Totana

Rincones de Totana. El Cañico

Totana tiene rincones incomparables, unos por su belleza y otros por su singularidad o porque el devenir de la vida de las buenas gentes las ha dotado de un nombre o alguna particularidad popular. Pretendo con esta serie de pequeñas semblanzas rememorar algunos de ellos por su historia o incluso a través de leyendas.

Como todos sabemos, las leyendas son cuentos populares con visos de verosimilitud que se transmiten oralmente y, ocasionalmente, se escriben. Pero en ellas no hay ninguna verdad histórica, pues caso todas nacen en el siglo XIX, en el periodo artístico llamado Romanticismo. Son simpáticas y agradables de leer, pero so inventadas aunque llegaron a ocupar el interés de muchos estudiosos o escritores como el norteamericano Washington Irving, que visitó España, quedó maravillado de algunas leyendas y dejó para la posteridad un delicioso libro, de los más leídos del mundo, que se llama Cuentos de la Alhambra.

Las primeras leyendas que se contaron y escribieron tienen todas un denominador común: el recuerdo de la invasión musulmana de España y a reconquista del territorio, con los avatares que trajo consigo. Curiosamente fue un escritor murciano, no está claro si nació en Mula o en Lorca donde hizo su vida, llamado Ginés Pérez de Hita en su libro Las Guerras de Granada, el que inspiró este género, pues en su mayoría nos hablan de amores entre cristianos y musulmanas con trágicos o felices resultados, tesoros encontrados en los sótanos de las casas o en las tierras de cultivo.

De la importancia de la lectura de este escritor durante el siglo XIX nos da una clara muestra las palabras del gran escritor de novela histórica inglés sir Walter Scott, que dijo que la inspiración le venía de la lectura de este autor.

Como ejemplo diré que hace unos años un amigo me contaba como cierta la historia de un judío de Totana que tenía tras la puerta de su casa un escondite subterráneo que se abría con determinado dispositivo al abrir cuando llamaban, de tal modo que si era la Inquisición pudiera esconderse sin que lo encontraran.

Es claro que es leyenda sin que se sepa su origen, pero no hay datos históricos que nos digan que en Totana hubo judíos ni que jamás pisara la villa la Santa Inquisición, lo que nos demuestra que, como todas las leyendas, es inventada.

Como es natural, las leyendas que cuente tienen un doble origen, unas me las han contado los viejos totaneros y las otras son de mi propia cosecha, retomando así un género literario olvidado pero que nos hará pasar buenos ratos de lectura.

EL CAÑICO

Todos saben dónde está el Cañico y pasan habitualmente cerca de él sin pararse a contemplar la singularidad del paraje. Es ciertamente bonito y singular, pues su geografía es bella, rodeada de huertos, con una rambla enfrente y otra a su espalda, amén de la que llega hasta el manadero, que procede de la venida del preciado líquido vivificador de huertos.

Otrora Totana se surtía del agua de los manantiales cercanos y de la que se trajo de la sierra tras la gran obra de Silvestre Martínez Teruel de la conducción del agua de La Carrasca hasta la plaza del pueblo para desaguar en la magnífica y airosa fuente barroca. Esa fuente hermosa y discreta como una bella joven que no quiere protagonismo, razón por la cual no se puso en el centro de la plaza, sino lateralmente para que su hermosura no sea tan evidente y haya que buscarla.

Es probable que sea el Cañico la que las crónicas del siglo XV llaman la Fuente de Totana, pues no se conoce otra con esa denominación, en la que ocurrió un singular hecho en el que se mezclan la caballerosidad de la época y la traición en un momento histórico en que en el Reino de Murcia luchaban entre sí los primos Fajardo, el de Murcia y el llamado Bravo de Lorca.

La historia parece sacada de un libro de caballerías medieval, pero las crónicas del Reino de Valencia la cuentan con nombres y apellidos, con los datos históricos, fechas y nombres,  necesarios como para comprobar su veracidad del relato.

Narran las viejas crónicas que un caballero se sintió ofendido por otro noble cercano a la Corona de Castilla llamado don Bernat de Vilarig y Gómez de Figueroa, razón por la cual lo retó a duelo singular y cuando el primero le pidió condiciones éste impuso que el duelo se celebrara en Granada y nombró como juez al rey musulmán de Granada, que por entonces mantenía una paz aparente con Castilla.

El caballero Vilarig recibió garantías de paso del rey de Valencia y supuso que como vasallo del rey de Castilla su tránsito por el reino de Murcia perteneciente a dicha corona, razón por la cual emprendió viaje a Granada para llegar en la fecha prevista para el duelo, pues de no comparecer sería denigrado como caballero.

Pero el Fajardo de Murcia y su primo lorquino estaban en guerra y esto lo aprovechó el retador para urdir una traición y que en su paso por la zona en poder de Fajardo el Bravo fuera asaltado y le dieran muerte. Cuando don Bernat de Vilarig y sus escasos hombres descansaba en la Fuente de Totana, en las inmediaciones de Aledo, fueron rodeados y atacados por un grupo de hombres armados que intentaron darles muerte. Algunos cayeron, pero tanto la hueste de Vilarig como los musulmanes que mandó en garantía de paso el rey de Granada evitaron que mataran al jefe aunque quedó muy malherido.

Ante la gravedad de las heridas, don Bernat fue llevado a Aledo, pero en el pueblo fortificado no había quien pudiera sanarlo, por lo que se repuso unos días y fue llevado a Alicante donde los físicos curaron sus heridas y pudieron embarcarlo para llegar a Valencia donde sería totalmente repuesto de sus heridas por mejores médicos.

Mientras el caballero se reponía de sus heridas llegó la fecha del duelo y naturalmente no se presentó, algo que el traidor retador ya sabía, por lo que se hizo testimonio y el rey granadino lo dio por perdedor, poniendo un escudo con sus armas clavado en el suelo aunque invertido, que era la afrenta mayor que podía sufrir un caballero.

Afortunadamente Bernat de Vilarig pudo demostrar la traición que cometieron con él y recuperó su honor, sin que el traidor sufriera pena alguna en aquellos revueltos tiempos.

Juan Ruiz García en una foto de archivo / Totana.com

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