El 20 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Infancia y se conmemoran los aniversarios de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos del Niño y de la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño. Una fecha que, además de ser motivo para la celebración de numerosas actividades pensando en los más pequeños y para el disfrute de las familias, debe invitarnos a la reflexión en muchos sentidos, también en el ámbito local.

Los municipios siguen contando con dos importantes tareas pendientes en esta materia: recuperar espacios seguros de ocio y generar espacios de ocio seguro. Y es que no se nos puede escapar el hecho de que en esta sociedad de automóvil, asfalto e inmediatez no resultan ser los peatones y su movilidad los únicos afectados. El tráfico rodado ha ganado mucho terreno a la niñez, condenando en muchos casos a las zonas destinadas al ocio infantil a convertirse en islas rodeadas de un mar repleto de coches y de situaciones de riesgo para los niños. La solución a esta problemática parece clara a la vez que complicada, y debe girar en torno a un modelo de ciudad que disminuya la presencia del vehículo y rediseñe los espacios públicos y su conectividad con el resto de elementos urbanos, generando entornos mucho más propicios para el encuentro y la convivencia. Una apuesta que, sin duda, exige de planificación y valentía. Además, una sociedad como la nuestra debe asumir la tarea de alejar a los más jóvenes de ciertos riesgos, camuflados bajo falsas ideas de entretenimiento, que a corto y largo plazo resultan perjudiciales. ¿Cómo? Apostando por nuevas formas de ocio, ofreciendo alternativas más allá de la calle y de la vida nocturna; dotando de posibilidades nuevos lugares en los que desarrollar actividades de todo tipo que estén enfocadas a este sector de la población. Crear verdaderos laboratorios juveniles. Un concepto que abre nuevos horizontes, más allá de esa idea genérica que postula que apostar por la infancia y la juventud radica en crear más parques y jardines.

Por otro lado, hablar de este día suele transportar nuestra mente a países en vías de desarrollo en los que se violan sistemáticamente los derechos humanos, también los de los niños. Una circunstancia que sin duda merecería un debate monográfico independiente. Sin embargo, a través de estas líneas quisiera poner el foco en el hecho de que esta comparativa, en la que evidentemente somos privilegiados por goleada, puede hacernos perder la perspectiva de lo que acontece en nuestro ambiente más cercano. Dar por ganados y conquistados derechos y reivindicaciones que tal vez no lo estén. En Totana, en nuestro municipio, sin ir más lejos, llevamos meses viendo cómo una asistencia sanitaria deficiente, precaria e improvisada se ha convertido en la norma que impera en los servicios de pediatría de los centros de salud de nuestra localidad. Esta condición perjudica gravemente a los pacientes, que son los niños, a sus familias y también a los profesionales sanitarios, y sus consecuencias son nefastas: falta de citas, retrasos diagnósticos de patologías relevantes e incertidumbre para los padres en casos de urgencias, entre otras. Una situación que a todas luces es inaceptable y que requiere de respuesta ciudadana, más allá de cualquier posicionamiento político o institucional. Se trata de una cuestión de responsabilidad social y, sobre todo, de solidaridad colectiva: denunciar una injusticia intolerable y reclamar unidos los derechos básicos para un grupo de población que no puede hacerlo por sí mismo, más allá del grado de afectación directa de cada uno. Esa es la clave. Porque no hay peor enemigo que la tolerancia pasiva secundaria a la indiferencia.

Estamos pues ante otra prueba fehaciente de que el 20 de noviembre nunca podrá darse por terminado y de que esa labor requiere de la implicación de todos. Hablamos, ni más ni menos, de conseguir lo mejor para lo más valioso que hay en nuestros hogares: las próximas generaciones.

Justo Cánovas
Portavoz de Ganar Totana - IU