Como la savia que infunde al árbol el alimento de la existencia necesitamos que las emociones nutran el ritmo del corazón, reafirmen la consistencia de nuestras raíces, pues en ellas se sustenta parte de la identidad del ser. En ese contexto el palpitar nazareno que estos días inunda de aromas, sonidos, latidos, firmezas e impulsos, la luminosidad de esta tierra, acuden favorables a atemperar las angustias que ensombrecen el presente, ungiendo el consuelo de saber que ante el dolor en el que hemos estado inmersos y en las angustias que siguen doblegando este tiempo, la generosidad y la entrega emanan pródigas de numerosos brazos abiertos a la ayuda, a la colaboración, disponibles para mitigar los desgarros por donde parece escaparse la esperanza.

La gratitud, don del alma, alcanza ahora una mayor resonancia cuando estos pasados días los sonidos nazarenos, perfumando la atmósfera, renacían fascinantes en el "Día de la Música Nazarena", un momento culminante en donde la juventud expresa la intensidad de los sonidos pasionales que ha ido aquilatando en un amplio proceso formativo y, en donde, además, forjan su venerado amor a la Semana Santa de Totana.

Ayer sábado tenía lugar la bendición de una escena íntimamente evangélica, "El arrepentimiento de Santa María Magdalena". En esta magnífica obra, el escultor Antonio Castaño Liza, materializa la búsqueda del amor y el perdón, el saberse bendecido por la misericordia del Padre, hecha realidad, cercanía y comprensión en las manos tendidas de Jesús. Este clamor alcanza señorío en la serena quietud de las formas que constituyen las imágenes del grupo. En ellas, un acabado de matices y caracteres, empapados del barroco murciano, ayudan a penetrar en el mensaje.

Esta mañana, el quinto domingo de Cuaresma, el último de este ciclo, previo ya al de Ramos, regada por un tímido sol primaveral que ya anticipa la lúcida transparencia de ese otro que pronto anidará en plenitud, las palabras de Carmen Ibáñez Aznar, impregnadas de una radiante, inquebrantable y sólida belleza, han pregonando la Semana Santa de Totana, anunciando la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Ha sido el suyo un ritmo, un palpitar acrisolado en un ministerio de servicio y cercanía al hermano sufriente, acompañado de una sonrisa, de una mirada dispuesta para transmitir ternura, aliento y sosiego, con una voluntad fraguada en el compromiso nazareno de Totana, interiorizado al calor de su padre, Bartolomé Ibáñez, persona de integridad y abnegación. Con tan seguras urdimbres, su proclama ha fluido afianzada de deslumbrante firmeza, gozosa por compartir todo aquello que anida en su ser.

Si los acordes de la música han venido a acompañar su elocuencia en concretos y precisos momentos, la templada, pero intensa emoción de su verbo, revestido de humanidad, simbolismo, razón y argumento, se ha apoderado de un auditorio embelesado en los requiebros de su lírica prosa, cercana en numerosas ocasiones a lo poético y sagrado, a lo místico y virtuoso, sin dejar por ello de arroparse de contenido, de exhortación salvífica.

Este conmovedor y convincente pregón, impresionante testimonio y lección de vida, ha calado con hondura en el espíritu nazareno de Totana, en él ha de germinar para en sus frutos hacer realidad, camino y sentido todo aquello que, con tan profundo acento de fe, ataviado de simbolismo y sublime excelencia, ha manifestado esta mañana Carmen Ibáñez.

Vaya desde aquí el abrazo de la admiración, la gratitud y la consideración, pues con personas de su entidad y calidez sigue creciendo la Semana Santa de Totana, alumbrando un camino de encuentro, de fervor, de amistad, convivencia y fraternidad.

Concluyo manifestando mi profunda estima y respeto hacia José Antonio García Sánchez, Nazareno de Honor, persona en la que anida la dignidad y la nobleza. Su dedicación y constancia en primera línea de nuestra Semana Santa, así como la dilatada dimensión de su responsable lealtad, son avales que ratifican esta merecida distinción.

Juan Cánovas Mulero