Totana

Gracias, por favor, perdón

El otro día una eminente filósofa dijo que esas tres expresiones (gracias, por favor y perdón) son fundamentales para el avance de la sociedad

Uf, me dije. Es que cuando yo era niña no se decía ni gracias ni por favor. Mis padres nunca me dijeron las cosas se piden por favor, tampoco me dijeron que había que dar las gracias, excepto para cosas muy puntuales. Nadie de mi familia lo hacía, ni la otra gente de la calle, ni siquiera nos lo enseñaron en el colegio de monjas. Allí nos inculcaban rezar para solucionar nuestros problemas, el concepto de resignación, la idealización de la pureza de la mujer, la perfección en las labores de costura, la buena letra, el decoro...

Cuando íbamos a la tienda a comprar le decías al tendero quiero una tableta de chocolate la Campana, el tendero te lo daba, te decía nueve pesetas, le dabas dos duros y te devolvía 1 peseta. La metías en el monedero de tu madre, cogías la tableta de chocolate y te ibas a tu casa a merendar despreocupadamente. Era eficaz esa manera de proceder sin tanta etiqueta.

No es que no tuviéramos modales, es que eran más austeros, se tendía a la economía del lenguaje y de las formas. Por eso, cuando venía alguien de fuera, que decía por favor y gracias, primero chocaba, y luego se le criticaba por extravagante y creído: coño, cuánto por favor y tantas gracias, habrase visto, qué tontería, quién se habrá creído, etc.

¿Y pedir perdón? Era como la canción Perdóname de Camilo Sesto: un ridículo melodrama. Menos perdón y más comportarse como es debido desde el principio. Eso lo entendíamos enseguida. Y si acaso te pillaban, a lo hecho, pecho.

Es que estábamos asilvestrados. Mucho mejor ahora.

Gracias por vuestra atención.

Dolores Lario

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