surgió por productos financieros ligados a este sector, «y eso hizo que la gente se fiara menos del sistema bancario y volviera a la mentalidad de que el dinero estaba más seguro en casa que en un banco». Sin embargo, la crisis actual tiene un marco totalmente distinto.
Además, ya antes de la aparición de la COVID-19 estábamos cambiando nuestras costumbres en relación con el dinero en efectivo. Los más jóvenes habían dejado hace tiempo de usar monederos. Según datos recogidos por BBVA Data & Analytics, en 2018, los menores de 35 años realizaban ya entonces un 80 % de sus transacciones con tarjeta, mientras que solo el 20 % correspondía a retiradas de efectivo en cajeros. Por otra parte, si analizamos todas las franjas de edad en las grandes ciudades, el número medio de transacciones con tarjeta subió un 170% entre 2015 y 2018.
En la misma línea se sitúan las conclusiones del último Barómetro de Tarjetas Mastercard 2019, que destaca que más de la mitad de los residentes en España ya usaban la tecnología de pago sin contacto (contactless) en el momento en que se elaboró el informe; en concreto, un 55%, 12 puntos porcentuales más que el año anterior. En cuanto al porcentaje de españoles que usa las tarjetas de débito, asciende a un 87,5%, lo que supone un incremento del 4,2% con respecto al año anterior.
Dificultades de la desaparición del efectivo
La situación no es diferente en el resto de países del mundo, desde la India hasta Kenia pasando por Colombia o Suecia. La idea de una economía sin efectivo va tomando forma mediante distintos sistemas de pago y la crisis por la COVID-19 está acelerando el proceso. Sin embargo, los expertos no se atreven a poner una fecha para el fin definitivo. Afirman que es una incógnita porque, para ello, habría que salvar algunos escollos complicados. «Una de las dificultades es la brecha digital, además de las personas en riesgo de exclusión financiera, que son quienes no pueden tener acceso a tarjetas o a relaciones con entidades bancarias, o no quieren tenerla», señala August Corrons, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC. «Pero, además, el efectivo da lugar a falta de rastreo de dinero, lo que facilita operaciones ilícitas, y este punto es el que hace pensar que no es tan fácil eliminar el efectivo porque a determinados colectivos les conviene que exista», advierte Corrons.
En cualquier caso, el profesor de la UOC cree que el ahorro económico y la reducción de impacto ambiental que significaría la desaparición del efectivo se impondrán finalmente. Considera que la fecha en que esto ocurra dependerá del sistema con el que se quiera operar, ya que hay dos escenarios posibles. «Uno de ellos es limitarse a quitar el papel y seguir utilizando el sistema actual para pagarlo todo de forma digital, de modo que los grandes beneficiarios serían los bancos y las entidades financieras», señala Corrons. Un segundo escenario, que tardaría algo más en llegar pero permitiría la trazabilidad del dinero sin intervención de entidades bancarias, es el sistema que están planteando en Suecia, donde el Banco Central emitiría dinero digital usando la tecnología de cadena de bloques (blockchain). «Permite digitalizar las transacciones sin necesidad de que haya una entidad financiera que valide lo que estás haciendo, consiguiendo el mismo efecto sin necesidad de tener que pagar comisiones», explica August Corrons.